En 2010 la doctora en psicología y académica de la Universidad Diego Portales, Francisca del Río, se percató de que en las pruebas estandarizadas que se aplicaban en el país, a los niños les iba notoriamente mejor que a las niñas en matemáticas. Se preguntó a qué se debía esta brecha y junto a las investigadoras Katherine Strasser y María Inés Susperreguy, de la Universidad Católica, emprendieron un estudio cuya primera etapa consistió en preguntarle directamente a los niños y niñas cómo percibían ellos sus habilidades en las matemáticas y a qué género asociaban las distintas asignaturas.
Frente a esa última pregunta, la mayoría vinculó las matemáticas con el género masculino y las letras con el género femenino. Como explicó en su minuto la especialista, no existen estudios que demuestren que las niñas tienen peores capacidades que los niños para ciertas asignaturas. El problema radica en lo cultural, porque hasta los profesores suelen darle más posibilidades a los niños de hacer preguntas. “Y eso da paso a que niñas y niños tengan diferentes oportunidades. En la investigación vimos que el autoconcepto es clave: qué tanto creo yo que soy bueno, cuánto persisto, cuándo me motivo. Mucho de eso está explicado por el autoconcepto que tienen los propios padres. Si las madres piensan que ellas pueden ser buenas en matemáticas, es más probable que las niñas también lo piensen”, señaló en 2019 a Explora, el programa creado por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT).
Chile tiene una de las brechas de género en matemáticas más grandes del mundo y, como explicó la especialista, está instalada casi en su totalidad desde kínder. Es por ello que es importante en un contexto en el que las madres y padres están mayormente conscientes, ¿cómo se puede criar a niños y niñas para que sean libres de sesgos de género e ideas discriminatorias? ¿Cómo se reformulan las prioridades en la crianza?
Como explica Alemka Tomicic, Directora de la Escuela de Psicología de la Universidad Diego Portales e investigadora en salud mental y diversidad sexual y de género, los cambios sociales que abogan por la igualdad de derechos en diversidad sexual y de género han interpelado y tenido un efecto más allá de las minorías que representan. Sus impactos han sido transversales a toda la sociedad civil y han convocado a todas y todos, en mayor o menor medida, para que se cuestionen respecto a cómo llevan la crianza. “Hemos crecido en una sociedad principalmente binaria y heteronormativa y, por lo tanto, aunque trabajemos estos temas en el día a día, somos portadores de prejuicios que tienden a ser implícitos e inconscientes y que requieren de un esfuerzo de revisión para poder ser eliminados. Por ende, si tenemos la convicción y el deseo de criar a nuestros hijos libres de ciertos prejuicios, y entendemos la importancia de desarrollar espacios abiertos, lo primero que tenemos que hacer es tomar consciencia respecto de los prejuicios que nosotros mismos tenemos como padres”, explica.
En este ejercicio de examinación es importante, según señala la especialista, revisar cosas tan cotidianas como lo son la asignación de las tareas en el hogar; identificar las diferencias que se hacen entre los hijos y las hijas; ver quién tiene la pieza más grande y de qué colores son los muebles; analizar los comentarios, chistes o burlas que se sostienen en del día a día –y que muchas veces parecen inofensivos–; y ver qué juguetes hay en la casa. “Cosas cotidianas podrían ser portadoras de pautas sociales que perpetúan los prejuicios y las diferencias. No con malas intenciones, sino porque se trata de creencias que hemos internalizado y están muy arraigadas. Y cuando las cosas están muy arraigadas, suelen ser invisibles”, explica Tomicic. “Más que grandes declaraciones, hay que hacer una revisión de los actos pequeños que uno mismo realiza para poder generar un espacio donde esas posibilidades de identificación sexual o de género sean posibles y legítimas”. Porque en definitiva, para no tener esos sesgos, tenemos que desaprender lo aprendido.
La directora de Pedagogía en Educación Parvularia de la Universidad Diego Portales, Paulina Pizarro Laborda, concuerda. “Los padres y cuidadores son quienes finalmente marcan las pautas de creencia y eso tiene que ver con lo que pasa al interior del hogar y cómo se reparten los roles. Siempre hay que partir por casa”, explica. “Las mujeres entre los 30 y 50 años están mucho más conscientes de todo este cambio social y también se dan cuenta de que ellas crecieron sin cuestionarse ciertas cosas. La consciencia se está viendo incluso en el lenguaje: el Ministerio de Educación habla de niñas y niños y en los documentos de educación parvularia se habla de educadoras, porque el 99% son mujeres”.
En ese sentido, según postula la especialista, los cambios sociales son paulatinos pero visibles. Y una manera de ampliar esa visión a las hijas e hijos es justamente promoviendo la igualdad y no haciendo diferencias en la misma casa. “Todas estas diferencias son aprendidas, vienen desde nuestro propio sesgo y poco a poco, si como padres las modificamos, también se lo podemos transmitir a nuestros hijos. Nosotros marcamos la pauta en situaciones en las que le preguntamos a nuestro hijo qué ropa se quiere poner. Nosotros marcamos la pauta al darles ciertas libertades y dejarlos que vistan como quieran. Porque como madres y padres somos los principales educadores en aspectos cotidianos y es un desafío estar atentos y ser conscientes de lo que hacemos, de nuestras decisiones y de cómo conversamos al interior de la familia”.
Con respecto a si este es un desafío que corresponde únicamente a los padres y lo que es propio de las enseñanzas de la casa o del colegio, Pizarro Laborda explica que esa es una discusión en constante tensión. Aun así, como explica Tomicic, hay temas que son transversales a distintos espacios sociales y públicos, que pueden ser tematizados de manera distinta en todos. “La diferencia tiene que ver con el énfasis y la mirada que se le da. El tema de la identidad sexual y de género, por ejemplo, atraviesa distintos ámbitos de la vida social, y en el colegio podría ser abordado mediante una clase de historia, en las reuniones de curso o en una discusión entre alumnos y profesor en el patio”, explica.
En junio de este año se anunció que Escocia sería el primer país en incluir la historia LGBTQ y la lucha por la igualdad en las mallas curriculares de los colegios públicos, medida que llevará a cabo a partir del año 2021. Como explica Tomicic, lo importante de estos hitos es que da paso a un debate público y que existe así una presentación más clara de los grupos que velan por el resguardo de sus derechos, porque esto interpela a todos los miembros de la sociedad, entre ellos las familias, y por ende abre la discusión en ese espacio más íntimo.
“El debate público da paso al diálogo interior de la familia. Y una de las cosas más importantes es velar por un desarrollo positivo que comulgue con un estado de bienestar general. Si no tendemos hacia eso, exponemos a nuestros hijos e hijas a situaciones que generan condiciones de riesgo para problemas de salud mental. Se ha visto que los niños tienen mayores dificultades de detectar estados emocionales vinculados a la tristeza y por lo tanto suelen no pedir ayuda. Y esto es peor en los niños LGBTQ, cuyas posibilidades de presentar problemas de salud mental son tres veces mayores. Por eso, es fundamental partir con revisiones propias y también reconocer que una puede ser portadora de prejuicios. Solo así podemos ver de dónde vienen y cómo los aprendimos”.