Si alguien en la calle caminara gesticulando y moviéndose como si estuviese manteniendo una conversación muy elocuente pero sin tener a otro como interlocutor, probablemente capturaría muchas miradas curiosas a lo largo de su camino. Y es que si bien hablar solos es una acción que en las caricaturas y el humor se asocia a la locura, si nos detenemos a reflexionar por un momento, todos nosotros hablamos solos. Todo el tiempo, todo el día y en todo lugar.

Probablemente la mayoría de esos diálogos con nosotros mismos no tienen una expresión externa y por eso nadie en nuestro entorno sabe qué es lo que está pasando por nuestra mente. Pero, en cada minuto de cada día, nuestro cerebro captura información que luego procesa y asocia a elementos que ya conocíamos utilizando lenguaje. Esta función primaria de nuestra mente se denomina memoria de trabajo o memoria operativa, un sistema cognitivo con una capacidad limitada y que puede guardar información por periodos cortos de tiempo pero que, su principal tarea no es el almacenamiento, sino que otras muy importantes: el razonamiento, la toma de decisiones y el comportamiento. Todos estos elementos que se configuran en la memoria operativa lo hacen a través de un proceso verbal. En otras palabras, es a través de este diálogo interno, este monólogo interior o de esta voz dentro de nosotros que podemos elaborar pensamientos, emociones, deseos y necesidades.

Andrew Irving, antropólogo de la Universidad de Manchester, realizó un experimento mientras trabajaba en África en el que le pidió a personas VIH positivo que registraran en una grabadora los pensamientos que mantenían durante el día. Naturalmente, los resultados mostraron que, una gran parte del tiempo los sujetos que se sometieron al estudio tenían pensamientos marcados por la incertidumbre y la preocupación que les generaba su diagnóstico y que, en general, su diálogo interno podría calificarse como uno más bien negativo o depresivo. Irving repitió el mismo experimento con 100 ciudadanos aleatorios de Nueva York que estuvieron dispuestos a grabar sus monólogos internos mientras caminaban por las calles de la ciudad. Lo que sorprendió al antropólogo en esta observación fue que, tal como había ocurrido con el grupo anterior, una gran parte del tiempo los sujetos encuestados se dedicaban a pensar en situaciones tristes, complejas o angustiantes de sus vidas. Irving se dio cuenta que, independiente de las circunstancias, nuestro diálogo interno nos permite procesar y ordenar las actividades que están ocurriendo actualmente pero, además, trae a colación eventos pasados o futuros que nos han impactado. Y las observaciones mostraron que en la mayoría de los casos se trataba de eventos negativos.

Rocío Roque Pisani Coach Ontológico especialista en Consciencia Emocional explica que el diálogo interno es cómo nos hablamos a nosotros mismos frente a situaciones que pueden parecer, desafiantes, amenazantes o también en situaciones de calma. “Ahí es donde puede aparecer un autodiálogo positivo, compasivo y constructivo que a través de la educación emocional y el autoconocimiento podemos llegar a construir”, explica. Sin embargo, los casos en los que el diálogo interno es naturalmente positivo no son mayoritarios, tal como demostraron las observaciones de Irving. Y Rocío Roque explica que precisamente es ahí cuando el monólogo interno nos conecta con una voz autocrítica, es que esta conversación con nosotros mismos puede llevarnos a un nivel en que dejamos de disfrutar la vida y dejamos de estar conectados al presente. “Hay emociones y sentimientos como la envidia, la culpa, vergüenza, frustración, ansiedad o decepción que si no las sabemos gestionar, podemos llegar a tener un trato realmente desgastante con nosotros mismos “, agrega.

El diálogo interno es una voz que nos acompaña 24/7. Y, por ende, las consecuencias de que se vuelva contra nosotros en vez de jugar a nuestro favor son tremendamente agotadores. Heidy Dixon, Magíster en Psicología y Coach, explica que este diálogo es tan influyente que afecta nuestra emocionalidad, el cómo nos sentimos y cómo interactuamos con el mundo exterior. “Cuando nuestro diálogo interno es tóxico y se relaciona con la autocrítica o desvalorización, la autoexigencia o la culpa, puede provocar que nos sintamos incapaces de enfrentar el día a día”, explica. Además, agrega que los perjuicios de tener una voz interna tóxica pueden hacer que la persona se enfrente a diálogos estáticos y poco constructivos, especialmente en momentos de estrés o alta complejidad. Heidy comenta que, en un diálogo interno tóxico pueden aparecer instancias de autocrítica en las que la persona se culpa constantemente y siente que no vale o no es capaz. O también escenarios de auto exigencia en los que la persona se somete a mucha presión para conseguir sus metas, porque busca la perfección a toda costa. “Recomendaría poner atención a este diálogo si descubres que no es adaptativo y además te debilita, limita, anula, bloquea y genera un malestar permanente y significativo”, agrega.

Y es que los perjuicios de una voz interior enjuiciadora y castigadora son ampliamente conocidos por los especialistas, pero pocas veces los consideramos como un elemento de nosotros mismos que debiésemos trabajar. El profesor de psicología, neurocientífico y autor norteamericano Ethan Kross en su libro Chatter: The Voice In Our Head, Why It Matters And How to Harness It, explica que es importante conocer la voz interior y entenderla como un proceso cognitivo para así aprender a usarla en nuestro favor. El especialista en salud mental advierte que si no prestamos atención a nuestro diálogo interno y dejamos que se apodere de él la conversación negativa y desorientadora, o lo que el autor denomina chatter, éste puede hundir nuestra salud, nuestros estados de ánimo y dañar nuestras conexiones sociales. “La buena noticia es que ya estamos equipados con las herramientas que necesitamos para que nuestra voz interior funcione a nuestro favor”, explica en su libro. El especialista agrega que existen diferentes estrategias que pueden ayudarnos a corregir el tono y el contenido de ese diálogo interno que nos ha acompañado desde la infancia. Porque muchas veces es ahí, en el origen de nuestra voz interior, donde se originaron también los problemas. “Las voces de la cultura influenciaron las voces internas de nuestros padres y éstas, a su vez, las nuestras”, explica Kross en su libro. Este proceso se ha repetido por múltiples generaciones al punto que, según comenta el autor, nuestras mentes se han convertido en una especie de muñecas rusas de diálogos internos en las que, poco a poco, hemos ido absorbiendo las influencias de generaciones y culturas distintas a las nuestras. Y todo este input de información lo hemos recibido desde la infancia sin posibilidad de decidir cómo queremos realmente que sea nuestro monólogo interior. La habilidad de entrar en una conversación con nosotros mismos se desarrolla en la infancia y en psicología se conoce como el discurso privado. Cuando los niños adquieren habilidades lingüísticas también aprenden a realizar comentarios internos sobre lo que esta ocurriendo en su entorno mientras realizan diferentes actividades. Es por este motivo que, el fenómeno de las muñecas rusas de Kross, ha llevado a muchas personas a vivir por años con voces internas que los critican muy duramente sin siquiera saber que podrían vivir de otra forma. “La mente es flexible si sabemos cómo moldearla”, explica. “Podemos usar nuestros propios pensamientos para cambiar nuestros pensamientos. Tomando distancia”.

Perspectiva y tomar distancia son dos conceptos que resumen la principal estrategia que propone Kross en su libro para comenzar a trabajar un diálogo interno que nos ataca como si fuésemos el enemigo. El autor de Chatter propone que para silenciar la voz negativa debemos identificarla primero y verla como algo distinto a nosotros mediante un concepto que denomina el zoom out. Alejarnos para ir describiendo tal como si le estuviésemos contando la situación a un tercero imparcial nos permite distanciarnos de la respuesta emocional. Para amplificar el efecto de esta técnica, sugiere utilizar nuestro propio nombre o referirnos a nosotros mismos en segunda persona. Hablando como a un tú a quien estamos interpelando. La coach y especialista en Consciencia Emocional Rocío Roque confirma que el primer paso es reconocer esa voz interior. Pero que, una vez que la hemos reconocido, es necesario dejarla ir y aprender a estar en el presente. “El autodiálogo negativo y poco constructivo se hace presente cuando experimentamos ansiedad y preocupación, nuestros pensamientos pueden llevarnos a imaginar el peor de los escenarios”, explica. Y esa misma capacidad de viajar en el tiempo y el espacio podemos usarla a nuestro favor según Ethan Kross para calmar a la voz interior. “Viaja mentalmente en el tiempo. Es otra forma de ganar distancia y ampliar tu perspectiva si piensas en cómo te sentirás dentro de un mes, un año respecto de eso que te preocupa hoy”, sugiere.

Y es que nuestra voz interior puede ser una carga o un activo. Las palabras que fluyen por nuestra mente pueden marcar nuestro ánimo y la actitud con la que enfrentamos cada día. Por eso es importante que, incluso más que escuchar o no las voces de otros, cuando se trata de nuestra propia vida aprendamos a escuchar la nuestra. Pero un voz interior que nos acompañe y nos apoye. Nos entregue feedback constructivo y no solo críticas. Porque un monólogo interior que nos juzga y evalúa de forma dura y tajante puede convertirse en una tortura permanente. Mientras que, una voz interior que nos aliente y nos acompañe, puede convertirse en un aliado que podemos llevar con nosotros siempre.