Si hay un tema que hemos puesto sobre la mesa durante esta pandemia, es el de la distribución desigual en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Con el confinamiento obligatorio, colegios cerrados y modalidad de teletrabajo, la carga en las labores del hogar aumentó. De hecho, según un análisis del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la Pontificia Universidad Católica de Chile, las mujeres -durante la crisis sanitaria- dedicaron 9 horas más que sus pares a las tareas del hogar en la semana. Un hecho que no debería sorprendernos si consideramos que, en el mismo estudio, casi un 40% de los hombres reconoció haber destinado 0 horas a este ítem. Pero, ¿desde donde viene esta sobrecarga? ¿Hace cuanto la tenemos sobre nuestros hombros? Y ¿en qué medida es un asunto cultural?
Un artículo del New York Times escrito por la periodista Claire Cain, afirma que estos patrones comienzan desde la infancia y que, aunque hay indicadores que demuestran que las brechas se han ido cerrando este último tiempo, las niñas aún pasan más tiempo que sus pares realizando los quehaceres domésticos. Los datos de Unicef, entregados en su informe Aprovechando el Poder de los Datos para las Niñas: balance y perspectivas para el 2030, así lo demuestran. Según el sondeo, las niñas -entre 5 y 9 años- dedican un 30% más de tiempo que los niños a las tareas del hogar a nivel mundial, una brecha que se intensifica a un 50% a medida que se acerca la adolescencia.
Aunque se trata de un fenómeno universal, Unicef indica que existen países -como Burkina Faso, Yemen y Somalia- donde la desigualdad y la carga es sustancialmente mayor. “En la República Dominicana, por ejemplo, se da por hecho que las niñas deben cuidar de los hermanos menores, además de realizar las tareas del hogar. Como resultado, el número de niñas que realizan tareas domésticas es casi el doble que el de niños. En Egipto, se considera normal que las niñas se ocupen de la mayor parte de las labores de la casa. Los progenitores a menudo se muestran reacios a enviar a las niñas a la escuela, ya que no se considera una buena inversión educarlas, pensando en que pronto se casarán y se marcharán del hogar”, señalan.
Aunque parezca lejano, en Chile la realidad no es tan diferente. Si bien no existen datos actualizados, la última Encuesta Nacional Sobre Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes de 2012 -cuya última versión de 2020 se atrasó por la crisis sanitaria-, reveló que 28% de los adolescentes realiza labores domésticas por 21 horas semanales o más, tiempo que se considera suficiente para considerarlo como trabajo infantil por la Organización Internacional del Trabajo y el Ministerio del Trabajo y Previsión Social. De ese porcentaje, un 33% corresponde a mujeres versus un 21% que corresponde a hombres.
Esa brecha de tiempo en las labores del hogar no es producto del azar, sino que es un comportamiento que tiene una base ideológica y cultural arraigada en la sociedad. “Es resultado de lo que conocemos como socialización de género y se refiere a aquellos mensajes que recibimos de los adultos, los medios de comunicación, y otros, donde se va inculcando lo que está ‘permitido’ si eres niño o niña, y las expectativas que la sociedad tiene de ti. Así es como -desde que nacemos- escuchamos o vemos que las mujeres hacen determinadas cosas, se comportan de determinada manera, y los hombres de otra”, analiza Francisca Morales, oficial de Educación de Unicef Chile.
“Nuestra sociedad tiende a segregar la identidad de lo femenino y lo masculino en función de tareas, y naturalizamos que el sexo implica determinados roles de género. En general, lo femenino se asigna a la sensibilidad, empatía y organización, que son habilidades relacionadas con el cuidado, y que son valoradas en el espacio privado, mientras que lo masculino se define con mayor frialdad, tendencia hacia la competencia o al desapego, que son destacadas en el mercado laboral. Por ende, las niñas asumen roles de cuidado muy tempranamente y, en un contexto de cuarentena, se tiende a reforzar esta socialización”, explica la socióloga y académica de la Universidad Católica, Javiera Reyes.
En esa línea, la Cepal ha afirmado que la carga de las niñas en el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado se ha incrementado con la pandemia. “Por el aumento del trabajo en la casa, sabemos que hay muchas mamás y papás que no se han podido hacer cargo y han delegado en las hermanas mayores, por ejemplo, estas labores domésticas. Esto ocurre en condiciones normales y, con mayor razón, pasa ahora con la crisis sanitaria. Y esto es grave porque lo que va ocurriendo es una normalización del trabajo doméstico desde la infancia, donde vamos asumiendo que es parte de la vida y no es así”, explica Paula Poblete, directora de Estudios de ComunidadMujer.
Pero, ¿qué consecuencias concretas tiene este fenómeno en la vida de niñas y jóvenes, sobre todo en sus trayectorias en el sistema educativo? El boletín Prevenir la exclusión escolar con perspectiva de género para una reactivación sostenible, elaborado por ComunidadMujer y la Fundación BHP Chile, en el marco del proyecto “Red de Educación Digital”, advierte que su impacto es tal que se ha transformado en uno de los factores de riesgo para la deserción o exclusión escolar. “El cierre de las escuelas reduce el acceso a una educación de calidad y exacerba las vulnerabilidades previas a la emergencia sanitaria, afectando, especialmente, a las niñas; incluso en los lugares donde las escuelas se encuentren abiertas, existe el riesgo de que aumenten las tasas de exclusión escolar entre ellas, a medida que se incrementan las responsabilidades domésticas y de cuidado producto de la pandemia”, señala el documento.
“Las cifras muestran con claridad que las niñas y adolescentes dedican más horas que sus pares hombres a tareas domésticas y de cuidado, restando tiempo a sus estudios. Esto es un patrón cultural que comienza a configurarse en la primera infancia y que tiene un impacto negativo en su educación, llevando incluso a la deserción escolar” , dice Alejandra Garcés, directora de la Fundación BHP. Al respecto, ya en 2015 -según la encuesta Casen- 550.000 mujeres habían abandonado el sistema educativo por motivos de cuidado o “razones familiares”. A pesar de este antecedente, en el boletín se explica que, desde el Ministerio de Educación, no se ha analizado cómo ha afectado el aumento de la carga del trabajo doméstico en la deserción escolar de la pandemia. “(La mesa técnica) tiene un enfoque fundamentalmente escolar, careciendo de uno social, que aborde los factores de riesgo desde una perspectiva de género”.
A pesar de no ser una variable considerada por el Mineduc, las expertas coinciden en que la sobrecarga en las tareas del hogar tienen un efecto concreto en la pérdida de escolaridad, sobre todo en un contexto de confinamiento, donde aumentan los requerimientos en el espacio privado. “Que las niñas tengan una sobrecarga en el hogar les resta tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante que es estudiar. El costo de oportunidad es lo más dañino porque en el día, que tiene 24 horas, tienes que dormir, hacer las cosas de la casa, cuidar a tus hermanos, y ¿a qué hora estudias o juegas? Esas horas destinadas a trabajo doméstico se restan a lo que les corresponde hacer, y obviamente no es deseable. Y además está la injusticia que se le carga la mano a las hermanas. Si no estamos atentas a esta sobrecarga, vamos a estar condenando a muchas mujeres a no seguir con formación escolar y de ahí es una cadena de malas noticias”, dice Poblete.
Algo similar manifiesta Francisca Morales: “Asumir las tareas domésticas, el cuidado de los hermanos y dejar de lado los estudios, limita los espacios de desarrollo de las niñas y sus posibilidades de dedicarse de lleno a lo que las puede hacer crecer como personas. Repetir este modelo les pone un techo de cristal invisible, pero presente, donde su carrera profesional o expectativas deben estar siempre enmarcadas por las posibilidades de que sea todo compatible con criar hijos y estar a cargo de la vida doméstica”, manifiesta.
Así, la sobrecarga de trabajo en casa no solo tiene fuertes repercusiones en las trayectorias educativas, sino también en el mantenimiento de los estereotipos de género y en las dinámicas relacionales que se generan en la adultez. “Esto puede traer una asimilación temprana de un rol muy doméstico en la adultez. Es decir, puede naturalizarse o normalizarse al punto de tomarlo como algo normal, cuando es una construcción cultural que está muy asentada. Hay un efecto práctico, de trayectoria de vida, pero también un efecto cultural de reproducción de una cultura que tiende a sobrevalorar a la mujer en el caso familiar, mientras tenemos a un hombre ausente o marginal”, explica Javiera Reyes.
Por lo mismo, es necesario detener este círculo vicioso. No solo para abrir los horizontes de niños y niñas en el futuro, sino para actuar con urgencia ante los efectos del trabajo doméstico en la exclusión escolar. De manera concreta, el boletín de ComunidadMujer sugiere -entre otros- la implementación de campañas focalizadas en erradicar el trabajo infantil, donde se destaque la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidado que recae sobre niñas y jóvenes. Además, se propone generar un levantamiento periódico de información relativa a actividades y uso del tiempo en niñas, niños y adolescentes, para monitorear, fiscalizar y combatir el trabajo infantil en su más amplio sentido.
Sumado a eso, Paula Poblete indica que es necesario avanzar en el establecimiento de una educación no sexista para romper con los roles tradicionales de género. “Necesitamos criar y formar a nuevas generaciones sin estereotipos de género, donde la corresponsabilidad sea el patrón y donde se entienda que a todos nos va a tocar cuidar guaguas o llevar la plata a la casa”, indica. En eso, las familias y padres, como dice Francisca Morales, tienen un rol vital. “Es responsabilidad de los adultos que rodean el crecimiento y desarrollo de niños y niñas (familias, escuelas, comunidades) ayudar a que esos patrones de socialización sexistas sean derribados, abriendo todas las posibilidades a las niñas, pero también a los niños, que también se ven limitados en sus elecciones profesionales por los mandatos sociales”, analiza.
Sin embargo, para que eso se produzca es necesario que exista un cambio de mentalidad, que no solo provenga desde lo cultural, sino también desde las políticas públicas. “Para educar a la sociedad, se requiere de un proceso profundo. Tenemos que hacer que todas las políticas apunten a la promoción del rol masculino en la crianza, donde se los haga participar de manera obligatoria en el espacio privado. En ese sentido, todo lo que genere un cambio a nivel de valores o educación, contribuye. Como -por ejemplo- la extensión del posnatal parental”, finaliza Javiera Reyes.