Soy hija de padres mayores y crecí sabiendo que morirían mucho antes que los papás de mis amigas. Tanto así, que cuando estaban durmiendo profundamente la siesta me acercaba a ellos y ponía mi mano en su nariz para comprobar que estaban respirando. A lo largo de mi vida enfrenté con temor cada enfermedad de mi madre y cada accidente doméstico de mi padre. Hace algunos años mi madre se enfermó de cáncer y fue un dolor tremendo. Recurrí a todas las terapias y tratamientos para salvarla, pero no hubo caso. Desde entonces, he acompañado a mi padre en su proceso de viudez y también cuando rehizo su vida amorosa.
Actualmente mi papá tiene 82 años y ha comenzado a escuchar menos y a tener ciertos temores hacia la muerte. Hace algunos semanas le encontraron una afección al corazón y desde entonces lo veo temeroso, más dependiente y con pavor a seguir enfermándose. Trato de calmarlo, de explicarle que las enfermedades son parte de la vida, pero me preocupa verlo así. Siento que no logro contenerlo.
Lo cierto es que enfrentar la vejez y la muerte de nuestros padres es doloroso porque no estamos preparados. Nos da miedo que mueran y quedar solos en la vida. Selma Jashes, psicóloga clínica y terapeuta familiar, señala que cuando nuestros padres envejecen nos enfrentamos también a lo desconocido y sabemos que el camino es inverso. Entonces aparecen emociones que no nos gusta sentir, que nos incomodan, que nos obligan a enfrentar aquello para lo que hemos elegido estar ciegos. “Enfrentar que nuestros héroes de la infancia se vuelven frágiles, a veces muy tristes y que a pasos agigantados van perdiendo autonomía, salud física y mental, puede implicar comenzar a vivir un duelo anticipado”.
Así, al igual que en el duelo, en una primera etapa aparece la negación y el intento de evitar o aplazar ese dolor; luego se presenta la ira frente a la frustración de que lo que viene es inevitable e irreversible; y, finalmente, cuando la situación nos sobrepasa, nos sentimos enojados. Sobre este último sentimiento, Jashes señala que la dependencia de los padres muchas veces implica adaptar la rutina familia, social o laboral. Esa situación coincide con las crisis que experimentan a su vez los hijos cuidadores que también enfrentan diversas problemáticas familiares, económicas o deben apoyar a algunos de sus hijos. Entonces, por un lado, lidian con la tristeza, el miedo, la frustración de no poder estar todo lo presentes que quisieran con sus padres, y por otra parte, con sus problemas de vida todavía no resueltos.
Susana González, médico gerontopsquiatra y docente de la Pontificia Universidad Católica, sostiene que “En general, es difícil apreciar o identificar el paso del tiempo en las personas cercanas, con quienes tenemos un contacto frecuente. El envejecimiento es un proceso lentamente progresivo, por lo que a veces nos cuesta tomar clara conciencia de ello. Al tener contacto cotidiano con una persona nos adaptamos a sus cambios imperceptiblemente. Al contrario, cuando dejamos de ver a alguien durante mucho tiempo y lo reencontramos, se evidencia claramente cuánto ha envejecido. Por otra parte, cuando tenemos un vínculo de afecto con las personas, como ocurre con los padres, es normal que no queramos que sufran ni que fallezcan, y cuando esa posibilidad aparece en el horizonte puede generar emociones diversas, entre ellas, el enojo que suele ser una manifestación de rebelión, de no querer que ocurra lo que estamos enfrentando”.
Ciegos ante la vejez
A pesar de los cambios que hemos vivido vinculados con la longevidad y los mejores niveles de salud de las personas mayores, todavía persisten en nuestra sociedad muchos prejuicios y estereotipos relacionados con la vejez. Así lo demostró la IV Encuesta Nacional sobre Inclusión y Exclusión Social de los Adultos Mayores realizada por el Servicio Nacional del Adulto Mayor (SENAMA) y la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile (FACSO) en 2017, que concluyó -como en otros años- que existe pesimismo e insatisfacción por parte de los chilenos en torno a la vejez.
Sobre esta percepción generalizada, Susana González sostiene que “hace un siglo, las personas que llegaban a viejas eran pocas y la vejez era corta, por lo tanto, se la entendía como la antesala de la muerte. Entonces, la imagen de la vejez estaba vinculada a la enfermedad, el deterioro, la falta de recursos, la inactividad, la necesidad de reposo y de asistencia. Actualmente, considerando la expectativa de vida, la vejez es la etapa más larga de la vida y contamos con una población mayor tremendamente diversa. Por lo tanto, la sociedad no puede seguir teniendo una imagen estereotipada y generalizadora de la vejez como si todas las personas mayores fueran iguales”.
Esta mirada que todavía existe sobre el envejecimiento nos convierte en acompañantes inexpertos de nuestros adultos mayores. Así lo cree Gerardo Fasce, jefe de la Unidad de Cuidados del Adulto Mayor de Clínica Las Condes quien explica que “nuestra sociedad no está preparada para acompañar la vejez porque se han generado pocas instancias de entendimiento de lo que significa. No se conversa sobre este tipo de temas porque se interpretan como algo negativo y complejo”.
Todavía la cultura occidental valora la juventud, la fuerza y el atractivo físico, dejando a los adultos mayores sin un lugar y alejados de los roles que los definen socialmente. Esto ha provocado que no tengan un lugar de privilegio, la tranquilidad y el cuidado que deberían gozar en el ocaso de su vida.
“La responsabilidad y el desafío de la sociedad no es acompañar la vejez, las personas viejas no son sujetos pasivos que requieran acompañamiento. La mirada asistencialista de la vejez pasiva y necesitada ha sido desplazada por el concepto de que los mayores son sujetos de derechos. Por lo tanto, el desafío de la sociedad es la inclusión de este grupo etario, promoviendo su participación en todos los ámbitos, sin exclusiones de ningún tipo. El envejecimiento no es un proceso del cual la persona es víctima, el envejecimiento es un proceso activo a lo largo del cual la vida sigue construyéndose, dando lugar a muchas formas diversas de envejecer de buena manera”, agrega Susana González.
Aprender a acompañar
Francis Bocaz es diseñadora y debido a la pandemia se fue junto a su hijo a vivir a la casa de sus padres en Linares. Así, en su hogar de la infancia, ha disfrutado de la vida en familia y también ha enfrentado la vejez de su madre y de su padre. “Está el miedo latente de que partan en algún momento. Los escucho decir que la vida se les acorta, que todos sus amigos se han muerto y que quedan pocos en la cuadra. Es complicado escucharlos decir que tienen dolores y ver que se apagan, que se les olvida todo, que son más lento y porfiados”, dice.
En este tiempo con ellos, la profesional ha querido acompañarlos preparándoles comida saludable, creando momentos musicales que los haga vibrar, les ha hecho masajes y ha conectado con sus familiares a través de videollamadas. “Les he agradecido por darme la vida y también les he pedido perdón por no haber cumplido con sus expectativas”, comparte.
Superar el temor a ver a nuestros padres frágiles también es un trabajo personal, así como entender que la muerte es parte de un ciclo vital. “Es importante acompañar a nuestros seres queridos en sus procesos de vida para poder hacer progresivamente el ‘duelo de los cambios’”, sostiene María Soledad Cáceres, geriatra de Clínica Dávila.
Susana Gonzalez señala que uno de los mejores consejos es preguntarles a los padres qué esperan de nosotros, qué piensan, qué quieren y qué no quieren. “Hay que considerar que las personas mayores son sujetos de derechos, dentro de los cuales están los derechos a la libertad, autonomía y a tomar decisiones concernientes a su propia vida”.
Para acompañarlos en esta etapa de la vida, Selma Jashes aconseja pequeños cambios cotidianos que podemos hacer:
- No hacerles sentir que estar con ellos “es nuestra obligación como hijos”. Nuestros padres no son una carga que nos toca cargar. Es importante que ellos sientan que nos da felicidad poder estar presentes junto a ellos en esta etapa. Por eso debemos ser pacientes como ellos lo fueron con nosotros.
- Conversar sobre sus temores y prepararlos para lo que viene e incluir la dimensión espiritual. A los padres mayores les genera angustia la incertidumbre y no poder hablar sobre lo que les preocupa. Por eso es importante conversarles sobre el sentido de sus vidas y abordar estos temas con naturalidad, validando sus miedos y aprehensiones.
- Incorporarlos a la vida familiar con un rol. Que le enseñen algo de su experiencia a sus nietos, ya sea tejer o alguna recetas de cocina. También es bueno animarlos a escribir un libro con la historia familiar.
- Valorar su experiencia de vida. En las comidas de familia preguntarles sobre personas, historias vividas. Eso les da mucha alegría porque se sienten considerados.
- Incluirlos en el WhatsApp familiar: Para que se sientan al día con las noticias, anécdotas y conversaciones. Nunca hay olvidar que siguen siendo parte de la vida familiar.