Francisca Aspillaga nunca se olvidará de ese almuerzo familiar. Era el año 2018, estaba sentada junto Jaime, su marido, y sus cuatro hijos cuando él les planteó la idea: ¿Por qué no nos convertimos en una familia de acogida, les dijo.
“Teníamos que estar los seis de acuerdo. Jaime nos dijo que pensáramos con la almohada y que dentro de una semana lo conversáramos de nuevo”, recuerda Francisca.
La familia sabía perfectamente qué significaba eso. En ese tiempo, Francisca -decoradora de interiores y dueña de casa- llevaba cinco años como tesorera voluntaria en un hogar del Sename en Recreo, Valparaíso. Además, sus dos hijas mayores, ambas psicólogas, le contaban a sus papás y hermanos sobre la importancia de establecer lazos de contención en los primeros años de vida.
Diversos estudios han reportado los beneficios del acogimiento familiar por sobre la vida en una residencia. Un entorno de afecto, protección y cuidado permite un mejor desarrollo emocional y cognitivo de niños y niñas. Y un mejor desarrollo de su autoestima.
En 2010, por ejemplo, la ONU estableció que el acogimiento alternativo de niños de corta edad debería ejercerse en un ámbito familiar. Asimismo, la Unicef y la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar (RELAF) han instado a los países de América Latina y el Caribe a poner fin al internamiento de niños y niñas menores de tres años en centros residenciales.
Estas y otras razones hicieron que al día siguiente y no una semana después, todos le contestaran a Jaime que sí. Era domingo, estaban todos almorzando y no habían pasado ni 24 horas desde su propuesta. La familia entera estaba dispuesta a ser una familia de acogida. “Me sentí maravillada, muy agradecida. Nunca dudé que sería así, porque sé los hijos que tengo, conozco bien a mi familia”, afirma Francisca.
Una opción de cuidado
Las familias de acogida son una opción de cuidado alternativo para niños, niñas y adolescentes que han sido gravemente amenazados o vulnerados en sus derechos y que como consecuencia de esto han sido separados de sus familias originales por orden de un tribunal.
La idea detrás de las familias de acogida es que sean un espacio protector que acoja a los menores mientras se trabaja en la reparación del vínculo con su familia de origen. Si esto no es posible, se busca una alternativa definitiva como la adopción.
Pero para llegar a esto, y bajo la consciencia de que la familia temporal de un niño puede cambiar el destino de sus vidas, el proceso se tarda unos cuantos meses. Francisca lo recuerda: primero se contactaron con la fundación María Acoge, de Familias de Acogida Externas (FAE). Después postularon, fueron evaluados y capacitados.
“A lo largo de unos seis meses nos visitaron, nos conocieron, nos hicieron varios tests psicológicos. Fuimos a reuniones, nos explicaron el procedimiento, nos preguntaron cómo criamos a nuestros hijos, cómo somos”, detalla Francisca.
Al quinto mes del proceso vino la sorpresa: había una guagua que necesitaba ser acogida.
En ese momento, Francisca no se sintió preparada. Se avecinaba un viaje con su marido a Europa para celebrar sus 25 años de matrimonio. Hoy, se ríe de esa situación: “Las chiquillas de la FAE me decían: ‘Pancha, cuando tenías guaguas chicas y te ibas de viaje, ¿con quién las dejabas?’’. Yo les contestaba que con mi hermana o con mi mamá. Entonces claro, era totalmente factible que, durante algunos días, mi hija de 26, mi hijo de 25 o la de 23 nos apoyaran”.
A los 15 días Francisca y Jaime recibieron un llamado de la oficina de Valparaíso informándoles que esa guagua de tres meses todavía no tenía dónde irse y por eso se encontraba en una casa de acogida de emergencia. “Yo soy católica, y en ese minuto sentí que era el Señor diciéndome ‘no es cuando tú quieras, es cuando yo te necesite’. Inmediatamente les dije al teléfono que seríamos la familia de acogida de esa guagua. Que me iba a ir de viaje, pero que alguno de mis hijos la iba a cuidar durante algunos días”, se acuerda Francisca.
Poco después, llegó la guagua. Maximiliano, de tres meses y medio. Venía con muchas carencias. Hasta ese momento, lloraba y se enfermaba mucho. Tenía síndrome de abstinencia porque su mamá -que vivía en situación de calle- se había drogado durante el embarazo.
“Cuando llegó, lo amamos de inmediato. Era un niño exquisito, muy parecido a nuestro hijo, pero indefenso, que no tenía a nadie que los sostuviera, que lo quisiera, que le ofreciera cariño de forma incondicional. Ese día entendí cómo las personas que adoptan aman a sus hijos, aunque no sean de sangre. Lo tratamos como si fuera nuestro quinto hijo”, recuerda Francisca.
La familia de acogida cuidó a Maximiliano durante un año y seis meses. Lo llevaron al pediatra, le pusieron todas las vacunas, lo acompañaron durante -literalmente- sus primeros pasos. “Todos nos involucramos. Todo esto fue en época de pandemia, entonces pudimos acompañarlo de cerca en conjunto. Después de la crisis sanitaria, lo llevábamos a pasear, a la playa. Maximiliano lo pasaba chancho”, comenta.
En ese proceso, el padre de Maximiliano que estaba en la cárcel por una condena de cinco años por droga y robo, pidió cuidarlo. Pero los tribunales establecieron que él era susceptible a adopción. Tras recuperarse junto a la familia de Francisca, Maximiliano fue adoptado.
“Cuando nos despedimos de Maxito él ya era un niño sano, desenvuelto, que estaba empezando a hablar, seguro de sí mismo, contento, rodeado de animales. Era un niño feliz”, recuerda emocionada, Francisca.
“Cuando llegó, lo amamos de inmediato. Ese día entendí cómo las personas que adoptan aman a sus hijos, aunque no sean de sangre. Lo tratamos como si fuera nuestro quinto hijo”, recuerda Francisca.
Ella y su familia lamentan que la pareja que lo adoptó no les haya permitido seguir siendo parte de su vida. “Nos duele porque somos parte de su historia, nos hubiese gustado ser tíos lejanos, para que este niño no vuelva a sentirse abandonado”, afirma.
Familia de acogida por segunda vez
Un año después de la partida de Maximiliano, Francisca y Jaime recibieron un nuevo llamado. Les ofrecían hacerse cargo de una nueva guagua: Mía, una niña de dos meses y medio que estaba en un hogar, desnutrida, pesando solo tres kilos.
“La fuimos a buscar y también nos enamoramos altiro. Era deliciosa. Era chiquitita, tenía muchas legañas en los ojos, estaba flaquita, flaquita”, se acuerda Francisca.
Mía necesitaba mucho cariño. Y lo recibió. A las dos semanas empezó a subir de peso, le pusieron aritos, le compraron ropas nuevas.
Eso sí, Francisca reconoce que fue un período más duro. Ya no estaban en cuarentena, su hija mayor se había casado y los demás habían vuelto a la presencialidad, por lo que tanto ella como su marido tuvieron que hacerse cargo de la situación más solos que antes.
Aunque la madre de Mía -de 17 años- quería tenerla, los tribunales declararon a la menor susceptible a adopción. Poco tiempo después, en enero de este año, Mía fue adoptada por un matrimonio joven.
A diferencia de lo que pasó con Maximiliano, toda la familia de acogida ve actualmente a Mía. Es más, Francisca y Jaime son sus padrinos. “Somos parte de su vida. Somos su red de apoyo y eso nos tiene con el corazón lleno”, cuenta.
¿Están dispuestos a seguir siendo familia de acogida?
“Creo que no me da el corazón para otro desapego. Ya tenemos 55 años y vamos para los 56. Ya tenemos nieto, mi hija trabaja, entonces yo lo cuido mucho, pero sí estaría dispuesta a ser familia de acogida de emergencia, tener a los niños uno, dos meses. Me gustaría porque les toca difícil y quiero poder ayudar. Además, creo que es importante que se sepa la urgencia que tenemos en Chile de contar con más personas que sean familias de acogida.
El pasado 11 de junio el gobierno lanzó la campaña “El poder de cuidar”, que busca sumar a familias para que acojan a niños, niñas y adolescentes de manera temporal. Los requisitos son ser mayor de edad, no tener antecedentes penales y no estar inhabilitado para trabajar con lactantes, niños, niñas y adolescentes. No es necesario estar casado, ni tener hijos.
Hoy, el Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia ha priorizado el programa de Familias de Acogida como medida de cuidado alternativo y se ha fijado la meta de eliminar las residencias para menores de tres años (como Maximiliano y Mía) en un plazo de cinco años.
Francisca aboga a favor de que esas residencias dejen de existir y que otros como ella, Jaime y sus cuatro hijos, se conviertan en familia de acogida.
¿Qué fue, para ustedes, ser una familia de acogida?
“Fue y es darle amor incondicional a alguien que no tuvo la suerte de tenerlo naturalmente por sí solo, que no tuvo un papá o una mamá. Es dejar de pensar en ti, es darte a los demás, es darle a un indefenso. Yo siento que nosotros como familia cortamos la cadena de la pobreza, de la mala suerte de estos dos niños. Cortamos esa cadena siendo familia de acogida, porque estos niños ahora sí tienen apego, sí saben lo que es ser querido”, concluye Francisca.