Y hemos visto los diversos efectos que la pandemia dejó en nuestros/as hijos/as y sin dudas uno de ellos ha sido la regresión de algunas conductas y/o un freno en su desarrollo emocional. Y es que la interacción con sus compañeros/os, la asistencia a clases, las experiencias sociales, la adquisición de ciertos aprendizajes, eventos de la edad, rutinas, hábitos y límites -entre otras muchas experiencias- fueron interrumpidas abruptamente. generando un inevitable retroceso en algunas competencias que antes dominaban o un estancamiento en otras.

Tanto los sistemas de las casas como los educacionales -jardines infantiles y/o colegios- promueven valores, comportamientos, hábitos, habilidades y normas que los niños y jóvenes van incorporando en su crecimiento y desarrollo. Así, poco a poco se van familiarizando con cosas como higiene de sueño, control de esfínter, regulación emocional, higiene corporal, hábitos de estudios, asertividad, competencias sociales, pensamiento crítico, discernimiento, entre otros. Pero con la pandemia, muchos de estos sistemas tuvieron que adaptarse a la realidad, limitaron su quehacer, cambiaron sus roles y espacios. La casa pasó a ser el colegio, los espacios que antes eran para reunirse comenzaron a ser oficinas, las rutinas semanales y horarios comenzaron a ser laxos, los hijos/as se acostumbraron a la presencia de los papás y mamás, acudiendo y generando mayor dependencia. Y el ambiente y sistema que se generaba en las salas de clases desapareció para ser reemplazado por una clase virtual en donde muchos no prendían la cámara, lo que generaba una ausencia de interacción y de esta pequeña sociedad llamada escuela.

Si sumamos todo esto a las consecuencias emocionales de la pandemia, inevitablemente encontraremos un fuerte impacto en la adquisición de conductas y habilidades que se espera que se desarrollen a una determinada edad.

Diversos estudios, tanto nacionales como internacionales, han dado cuenta de un retroceso en la adquisición del lenguaje y motricidad fina y motora, esas que a temprana edad empiezan a ser necesarias para que los menores logren comunicarse, transmitir sus necesidades y explorar el mundo. Y es que es así como aprenden ciertas conductas que los ayudan a crecer y comienzan su autonomía: ir al baño, vestirse, comer, solucionar problemas simples como abrigarse cuando tienen frío; y el no poder hacerlo puede provocar que aparezcan sentimientos desagradables en los niños que, al no poder acceder al lenguaje correcto para manifestarlos, vuelcan esa frustración en pataletas como una manera de expresión. Todo esto también se puede extrapolar a los jóvenes, en quienes vemos que muestran un alto nivel de irritabilidad, baja tolerancia a la frustración, rigidez y cierta dependencia para solucionar sus problemas, manifestando conductas de mayor agresividad, rabietas y autolesiones como manera de canalizar sus emociones.

Es muy importante que como padres y madres tengamos presente que así como hubo que priorizar ciertos contenidos académicos, lo mismo debemos hacer con el desarrollo emocional. Los niños/as y jóvenes se vieron privados de espacios y sistemas que los alimentaba de experiencia para su sano crecimiento psicológico y social, sumado a un alto nivel de estrés como consecuencia del contexto y crisis sanitaria. Esa autonomía y habilidad que se vio enormemente afectada es la que le permite al ser humano explorar el mundo e ir comprendiendo su individualidad e identidad. Por eso es muy importante que los adultos pongamos atención a ella y la volvamos a potenciar en nuestros hijos/as, porque tienen que comprobar, a través de su experiencia, que pueden desarrollar habilidades y creer en sus cualidades confiando que son capaces de traspasar y solucionar dificultades, aprendiendo de los errores y tolerando su frustración sin la subvención de su papá o mamá. Si esto no se cumple, serán adultos infantiles, que realizarán “pataletas” cada vez que algo les salga mal. Nosotros, sus cuidadores, debemos volver a creer en ellos y darles autonomía sin miedo a que se equivoquen, y al contrario, estando orgullosos de cómo exploran el mundo y logran enfrentar las dificultades por sí solos.

Aquí, algunas estrategias que nos pueden ayudar:

  1. Confiar en ellos: fomentarles que pueden realizar acciones y tareas de manera autónoma. De a poco aprenderán a hacerlas cada vez mejor, pero lo importante es fomentar la confianza en sus habilidades. Por ejemplo, animarlos a probar diversas actividades extraprogramáticas solo por placer y sin necesariamente ser los mejores o felicitarlos por su esfuerzo académico aunque el resultado no haya sido lo esperado.
  2. Fomentar la curiosidad: Si queremos niños y jóvenes autónomos/as, debemos estar dispuestos a que puedan desarrollar la iniciativa, proactividad y curiosidad. Celebrarles que quieran explorar y probar ciertas experiencias. A veces con los primeros hijos estamos muy encima, tenemos miedo de que les pase algo. No dejamos que se suban a ciertos juegos, que coman tierra, que exploren ciertos lugares. Por supuesto que tenemos que velar por su integridad física, por eso es importante lograr un equilibrio y ser conscientes de la importancia que deben descubrir el mundo ellos mismos.
  3. Presencia de normas: En relación a lo anterior y para poder generar un equilibrio, parte de la autonomía es poder ser capaces de la autorregulación, lo cual se desarrolla gracias a la presencia de normas al interior del sistema familiar. Estas permitirán crear un marco de conductas y hábitos esperados que deben ser desarrollados, como también la consciencia de vivir en comunidad. La autonomía no es sinónimo de hacer “lo que uno quiere”, sino de ser capaces de poder elegir ciertas acciones y decisiones de manera responsable y haciéndonos responsables de las consecuencias.
  4. Respetar la individualidad: No comparar entre hermanos las habilidades y debilidades. Darle espacio a cada uno para que muestre ese aspecto en el que se siente seguro y que entre ellos se enseñen.
  5. Darles tareas y responsabilidades: Según la edad que tengan podemos ir dándoles tareas de las cuales se sientan responsables. En algunas tendremos que guiarlos para que luego las comiencen a realizar sin nuestro recordatorio o ayuda. Para esto debemos tener dos aspectos presentes: 1.Enseñarles a hacer dichas tareas sin esperar que la terminen haciendo igual que nosotras. 2. Entregarles los materiales necesarios para que la desarrollen. Ejemplos: hacer su cama, ordenar su clóset, preparar su mochila para el otro día, preparar su ropa, bañarse solos, generar estrategias de estudio, poner la mesa, si no llevaron una tarea al colegio que ellos solo hablen con su profesora.
  6. Hábitos y rutinas: Algo que ayuda a que vayan haciéndose cargo de alguna tareas, es que previamente les hayamos enseñado ciertos hábitos. Esto permitirá que ellos/as hayan adquirido acciones como rutinas, entendiendo que son beneficiosas para ellos/as y que deben poco a poco integrarlas como responsabilidades.
  7. Incorporarlos en decisiones: El poder hacerlos parte del sistema familiar con roles o haciéndoles participar de decisiones, genera que se sientan comprometidos, ya que también depende de ellos/as que todo funcione. Según la edad, se les puede ir entregando roles y decisiones (elegir juegos para que todos participen, hacer el menú con ellos, decidir en conjunto qué actividad pueden realizar el fin de semana, preguntarles su opinión con respecto a la distribución de muebles en algunos lugares de la casa, encargarles que paseen a la mascota, ser responsables de darle alimento, entre otros).

Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: ps.josemontiel