Los datos entregados por la Encuesta Bicentenario UC (2022) son esperanzadores y desafiantes. Desde 2019, bajó del 45% a un 37% la percepción de que “la familia se descuida si la mujer tiene un trabajo de tiempo completo”. Esta disminución ha sido sostenida e incluso ha mostrado algo de aceleración en el último tiempo, bajando dos puntos porcentuales en sólo un año.
Esta es sin duda una buena noticia, pues da cuenta de un cambio cultural que está ocurriendo en relación a la manera en que percibimos la maternidad y el poder de decisión de las mujeres respecto a cómo vivirla. Así, la misma encuesta nos muestra que otras creencias limitantes para las madres han ido cambiando en el tiempo también. Si en 2019 el 58% de las personas consideraba que “la mujer debe quedarse en la casa mientras los hijos son pequeños”, para 2022 menos de la mitad de los entrevistados concordaron con esa visión (49%). Sin embargo, hay otras ideas asociadas a desarrollo y maternidad que, si bien han ido cambiando, su variación es más lenta. En 2019, el 41% de las personas creía que “el ser únicamente dueña de casa le impide a una mujer realizarse plenamente”, percepción que había disminuido levemente en 2021 (39%), pero que no volvió a cambiar para la medición de 2022.
Este último dato nos muestra que el cambio cultural sigue siendo un desafío y que todavía tenemos mucho que aprender como sociedad. Para determinar qué contribuye o dificulta a la realización de una mujer madre, lo más importante será preguntarnos si sus decisiones están pudiendo ser tomadas en libertad.
Para ello, necesitamos redes de apoyo y políticas públicas que contribuyan a que las mujeres puedan ejercer su maternidad libres de impedimento pero ojalá también libres de juicio. En definitiva, que ninguna mujer sienta que se le tilda de descuidada con su familia por trabajar tiempo completo, asimismo que ninguna sienta que se le enjuicia por dedicarse exclusivamente a la crianza, para calzar con la expectativa de una sociedad que muchas veces pareciera valorar más lo productivo que lo reproductivo.
Esperamos entonces que este cambio cultural siga avanzando y que no se ponga a prueba sólo en las encuestas, sino en la práctica de todos los días: en políticas de género que no dejen atrás a las madres, y donde, junto con la inserción laboral, exista respeto al tiempo que las mujeres quieran dedicar a la crianza; en familias donde exista una verdadera coparentalidad, en comunidades atentas a las necesidades de las madres y donde el valor del cuidado, especialmente en relación a la maternidad y paternidad, se releve con la misma importancia que el trabajo remunerado, y, en definitiva, en una cultura que desde la inclusión de estas temáticas en sus planes educativos apoye a las madres y a las familias para que se desarrollen en plenitud, sea cual sea el camino que elijan para alcanzarla.