Cambiamos nuestro trayecto a casa por uno de calles más luminosas por terror a ser abusadas. La incomodidad ante la mirada de los hombres nos lleva a tapar ciertas partes del cuerpo que han sido sexualizadas por ellos. El diseño de la ropa que ocupamos desde niñas limita nuestra capacidad de juego y movimiento. Abandonamos el deporte en la adolescencia por vergüenza a mostrar los cambios físicos propios de la edad. Estos son solo algunos efectos que tienen en nuestros cuerpos la forma en que las mujeres nos relacionamos en el mundo.

La Académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, Alejandra Energici, lleva cinco años investigando sobre esta construcción social del cuerpo, estudios que han dado cuenta de cómo la experiencia de ser mujer en esta cultura ha influido en la relación que tenemos a diario con nuestro físico, incluso llegando a moldear el espacio, el movimiento, y el volumen que ocupamos.

¿Por qué decidiste investigar sobre la relación de las mujeres con su cuerpo?

Porque tenemos poca teoría del cuerpo, ha sido más estudiado desde la ciencia natural. Las ciencias sociales se han dedicado más a la mente, qué es lo que la gente piensa, lo que percibe. Existe esta división mente-cuerpo, pero el cuerpo es una forma de estar en el mundo.

Uno de los resultados que resaltó en tu investigación fue cómo el acoso y el abuso condicionan la relación que tenemos las mujeres con nuestro cuerpo.

De hecho el cuerpo de la mujer está mucho más influenciado por la discriminación, el acoso y la violencia que por los ideales de belleza. En la literatura aparece respecto de casos muy extremos, donde la obesidad, por ejemplo, puede ser una respuesta ante la experiencia de un abuso o violación, como una forma de causar rechazo y protegerse de los hombres. Pero también ocurre con el acoso cotidiano, es algo que influye en la manera en que se despliega el cuerpo en el espacio social. Un cuerpo, por ejemplo, que se podría pensar para lucirlo, no se luce justamente porque lo convierte en un cuerpo riesgoso. La gente dice “si no quisiera que le gritaran en la calle, no andaría vestida así”. Los abusos se caracterizan justamente por poner en la víctima la causa del abuso, por eso las mujeres viven con vergüenza. Por otra parte, tenemos una serie de conductas tan automatizadas que no nos damos cuenta de que los hombres no las tienen. Cerramos siempre la puerta del baño con llave, buscamos los lugares con más luz cuando caminamos por la calle de noche, cuando el metro está lleno nos ponemos pegadas a la pared. Es el mito de la violación; hacemos una serie de cosas para evitarla y muchas no nos damos cuenta.

Dices que el género condiciona también el espacio que ocupa nuestro cuerpo.

Lo corporal nos va situando tanto en interacciones sociales como en los lugares que tenemos que ocupar, y eso tiene que ver con los espacios sociales que nos están permitidos. Hay un estudio de los años 70 que muestra una fotografía en una estación de tren donde se evidencia el espacio que ocupan los hombres para sentarse en comparación con las mujeres. Fue un tema de controversia también hace unos años; de los 70 a la actualidad no ha cambiado mucho. Los hombres se sientan con las piernas abiertas, hablan más alto. Las mujeres en cambio se sientan de pierna cruzada con la mano en la falda, hablan bajo…se va instalando que para ser femenina debes ocupar poco espacio, y una se va constituyendo como un sujeto que puede ser omitido. Y eso obviamente se ve en todos los niveles, también en lo corporal. Son micro prácticas que van quedando en el cuerpo, en el sujeto, en el espacio social.

¿Aprendemos a sentir vergüenza de ocupar espacio y mostrar nuestro cuerpo?

En Chile tenemos una norma muy fuerte respecto a la vergüenza, cuando los cuerpos se alejan de la norma lo que se espera es que se sienta vergüenza de él. Uno ve países donde las mujeres gordas muestran su cuerpo, andan en bikini en la playa; en Chile se espera que se bañe con polera. Tenemos una cultura que facilita la vergüenza.

¿Cuándo se inicia esta formación social del cuerpo femenino?

La socialización en género es desde muy chicas y la tenemos tremendamente normalizada. En el deporte aparece muy fuerte. Las mujeres dejan la actividad física a los 11 años, a partir de ahí hay una taza significativa de baja en relación a los hombres, y tiene que ver con que empiezan a sentirse muy incómodas con su cuerpo, porque les salen pechugas y les saltan. La ropa es también otro ejemplo; es la manera en que más se nos enseña a las mujeres cómo movernos o no movernos. Se juega ahí algo bien interesante en cuanto a movimiento y género, de cómo el cuerpo no se tiene que mover, qué lugar tiene que ocupar, cómo un cuerpo se pone en riesgo. Eso ocurre desde muy chicas; la ropa de guagua de niña es más finita que la de hombres y eso influye directamente en el movimiento.

A las niñitas súper chicas se les dice que no muestren los calzones y, por otra parte, tienen una ropa que facilita que la muestren, entonces ponen en ella la responsabilidad de no mostrarla para no correr riesgos. Los niños no tienen ese problema, las partes íntimas están tapadas por el pantalón hagan lo que hagan. En algunos jardines hay delantal de niño y de niña, el de niña es acampanado y es más incómodo para subirse a un resbalín o un árbol. En los uniformes de colegios a veces también hay buzos de niñas y de niños, uno más ajustado que otro. Eso tiene efecto en los niños porque hay unos flaquitos que no llenan el uniforme; les están dando un mensaje de que no tienen un cuerpo masculino. Y a las niñas más gorditas con el buzo apretado les dicen que su cuerpo es muy grande. La ropa juega un rol muy importante respecto a cuál es la norma, qué cuerpos son los adecuados. De adultas también pasa, nos condicionan a andar con cartera, aunque es muy incómoda porque tienes que andar con algo en la mano. Los bolsillos de hombre son amplios y el bolsillo de la mujer es poco funcional, decorativo, no sirve para nada. Los tacos; las mujeres no alcanzan ni a cruzar la calle.

¿Por dónde empezamos a cambiar esto?

Las instituciones tienen un rol importante, pero les cuesta harto; operan sobre reglas informales, acciones pequeñas, aunque sistemáticas. Eso es lo que cuesta identificar, cuesta poner el dedo ahí, aunque así es donde se juegan los cambios; cuando podemos poner sobre la mesa un tema. Creo que en lo funcional la denuncia funciona mucho, y ser capaces de reflexionar de estas prácticas que tenemos tan normalizadas y condicionan nuestro cuerpo.

Todo lo que tiene que ver con el acoso callejero fue un avance importante, por ejemplo, de poder decir “esto no es normal, esto es violento”. Antes se defendía el piropo, porque era la “picardía del chileno”, ahora ya no. Pero eso a veces tiene un costo personal muy alto. Hay que tener personalidad para contestarle a un hombre en la calle. Una mujer gorda en bikini en la playa es un acto de resistencia, pero el costo para ella es súper alto. Los hombres también tienen un rol importante; una cosa que ha ido ocurriendo son las sanciones entre ellos en los grupos de WhatsApp. Ayuda mucho que sea algo social, que hagamos entre todas y todos.