Cómo las células madre de mi hija se transformaron en una esperanza para el tratamiento contra el cáncer de su hermano
“Todo esto empezó en 2019. Con mi familia estábamos visitando a familiares en Bolivia y en septiembre Andy, mi hijo menor en ese entonces, se golpeó su pierna jugando en el resbalín. Me dijo que no le dolía y por eso no lo llevé al consultorio, pero cuando semanas después me di cuenta de que el moretón no se le iba, decidí llevarlo. El doctor me dijo que no me preocupara, que el color verde desaparecería con los días, pero no eso no pasó. De hecho, empezó a bajar de peso, dejó de comer y yo lo veía muy decaído. Yo conozco a cada uno de mis hijos y era capaz de darme cuenta de que algo le estaba pasando.
Las primeras complicaciones vinieron porque él era chileno y allá no lo querían atender. Lo llevé a un médico particular y sólo me recetaron Paracetamol. Pero en noviembre seguía el moretón así que le hice unos análisis. Salieron todos buenos, sin embargo, en el lugar del moretón le salió un absceso y le dolía la pierna al caminar. Así nos pasamos yendo y viniendo al consultorio y a diferentes hospitales hasta que le cortaron esa parte de la piel y le sacaron esa sangre acumulada.
Cuando salió de la cirugía tenía la carita llena de moretones. Los doctores me insistían con que había entrado así al procedimiento, pero sé que no. De hecho, yo tenía una foto que le mandé a mi esposo justo antes de que entrara y su carita estaba perfecta. Cuando llegué a la casa vi que tenía de esos moretones repartidos en todo el cuerpo y le descubrí dos pelotitas en la parte de debajo de la axila y el cuello.
El lunes lo llevé a curación y le comenté al doctor. Me mandaron a hacerle ciertos exámenes y otra vez me insistieron en que estaba todo bien. Pero mi hijo no tenía ánimo, estaba cansado y sus moretones seguían aumentando en el cuerpo.
Era fines de diciembre, ya habían pasado más de tres meses desde la primera consulta y habíamos recorrido muchos consultorios, hospitales y doctores sin obtener una respuesta. A esas alturas lo mejor era volver a Chile, pero hacerlo por bus era un viaje demasiado largo y ninguna aerolínea quiso hacerse responsable si le pasaba algo en el vuelo. Andy estaba muy delicado: no caminaba, no comía, le dolían los músculos y los huesos.
Sumado a esto, por esos días los hospitales en Bolivia estaban colapsados por un brote de Zica y Dengue. Me acuerdo que una vez estaba esperando ser atendida con Andy y me entrevistó un canal de televisión pensando que mi hijo tenía alguna enfermedad asociada al brote. Les dije que no y conté todo lo que nos había pasado durante los últimos meses. Rogué en la televisión por ayuda. Llevaba meses esperando ser atendida. A los quince minutos vino alguien del hospital a decirme que me atenderían. Y hospitalizaron a mi niño, en una camilla en el patio que tuve que cubrir con un mosquitero para cuidarlo.
Al día siguiente nos subieron a hematología y el 12 de febrero llegó el diagnóstico: Leucemia Linfoblástica Aguda PT avanzada en 75%. Andy tenía un 25% de probabilidades de sobrevivir. Mi mundo se cayó y junto a eso era inevitable pensar en qué hubiese pasado si el diagnóstico hubiese llegado antes. ¿Podríamos haber detenido el avance?
Mi familia hizo rifas y comidas para ayudarnos con los gastos y una fundación española nos donó las quimioterapias. Nosotros no podíamos pagarlas.
Con los días empezaron a tratarlo y empecé a verlo mejor. En marzo, cuando ya había mejorado un poco gracias a las quimioterapias, logramos traerlo a Chile en avión gracias a la ayuda económica de mucha gente.
Llegamos al hospital de Antofagasta y la doctora Pamela Inostroza, de quien estaré siempre agradecida por su profesionalismo y cariño, nos dijo que había que internar a Andy entre tres y seis meses. Me quedé con él todo ese tiempo y mi niño poco a poco se empezó a recuperar. Es un guerrero, él es muy fuerte.
Cuando estuvo mejor nos fuimos a Santiago a seguir el tratamiento en el Hospital Calvo Mackenna. Ahí conocí a muchas familias que estaban pasando por momentos difíciles como el nuestro. Una día, una mamá me contó que tuvo que embarazarse para poder donarle las células del cordón umbilical a su hijo enfermo y así ayudarlo en su recuperación. Yo, por razones obvias no tenía cabeza para pensar en otro hijo, pero resulta que sin saberlo y milagrosamente, estaba también embarazada.
No tenía atrasos en mi período ni me sentía mal. Me enteré porque mi marido, que odia los chocolates, estaba antojado y se pasaba el día comiendo, igual como lo hizo durante mis tres embarazos anteriores. Me hice dos tests que salieron negativos. Hasta que un día mi esposo se desmayó y cuando se recuperó me dijo que me alistara para ir al hospital. Quería que me hiciera un examen porque sus antojos, el desmayo y tener tanto sueño durante el día lo hacían sospechar. Y sí, resulta que tenía 16 semanas de embarazo.
Cuando le conté a la doctora de Andy que estaba embarazada, le dije que quería guardar el cordón umbilical para usar las células madres, porque había escuchado la historia de esta otra mamá. Me dijeron que por tener un hijo con cáncer salía gratis y me contactaron de Vidacel, un banco familiar de células madre para decirme que ellos apadrinarían a Andy y nos acompañarían en este proceso. No podía creer tanta generosidad.
Antes de saber que estaba embarazada Andy siempre se ponía sobre mi guatita y me decía que le gustaba el ruido, que lo relajaba. Cuando le contamos, me dijo que él ya lo sabía, que Dios le había dicho en uno de sus sueños que iba a venir un angelito y lo iba a ayudar a que viva más tiempo. Y no solo eso, él siempre supo que era niña, me lo decía antes de que la ecografía lo confirmara.
La Eimy nació el 25 de noviembre de 2021 y en enero le dieron el alta a Andy. Pero cuando pensamos que todo estaba bien, en marzo le hicieron exámenes a Andy y nos dijeron que tenía recaída testicular, que los blastos se habían ocultado en el testículo derecho y había que sacarlo. Otra vez pabellón, otra hospitalización de tres o cuatro meses. Empezar de cero otra vez. Una pesadilla.
En esos meses sólo me separaba de él para ir a la casa de acogida cuando tenía que lavarle ropa o planchar. Con las radios y quimios mi hijo se empezó a apagar, no tenía fuerzas para nada, no comía y tenía la piel muy delicada. Se le empezó a caer el pelo otra vez. Después de seis sesiones, el 12 de septiembre llegaron las células madres para el transplante, una intervención de mucho riesgo, pero que si no la hacíamos, eran pocos días los que me quedaban para disfrutar de mi hijo. Era la mejor opción para él y yo no quería verlo sufrir más. No nos quedó más que seguir aferrándonos a la fe.
A principios de diciembre le dieron el alta y Andy ahora está bien en un 75%. No se sabe por qué le dio esta enfermedad, nadie en mi familia ha tenido algo similar y yo me cuestioné mucho como mamá, si había hecho algo mal con él. Mi mundo de cayó a pedazos porque la culpa me sigue persiguiendo, pienso si le di algo que no debí, si no le di algo que debía. Tengo un millón de preguntas que nadie me ha sabido responder. Y la verdad es que ni los doctores saben. El cáncer no busca condición, color, tamaño, raza, religión ni nada. Tampoco escoge una edad.
Hoy un 98% de las células madre del cordón de Eimy corren por la sangre de Andy. Él está bien gracias a la doctora Tamara Inostroza y su equipo del hospital de Antofagasta; también por cómo lo trataron en el Hospital Calvo Mackenna y nos han acogido en el Hogar Casa Familia cada vez que vamos a Santiago. Y por VidaCel que guardó las células madres y fueron sus padrinos para que se pudiese hacer el trasplante. Y, aunque hay que seguir controlándolo, yo, mis hijos, mi esposo y mi familia estamos positivos repitiéndonos que Andy está curado y que se va a mantener así”.
Edith tiene 36 años y es mamá de 4 niños: Ashley (12), Andy (10), Keyleb (6) y Eimy (2).
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