Cuando Paloma Rocha (35) conoció por primera vez a su papá, era una niña de 12 años. Hasta ese minuto, si bien sabía que su padre existía, él era una figura completamente ausente en su vida. Paloma de niña solo había visto un par de fotos del matrimonio de sus padres, pero fuera de eso no tenía más información de quién era él. “Mi situación no era la de papás separados con un papá que viera los fines de semana”, cuenta. “Era más bien la de un papá que se había esfumado”. Paloma recuerda que, al haber estado en un colegio católico, desde muy chica notó la diferencia de no tener a un papá presente en su vida. “Mis compañeros naturalmente me preguntaban por qué mi papá nunca estaba o por qué mi mamá iba a las actividades del colegio sola, por qué para el Día del Padre le hacía regalos a mi Tata”, explica.

El haber sabido que su papá no quiso ser parte de su vida durante los primeros años la marcó profundamente. “Afectó en mis relaciones de pareja, sobre todo. De niña siempre me sentí muy débil emocionalmente y a medida que fui creciendo me armé una coraza para que no me lastimaran, pero siempre tuve ese tema de la imagen de hombre muy distorsionada”, comenta. “Mi primer pololo fue a los 15 años y esa relación duró más de 10 años. Pero desde un principio normalicé cosas con esa primera pareja que me daba cuenta de que no estaban bien, a pesar de que era chica”. Paloma recuerda que durante esos 10 años de relación hubo muchas infidelidades de las que ella prefirió hacer como que no sabía o, que si las confrontaba y su pololo las negaba, hacía como que le creía solo para evitar un posible quiebre. Otra situación recurrente era que terminaba con él porque realmente no se sentía enamorada. “Pero al tiempo volvíamos porque me sentía sola o perdida. Pensaba ‘¿qué va a pasar conmigo ahora si no estoy con él?’ Nadie más me va a querer”, recuerda.

El abandono o la ausencia de una figura parental en edades tempranas como la niñez puede marcarnos de forma tan profunda como la muerte de un ser que amamos, según explica Gabriela Dieguez, psicóloga especialista en pérdidas y duelos. “El abandono de algunas de las figuras significativas como la madre o el padre a una edad temprana es considerada una pérdida o duelo relacional”, explica la especialista. En esos casos, aclara la psicóloga, lo que se pierde es el vínculo con la figura de apego, que es fundamental en el desarrollo de la personalidad de un niño. “La figura paterna brinda y va enriqueciendo aspectos de la identidad personal y desde ahí entrega las herramientas o habilidades para afrontar conflictos propios de la vida, y en especial en la manera en que nos relacionamos con el mundo y con otros”, explica. Si bien el efecto de un padre o madre ausente en la niñez puede ser determinante para un niño, este supuesto solo se cumple cuando la persona no cuenta con otras figuras que puedan asumir esos roles de manera correcta o que puedan entregar las herramientas para evitar que esa ausencia termine afectando el desarrollo emocional en el futuro.

Fernanda Karlezi es psicóloga especialista en primera infancia y concuerda con que, en los casos de abandono, el daño se produce por el apego que no puede generarse de forma apropiada en ese niño y no está tan determinado por la persona que se pierde. “El apego es un vínculo emocional que establece el niño en base a las respuestas que obtiene de un otro significativo”, explica. “El apego nos acompaña durante todo el ciclo vital. Las interacciones y experiencias repetidas en el tiempo van a ir dando forma a nuestra estructura cerebral, es por esto que las dinámicas relacionales aprendidas van a repercutir no solo en la niñez, sino que también en la vida adulta y la pareja”.

Gabriela Dieguez explica que es la figura del padre y su presencia la que ayuda a entender las relaciones interpersonales teniendo como clave la flexibilidad y la integración, esto quiere decir que podemos querer a mas de una persona sin tener que elegir. Desde ahí podríamos entender las consecuencias de la ausencia de esta figura en nuestra personalidad, identidad y manera en que nos relacionamos con otros. “Su abandono o ausencia puede afectar principalmente la capacidad de establecer un vínculo sano con otros, como la pareja en este caso porque la visión de la vida, de las normas, y del vínculo no se han conformado de manera correcta o completa”.

Desde ese primer pololeo todo fue peor para Paloma. Sus relaciones nunca volvieron a ser tan largas como con ese primer pololo, pero el perfil de hombre que buscaba como pareja era siempre el mismo: personas que tenían otras parejas, que le mentían o que simplemente no estaban dispuestos a comprometerse realmente con ella. “Tuve muchas relaciones así con personas que me engañaban, que me hacían sufrir. Relaciones que sabía que no iban a ninguna parte”, explica. “Y todos esos años seguía yendo a terapia tratando de entender por qué terminaba siempre con el mismo tipo de persona, sin caer en cuenta que la que tenía que sanarme era yo, que tenía que aprender a quererme”.

Fernanda Karlezi explica que los niños se pueden adaptar a las diferentes circunstancias, pero esto no quiere decir que no existan huellas significativas que se pueden manifestar en un largo plazo tanto en la salud mental. Es por esto que muchas personas que viven experiencias durante la infancia como la que vivió Paloma con sus papá desarrollan una inseguridad afectiva que los lleva la búsqueda de lo perdido: una búsqueda constante de afecto, demandando de sobre manera la disponibilidad de un otro o, por el contrario, podría expresarse rechazando el vínculo, desconfiando del entorno, rehuyendo de la intimidad y del mundo de las emociones por miedo a exponerse y quedar vulnerable a la pérdida o a el abandono.

A pesar de que muchos niños que han sufrido el abandono por parte de una figura de apego durante la infancia arrastran las consecuencias de ese duelo no elaborado hasta la adultez, Gabriela Dieguez explica que la forma en la que repercute en sus vidas y sus relaciones puede variar enormemente. “En esto no podemos tener una mirada determinista”, aclara la especialista. Según ella, hay investigaciones que se centran en las consecuencias psicológicas de una pérdida no elaborada, como también hay muchas que se enfocan en los recursos personales de cada individuo, de otras figuras significativas que a lo mejor cumplieron un rol excepcional en la vida de ese niño o niña y que de alguna manera equilibraron esta ausencia. “Puedes conocer a dos personas con dificultades para establecer relaciones de pareja y una pudo haber crecido con ausencia de un padre o una madre y otra no por lo tanto no es una consecuencia psicológica directa. El abandono sí afecta, pero no por eso no van a haber otros factores que puedan equilibrar esa ausencia”.

Según Paloma, su gran aprendizaje es el amor propio. “Una merece ser querida y tener un compañero que no te mienta, que realmente quiera estar contigo”, explica. “Ahora tengo una pareja con quien realmente me siento amada, quien me ha ayudado a superar estos miedos a que me abandonaran. Con él aprendí que yo también merezco que alguien quiera estar conmigo y que se quede a mi lado”.