En su libro El yo y los mecanismos de defensa (1937), la psicoanalista Anna Freud –hija de Sigmund Freud– profundiza en los recursos protectores o mecanismos de defensa, que utilizan niñas, niños, adolescentes y adultos, en sus búsquedas de placer y evitación del miedo, ansiedad, culpa o angustia. Dentro de estos mecanismos aparecen la racionalización de nuestros miedos –como una manera para tratar de entenderlos– pero también la tendencia a ‘sofocar’ o archivar las situaciones que nos generan mayores conflictos. Es una manera, como explica el psicoanalista y académico de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, de reprimir lo que nos está conflictuando, como para hacerlo desaparecer. “Ese mecanismo, que algunos llaman de clivaje o escisión, tiene que ver con un proceso disociativo que busca resguardar o escindir en nuestro inconsciente lo que nos está afectando a nivel anímico y psíquico, para protegernos ante la ansiedad que nos genera. Es eso, en definitiva, lo que hacemos con los plazos, topes o deadlines, que son componentes altamente estresores, no solo de por sí, sino que también por estos mismos mecanismos a los que recurrimos”, explica.

Y es que en la medida que ocupemos mecanismos de defensa para negar nuestro trabajo o ese evento que nos mantiene inquietos y nos genera ansiedad, cuanto más se acerca la fecha determinada, más ansiosos nos volvemos. “Ese es un funcionamiento que adquirimos en la infancia o adolescencia para administrar nuestra ansiedad”, explica Matamala, “no quiere decir que sea negativo; es lo que aprendimos y por ende, cuando se acerca esa fecha que nos está acechando, apuramos los procesos, no solo porque hay que entregar, sino que porque nos acostumbramos a funcionar así”.

En la columna de opinión What Do Deadlines Do to Lifetimes? (¿Qué le hacen los plazos a nuestras vidas?), publicado recientemente en la revista The New Yorker, la periodista y columnista Rachel Syme explica que en la medida en que se acerca el último día para completar o entregar una tarea, sea cuál sea, todas y todos respondemos de maneras distintas bajo presión. “Algunas personas (bien adaptadas y diligentes) responden de una, pensando que la ansiedad de no pagar una cuenta o de un proyecto inconcluso es mucho más alta y dolorosa que la que puede generar ajustarse a un horario o fecha tope. Pero otros, como yo, viven en una feliz negación, al menos hasta el último minuto en el que, impulsados por la adrenalina, el café y el autodesprecio, nos precipitamos hasta el final, prometiendo que la próxima vez no será igual”, reflexiona Syme en su columna. Otros, sigue, descartan los plazos por completo, creyendo que son en el mejor de los casos, imaginarios, y en el peor, un atentado a la creatividad. “Pero la mayoría de nosotros seguimos haciendo listas de pendientes y gruñendo hasta que los logramos, si no para complacer a los demás, por miedo existencial a lo que podría pasar si es que no lo hacemos”.

En el libro de autoayuda The Deadline Effect (El efecto de los plazos), el editor de revistas Christopher Cox sostiene que los ‘deadlines’ son una innegable herramienta de motivación tanto para perfeccionistas como procrastinadores, apelando a que lo que pasa en esa última hora es transformador. “Ese efecto es parte de un fenómeno más grande, que tiene que ver con el ‘voyerismo del tiempo’; esa obsesión por ver cómo los demás ocupan su tiempo y preguntarnos por qué pareciera rendirles tanto más”, explicó Cox en la columna de Syme.

A su vez, como concluye Matamala, la razón por la que puede parecer difícil romper con el círculo tiene que ver también con el hecho que inconscientemente, cuando efectivamente logramos hacer todo a último minuto, sentimos placer. “No solo procrastinamos y nos demoramos en completar, también logramos lo acordado y entregamos. Eso genera una satisfacción sustitutiva equivalente al haber ‘ganado una carrera’. Entonces nos fortalece. Al final entonces ese mecanismo de negar hasta el final lo que hay que hacer no solo nos ayuda a lidiar con la ansiedad, a modo de mecanismo de supervivencia, sino que en algunos casos nos genera un algo de placer porque revitaliza nuestro yo. Se torna algo que tiene una doble acepción”.