Enfrentar la pérdida de un ser querido no es fácil para nadie. Accidentes fatales, enfermedades largas y dolorosas, muertes que muchas veces aparecen de forma sorpresiva; cada situación genera un dolor y un vacío que solo pueden describir quienes lo han vivido. Y es que el duelo -como sabemos- es un proceso personal que detona una serie de emociones y conductas que, en términos simples, buscan entender la pérdida: aceptar una nueva realidad. “El duelo es muy complicado. Nunca se sabe qué señales, qué cosas a tu alrededor desencadenarán una ola de recuerdos y sentimientos. Es como un francotirador emocional”.

Así, y según las fases del duelo por las que se esté atravesando, las y los individuos pueden sentir desde tristeza, irritabilidad, confusión y rabia, hasta sensaciones de desconfianza, problemas para conciliar el sueño, cambios en el apetito o incapacidad para experimentar placer (entre otros). “Hay un cambio en la rutina general. Por lo general, las personas se sienten como fuera de sí. Pueden haber momentos de duda, de sentir que esto que está pasando no es real, con una profunda sensación de impacto y choque inicial. Hay lagunas mentales, confusión en torno a fechas y días, sentimientos de rabia contra la persona que falleció… Y todo eso es normal porque esto se trata de un proceso”, explica Oriana Figueroa (@orianafigueroa), psicóloga e investigadora de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo.

Sin embargo, esto es lo visible: lo que todos sabemos que pasa, ya sea porque lo hemos vivido o hemos visto. Pero, ¿qué sucede a nivel biológico cuando enfrentamos una pérdida? ¿Qué se genera en nuestro cuerpo que hace que tengamos ganas de llorar todo el tiempo, que se nos cierre la garganta y nos sintamos desorientados ante la muerte de alguien cercano? La respuesta, dice un artículo publicado en The Washington Post, está en los cambios generados en nuestro cerebro.

A nivel neurobiológico, la pérdida no solo aumenta los niveles de la hormona del estrés, sino que altera los patrones de activación cerebral. En este caso, dice el texto, se produce una hiperactivación de los ganglios basales, una región clave del cerebro asociada con la regulación emocional y que nos ayuda a determinar la recompensa obtenida a partir de las relaciones sociales. Esta zona es la que nos permite asociar personas con sensaciones positivas y gratificantes. Por lo mismo, con el fallecimiento, se intensifica el deseo de estar junto a la persona ausente, buscando una recompensa que ahora ya no está. “Durante el proceso de duelo, el cerebro experimenta una serie de cambios neurobiológicos como mecanismo de adaptación ante la pérdida. Distintos estudios han demostrado mayor actividad de la amígdala y el hipocampo que están implicadas en la regulación emocional y la memoria; y menor actividad de la corteza prefrontal, relacionada con la toma de decisiones y el control emocional”, puntualiza la psiquiatra María Ignacia Carrasco (@mariacarrasco) de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile.

Además, el psiquiatra y psicoanalista del Centro Médico de la Universidad de Maryland, Christopher WT Miller, indica que el cerebro no hace una distinción total entre nuestra representación de nosotros mismos y la de los demás, porque existe una superposición entre las áreas cerebrales que codifican dichas representaciones. Así, el fallecimiento puede generar problemas de identidad y reconocimiento, porque “perder a un ser querido puede hacernos sentir como si nos hubieran quitado una parte de nosotros mismos”

El cerebro, dice la dra. Oriana Figueroa, vive la pérdida como un trauma: inicialmente entra en un estado de shock. “Y eso puede generar luego sintomatología parecida a la que se vive cuando tenemos estrés postraumático”, relata. Sin embargo, la especialista puntualiza que, con el paso del tiempo, se va a adaptando a esta nueva realidad, a menos que el proceso de aceptación se vuelva más complejo. “En el duelo, los cambios en la actividad cerebral suelen ser transitorios y están asociados con la respuesta emocional normal a la pérdida”, dice la dra. Carrasco.

Para pasar un duelo ‘de la mejor manera posible’, no existen recetas. Sin embargo, las especialistas sugieren que, para hacer frente a este proceso de la manera más llevadera posible, uno de los puntos más relevantes es dejarse acompañar, ya sea mediante psicoterapia, o a través de un grupo de contención. “Es vital en la recuperación del duelo al proporcionar soporte emocional, comprensión y conexión con otros que han experimentado pérdidas similares”, indica la dra. Carrasco. “Sirve para expresar lo que te pasa, y te saca de esa sensación de que eres tú el único que está viviendo eso…”, puntualiza la dra. Figueroa.

Además, indican que es esencial no despreocuparse de uno mismo e intentar mantener ciertos hábitos saludables, como cuidar la alimentación o mantener una rutina de sueño. “El mindfulness y el ejercicio físico regular también pueden ayudar a reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y promover el bienestar emocional durante este proceso”, indica Carrasco. “En ese sentido, también se puede escribir un diario que te permita conectarte con ese ser querido que ya no está. Además, es bueno ponerse propósitos a corto, mediano y largo plazo para que, de alguna manera, el cerebro vea que hay una luz al final del camino”, detalla la dra. Figueroa.

Finalmente, otro de los consejos que entregan en The Washington Post es no apurar el proceso, porque la sanación puede demorar más tiempo del que teníamos previsto. “No existe un cronograma para que termine el duelo. Se puede ejercer mucha presión sobre la persona para que siga adelante, pero sólo aquellos que lo están viviendo saben lo que significa”.