Carmen Jiménez (56) perdió a su mamá hace diez días. Era viernes 20 de marzo, pocos días antes de que el gobierno anunciara la cuarentena total en siete comunas de la Región Metropolitana. Su madre, en ese entonces de 79 años, estaba sola en su departamento en Providencia. Como todas las noches, Carmen la llamó a eso de las diez para asegurarse que todo estuviese en orden. Desde que había comenzado la cuarentena voluntaria, Carmen había querido llevársela a su casa, pero su mamá se había negado. Prefería estar sola y respetaba el pequeño espacio en el que su hija y sus tres nietas convivían. Pensaba que no sería cómodo estar las cinco juntas. Habían establecido, en cambio, una sólida red de apoyo: Carmen la iba a visitar en auto día por medio y le llevaba compras del supermercado y remedios de la farmacia. Entraba a su departamento con guantes y mascarilla. Y cuando no podía ir, se organizaba con una vecina del edificio, quien estaba al tanto de la situación y había ofrecido ayudar. El conserje, que también conocía a la mamá de Carmen hace años, estaba también a disposición.
Esa noche, cuando llamó a su mamá, una de las últimas cosas que le dijo fue: "mañana paso temprano y desayunamos juntas. Llevo algo de comida". Su mamá le respondió que no era necesario, que estaba abastecida. A las pocas horas, murió producto de un paro cardíaco. Carmen lo supo a las 9:30 de la mañana siguiente, cuando llegó a su departamento.
Los días posteriores a su muerte han sido para Carmen un torbellino difícil de enfrentar. Dice que el tiempo avanza de manera fugaz, se precipita encima de ella y todo pareciera ser parte de un sueño continuo cuyas imágenes no logra del todo retener. Al funeral, que se llevó a cabo el domingo 22 de marzo -48 horas después de su muerte, que es el tiempo máximo ofrecido por las funerarias- asistieron ocho personas. No hubo velorio, solamente sepultura.
Y es que a partir del 10 de marzo, la Subsecretaría de Salud Pública activó dos protocolos funerarios que regulan cómo se deben llevar a cabo las ceremonias fúnebres en tiempos de Covid-19, desde el traslado de los cuerpos hasta la última instancia de despido, sea ésta una sepultura o cremación, tanto para muertes por contagio o por otras causas no relacionadas al virus.
Ambos protocolos buscan disminuir lo más posible el riesgo de contagio y, mientras el protocolo 1 –que rige en casos de muertes por causas no relacionadas al virus– exige el uso de mascarillas n95, guantes, lentes y pechera, tanto para los familiares como para los ejecutivos del servicio funerario que estén en contacto con el cuerpo, el protocolo 2, que corre para las muertes por causa del virus, es aun más complejo. En esos casos, cada una de las personas que interactúen con el muerto tiene que vestir con buzos encapsulados, además de guantes, mascarillas n95 y lentes. Y el cuerpo, según establece la normativa, debe introducirse en una bolsa impermeable, hermética y desinfectada para ser trasladado a la brevedad a la morgue.
Desde la Funeraria Hogar de Cristo explican que, acorde a lo establecido por el Ministerio de Salud, el protocolo vela por mantener la seguridad sanitaria en dos aspectos esenciales: las normas de traslado y el aislamiento de la persona fallecida y la protección sanitaria del equipo interno. Las tramitaciones de los funerales en sí se mantienen igual y solo cambian en caso de que se trate de una muerte confirmada o sospechada por Covid-19, en cuyo caso hay que avisarle al Minsal en una primera instancia para que tomen los resguardos asociados al manejo del cuerpo. De lo contrario, hay que seguir los pasos de siempre: certificar al difunto, escoger a un servicio funerario y lugar de sepultación, preparar al difunto, acudir al registro civil y, finalmente, el funeral. No existe, según el protocolo, una exigencia asociada a no realizar un velorio, pero la mayoría de las familias ha optado por no hacerlo.
Es por eso que en estos días los funerales han sido atípicos. Como explica el supervisor comercial de la funeraria Inmemoria, Wilfredo Flores: "De los 20 servicios funerarios que hemos ofrecido esta semana, todas las ceremonias han sido caracterizadas por una distancia nunca antes vista. Los asistentes vienen en un acto de presencia, pero no rige la misma afectividad de siempre. Hay tristeza, agobio y soledad. Lo que se está dando es que la familia contrata el servicio funerario y el cuerpo viene trasladado directamente al cementerio o al lugar de cremación. No se han reunido para velar el cuerpo, sino que se reúnen para el momento de la sepultura y en grupos de no más de diez personas".
Y es que la Organización Mundial de la Salud sugiere que entre un asistente y otro exista un espacio de dos metros, para evitar el contacto. Por consecuencia, el número de asistentes a las ceremonias o espacios velatorios se ha reducido notoriamente. Pero el contacto en cualquiera de sus dimensiones, como explica Carmen, es de lo más importante en estos momentos. Al funeral de su madre fueron ella y sus dos hermanas, sus tres hijas, su ex marido, y los dos hermanos de su madre que aun viven. "No logro concebir los tiempos en los que estamos viviendo. Mi querida madre nos dejó y no pudimos abrazarnos. Yo abracé a mis hijas y a mis hermanas, pero el solo hecho de estar con guantes y mascarilla hace que todo sea impersonal, poco íntimo y distante. ¿Será eso lo que caracterice a los tiempos futuros que vendrán?"
La última vez que Carmen vio a su madre antes de aquella mañana del sábado, entró a su casa y le llenó el refrigerador. Tomando las precauciones sugeridas -y considerando que su mamá formaba parte de la población en riesgo por ser adulto mayor- entró con guantes y mascarilla. Su mamá le pidió que le leyera un correo que le había llegado esa mañana de un amigo de la infancia que vivía fuera de Chile. Carmen se sacó los guantes y se sentó frente al computador. Leyeron juntas. En ese minuto, no se le cruzó por la cabeza que unos días después se estaría enfrentando a la muerte de su madre en un contexto en el que un proceso ya difícil se vuelve más desolador.
El correo decía así: "Estamos viviendo en una distopía en la que estamos obligados a mantener distancias, a no tocarnos y a no poder agarrar a esa persona, apretarla fuertemente entre nuestros brazos y decirles todo lo que las amamos. Hay que encontrar una forma de hacerlo igual, porque si no puede ser muy tarde".