Mi primer hijo nació cuando yo tenía 30 años. Llevaba 7 años con mi pareja y decidimos que era un buen momento. No recuerdo bien si hice alguna reflexión al respecto, creo que tuvo más que ver con que la mayoría de mi entorno estaba en la misma etapa y esa fue razón suficiente para dejar de tomar los anticonceptivos y ponernos en campaña. Desde entonces han pasado otros 7 años, en los que nació también mi segunda hija.

Es raro mirar para atrás, porque siento que el tiempo ha pasado volando. Y no lo digo por eso de que el tiempo vuela cuando lo pasas bien. Tampoco es que lo he pasado mal. Lo mío tiene más que ver con que cuando pienso en los últimos años, solo veo mi maternidad. Es como si la mujer que existía antes hubiese desaparecido. ¿Cuándo fue la última vez que viajé con amigas? ¿Cuándo fue la última vez que leí un libro sin que me demorara cinco meses por no tener tiempo? ¿Cuándo fue la última vez que tomé clases de algo que me gusta después del trabajo? ¿Cuándo decidí pasar una tarde sola escuchando música? Y tantos otros cuándo…

Esto no necesariamente tiene que ver con tiempo. Tampoco con que los niños aparezcan pidiéndote algo en los momentos de relajo. Para mí ha tenido que ver con que algunas mujeres, cuando nos convertimos en madres, ponemos este nuevo título delante de cualquier otro, y eso hace que cada uno de sus requerimientos se transformen en prioridad.

Seguramente algo tiene que ver nuestra naturaleza. La fisiología de la mujer está íntimamente ligada durante toda la vida a las hormonas. Una de ellas, la oxitocina, es la de la maternidad por excelencia. Se le conoce como la hormona del amor, porque interviene en todos los procesos que nos vinculan con otros seres humanos. Está presente en la relación sexual en el momento del orgasmo, en el embarazo, el parto, la lactancia y en toda la crianza. Y en gran medida, es la responsable química del amor que sentimos hacia nuestros hijos, del sentimiento de protección y responsabilidad que nos inunda cuando los miramos.

A esto se le suma que vivimos en una sociedad convencional, en el que no cabe nada más que el monocultivo de emociones y de sentimientos relacionados con la maternidad. Todas debemos querer ser madres, todas debemos amar a nuestras hijas e hijos, todas debemos ser perfectas.

Pero ¿qué pasa si decidimos que nuestros hijos no son lo (único) más importante que tenemos? O más allá, ¿qué pasa si nos arrepentimos de ser madres?

Regretting motherhood: sociopolitical analysis, es un estudio elaborado por la socióloga israelí Orna Donath. En él, la investigadora explora en un aspecto de la maternidad que es prácticamente un tabú en el mundo. Donath recopila y analiza con agudeza 23 testimonios de mujeres que aseguran haberse arrepentido de haber sido madres. Lo que surge de la lectura de sus entrevistas es que las mujeres se arrepienten de no haber podido vivir sus vidas como realmente las hubieran querido vivir. Donath lo explica así: "Las participantes enfatizaban la distinción entre el objeto (los niños) y la experiencia (la maternidad). La mayoría destacaron su amor por sus hijos y su odio por la experiencia de la maternidad".

"Mira, es complicado, porque me arrepiento de ser madre, pero no me arrepiento de ellos, de quiénes son, de su personalidad. Yo amo a esta gente. Incluso a pesar de que me casé con un imbécil, no me arrepiento, porque si me hubiera casado con otro tendría otros niños. Y yo amo a éstos. Es realmente una paradoja. Me arrepiento de tener hijos y de ser madre, pero amo a los hijos que tengo. Así que sí, no es algo que puedas realmente explicar. No quiero que no estén aquí, pero no quiero ser mamá", dice Charlotte, una de las mujeres entrevistadas en el estudio.

La psicóloga Loreto Sáez explica que esto tiene que ver con los estereotipos sociales que existen sobre la maternidad. "Con esa idea de que las mujeres nos la podemos con todo, que debemos hacernos cargo de todo. Y la maternidad tiene un rol protagonista en esto. La sociedad no perdona a las 'malas madres', porque en el ser mujer viene implícito un deber ser que lo único que hace es ponerle presión a las mujeres". Sáez advierte que la maternidad como se ha concebido en nuestra sociedad no ha dejado que las mujeres/madres vivan su vida como la quieran vivir. Sin miedos ni tabúes. Y muchas terminan poniendo su deber de madre por sobre sus gustos y placeres como mujer.

Eso es justamente lo que me pasó. No sé bien en qué momento hice la reflexión, quizás el feminismo me ha ayudado, pero hace poco sentí lo mismo que Charlotte y pensé en el arrepentimiento. Hay quienes creen que el arrepentimiento y mirar hacia el pasado no sirve de nada puesto que no borra lo sucedido; en cambio, otros piensan que nunca es tarde, percibiendo esta revisión como una oportunidad para aprender de los errores cometidos en el pasado.

Jamás podría decir que ser madre fue un error, amo a mis hijos más que a nada en el mundo. Pero sí creo que mi error fue poner mi rol de madre por sobre cualquier otra cosa.

Hacer esa reflexión me permitió ver que la maternidad había inundado mi vida por completo y desde entonces decidí ponerle límites. Es la única forma de volver a ser mujer.