Iris Aznar (35) recuerda que cuando cumplió 15 años, se durmió en el piso de su pieza con la intención de no despertar nunca más. Su adolescencia había estado llena de confrontaciones violentas con su mamá y su papá. Solía salir mucho pero esa noche, estando sola en la casa, ingirió una caja de pastillas. Cuando abrió los ojos, tenía a su papá frente a ella en la pieza de un hospital. Su mamá estaba afuera, tratando de darle una explicación al doctor. Entonces lo vio: Iris había sido abusada por su papá durante su niñez y su mamá había sido cómplice.
Veinte años después de ese episodio, Iris retomó el contacto con ella de forma excepcional. Su hermana se había divorciado y se fue a vivir en una casa cerca de la de sus padres, dejado al cuidado de sus hijas de a su papá. Iris percibió conductas extrañas en las niñas y logró comprobar que durante todos esos meses, también habían sido abusadas. Llamó a su mamá y le pidió que por favor dejara a su marido y salvara a sus nietas.
Según lo conversó con su terapeuta, probablemente si su madre no hubiese temido a la presión social, habría podido reparar antes que cargar con la culpa durante 30 años, sacrificando la relación con su hija. Es esa la razón por la que según Paula Riquelme, psicoanalista UC, la culpa es una "condena que viven las madres y que aparece por la ausencia o el exceso de su presencia, afectando las subjetividades de los niños. Pero la explicación no se agota solo en esa teoría, sino que se extiende a nuestros estudios culturales, donde podríamos pensar que los reproches de crianza y cuidado que un hijo dirige a su madre, están atravesados por la cultura del deber ser”.
Es lo que Ana María Arón, psicóloga y directora del centro de salud y estudios Buen Trato UC, observa sobre nuestras creencias culturales, que “no solo son actitudes que uno hereda en el ADN, sino que están compuestas por emociones subjetivas que las hacen más difíciles aún de cambiar”. Por ejemplo, si pensamos que todo lo que le pase al hijo es culpa de la madre debido al “instinto maternal” o al sueño de ser la “súper mamá”, estamos dejando que la cultura defina cómo criar.
La revista Evolutionary Psycology publicó en 2010 un análisis hecho por dos psicólogas de la Universidad de Finlandia, argumentando que “el análisis de situaciones que inducen a la culpa materna, mostró que esta surge también de las expectativas culturales de alta calidad hacia las mujeres, percibiendo sus emociones humanas como difíciles y prohibidas”. Algo que, según la encuesta, no coincide con la realidad del día a día, porque las emociones que más sienten las madres son la fatiga, el amor y la rabia, pero que estas se reprimen porque “en las sociedades occidentales se piensa que las madres no pueden ser hostiles ni enojadas, como un humano real”.
Las decisiones son individuales, el acto de reparar, es de a dos
En un mundo ideal, las responsabilidades de crianza recaerían de forma equitativa en todos los miembros del núcleo familiar, pero eso no es lo que vive la mayoría de las madres, donde en Chile, según cifras 2020 de la Fundación Sol, el 72% de quienes se ocupan de las actividades de enseñanza en el hogar son las mujeres. Virginia Palma (38) pasó por esa cruzada cuando cumplió los 32 años, se divorció de su marido y quedó 100% a cargo de las necesidades económicas y de crianza de sus hijos de 8 y 6 años.
Vio la necesidad de estudiar Derecho ese mismo año, una carrera que le permitiría llevar todos los gastos y que, además, le generaba una satisfacción personal. Cuando lo contó en su núcleo familiar, solo recibió prejuicios. “Siempre di explicaciones y aunque fuesen muy loables las razones de que yo quisiera empezar ese proyecto, todo estuvo teñido porque no iba a poder cumplir las expectativas de una madre presente y cuidadora. Sin embargo, dejé atrás la culpa y cumplí mis sueños de participar activamente en política, lo que hizo que mi hijo me viera como un ejemplo para seguir su propio camino”, cuenta.
“Él ahora, con 15 años, es dirigente estudiantil, tiene una postura política muy clara y va a las marchas. Un día me llegaron muchos correos electrónicos de su padre ausente, donde me culpaba de que mi hijo se manifestara y me preguntaba que qué clase de madre permitiría algo así. Mi hijo es capaz de tomar sus propias decisiones, yo aporté con el ejemplo de quebrar con la madre sumisa y perseguir mis valores y eso no creo que sea un mal ejemplo. Es la sociedad lo ha hecho cuestionable”, continúa Virginia, quien hoy preside la ONG Acción Mujer y Madre.
Y es que si todo lo que pasa o no con un hijo que es un ente independiente sigue recayendo en las madres, ni uno ni el otro podrán tomar decisiones de las cuales hacerse completamente responsables, algo que también es el primer paso para la reparación de errores que siempre pueden ocurrir. Por eso, la psicóloga Ana María Arón recomienda seguir tres pasos fundamentales en la reparación para ni siquiera pensar en echarle la culpa a las madres por lo que somos.
“El primer paso, es aceptar la responsabilidad del act, y sus consecuencias. Si un niño pequeño da vuelta un vaso de agua, no lo vamos a castigar una semana en su pieza, pero si le diremos que vaya a buscar un trapo y seque lo que se mojó. Después de hacerse cargo, viene el pedir disculpas, y eso no necesariamente tiene que ver con sentir que lo que uno hizo o cómo actuó está mal, sino en darse cuenta del daño que le provocó a otro. Al reconocerlo y transmitírselo transparentemente estás mostrando empatía y compasión por su dolor, y eso sana un montón. Finalmente, está la reparación, que tiene que hacerle sentido a quien uno hirió, y eso se consigue escuchando el relato del otro”, explica.
Los errores, además, pueden ser humanos, y reprochar no ayuda a sanar. Eso es lo que aprendió Virginia Palma, escuchando las historias de distintas mujeres en su ONG. “El apuntar con el dedo es una obstrucción absoluta a la reparación de las cosas en las que nos hemos equivocado, porque la culpa inhabilita que puedas actuar. Poner el freno en esta casa de brujas que es la maternidad lo podemos hacer todas sin necesariamente ser expertas en el tema, y en este caso la voluntad basta para no caer directamente en un reproche que estanque la reparación”.
Iris Aznar, por su parte, ya no mira para atrás. “Agradezco que mi mamá haya podido escoger la reparación, aunque fuese tarde. Este año se separó de mi papá e inició un tratamiento por primera vez en 30 años, para entender qué pasó en su vida y por qué no pudo actuar frente a ello. Siento que peor hubiese sido que nunca se hubiese dado cuenta del daño, y aunque siempre la he querido mucho, verla tomar las riendas me hace empatizar y confiar en que quizás podremos recuperar lo que se perdió durante todos estos años: un vínculo madre e hija verdadero”.