El día en que Shakira abrió su refrigerador y encontró ese tarro de mermelada a medio comer, supo que había alguien más. O al menos eso cuentan de la historia.

En esta nota queremos recordar esas situaciones dolorosas que nos rompieron el corazón en el pasado y que hoy vemos con gracia y un poco menos de rabia. Porque ojo de loca, nunca se equivoca.

Muriel Rodríguez, 27 años.

“Nos conocimos cuando teníamos 9 años y desde ese momento fuimos mejores amigos, inseparables. A los 15 nos pusimos a pololear. Él era el típico hombre romántico mega detallista y súper caballero, por eso, probablemente nunca se me pasó por la cabeza que me podía engañar, porque siempre me daba mi lugar. Pero en nuestro último año de relación las cosas cambiaron. Yo me cambié de casa, vivía a dos horas de la suya y los dos estábamos en distintas universidades. Comenzó a juntarse con mi mejor amiga y no sospeché nada porque me parecía de lo más normal. Ella había pololeado con su hermano y éramos los tres amigos de niños. Sin embargo, empecé a sospechar un poco cuando ella salió de cuarto medio y me preguntó si lo podía invitar como su pareja a la fiesta de graduación. En un principio dije que obvio si era su amigo, pero después de eso la relación se puso extraña. Salían harto juntos y comenzaron a hacer planes sin considerarme, según ellos eran como planes espontáneos a los que yo no podía ir porque vivía lejos.

Un día, viendo el perfil de Instagram de ella, vi unos números con un emoji de pollo y de inmediato se prendió mi cerebro, él también tenía una serie de números con ese emoji. Ahí me di cuenta de que pasaba algo entre ellos dos, era obvio. Comencé a ponerme más observadora, hasta que un día estando en la cafetería de la universidad me llama una amiga del colegio y me pregunta si yo había terminado con mi pololo. Para esa fecha llevábamos 5 años juntos y teníamos planes de casarnos. Le conté que no, pero que las cosas estaban extrañas con él. Le pregunté que por qué me llamaba y me dijo que los había visto en el mall tomados de la mano. Se me vino el mundo encima, quería gritar, llorar y estaba furiosa también. Esperé una semana para pensar con la mente fría, lo enfrenté y nos tomamos un tiempo. Esa fue la última vez que lo vi.

Era indignante que él, siendo mi mejor amigo, no hubiera tenido el respeto de decírmelo en la cara, pero me indignaba más ella, que era mi ‘mejor amiga’ y se estaba haciendo la loca. No tenía lealtad y éramos amigas inseparables desde los 5 años. A los cinco meses de haber descubierto esta situación, le pedí que nos juntáramos para que me lo revelara a la cara. Nos juntamos y me dijo que no me debía una explicación porque nunca fuimos amigas, según ella. Pasaron 7 meses de esa vez que nos juntamos y ellos se casaron”.

Ro Camus, 32 años.

“Llevaba pololeando un poco más de un año a distancia (a una región de distancia), cuando por temas familiares decidí irme a la ciudad donde se encontraba viviendo él. Llegué por un tiempo a la casa de una tía y eventualmente terminé pasando más tiempo en el departamento de mi pareja que en el de mi tía. Pasaron varios meses y comencé a notar actitudes extrañas en él: escondía muchísimo su celular (yo jamás se lo había revisado), cortaba llamadas de forma abrupta, comenzó a salir más tarde del trabajo de lo acostumbrado. Allí comenzó a crecer un bichito en mí, pero necesitaba pruebas o la ansiedad me iba a comer viva.

Hice muchos intentos fallidos de desbloquear su celular, en ese tiempo no eran comunes los celulares con huella, pero tenían patrones. Una vez estaba dormido e intenté desbloquearlo pero estaba durmiendo con el celular en su mano y bajo la almohada, así que fue imposible. No creo que haya sido la decisión más madura, pero tenía 21 años y era mi primer amor. Recuerdo haberme ido a Av. del Mar, en Viña, a llorar una tarde y a pensar en formas de saber la verdad, porque ya le había preguntado directamente y me juró de guata que solo estaba en mi cabeza, pero las sensaciones y las actitudes seguían ahí. Hasta que se me ocurrió: en el departamento de él había un computador de escritorio, y como yo tenía llaves del depto, aproveché que él estaba en la oficina y prendí el pc. No había nada. ¿Me estaré volviendo loca? ¿Me estaré inventando todo esto?, recuerdo haberme sentado en el balcón con un cigarro preguntándome lo mismo.

Decidí sacarme esa sensación sin importar las consecuencias. Volví al computador, descargué un programa que guardaba todos los movimientos que se hacían en él y lo apagué. Me di como plazo dos días, justo los días que yo tenía turno de noche y que quizás él pudiese ocuparlo. Pasado el plazo, aproveché nuevamente su horario de oficina y tiritando prendí el computador y ahí estaba: cuentas de correo que ni sabía que existían, conversaciones subidas de tono con una ex en donde comparaba el sexo que tenía conmigo con el de la estudiante en práctica que había llegado a su oficina. Conversaciones con ella, fotos, videos y mucho más. No supe qué hacer. Salí al balcón y sonó mi teléfono. Era él preguntando si la salida de esa noche a cenar seguía en pie. Actúe lo más normal posible, y le dije que sí, que nos encontrábamos en su depa. Me fumé un cigarro y volví al pc. Imprimí varías hojas con las conversaciones más fuertes, esas que no dejaban ninguna duda de que realmente me había engañado. Las puse todas sobre su cama. Agarré una bolsa y comencé a guardar todas mis cosas. Me fui con el corazón en la mano pero con la tranquilidad de que efectivamente no estaba loca. Llegué dónde mi tía y lloré. Hasta que mi celular comenzó a sonar incansablemente. Era él. Como no contesté, fue a la casa de mi tía, quién le dijo que se fuera porque yo no quería verlo más. Si hay algo que aprendí, es que la tranquilidad mental es fundamental, y si tienes una sospecha y es persistente y que conversando no se va, hazle caso a tu mente, porque Shakira no lo pudo expresar mejor: ‘las mujeres somos las de la intuición’”.

Rosario Vega, 23 años.

“Cuando era adolescente, a los 17 años, tuve una relación con un hombre de 23, que no se preocupaba de mi seguridad, me exponía a situaciones horribles, no le gustaba usar preservativo y consumía cocaína y marihuana a diario. Yo estaba enganchada por completo, pero con el tiempo se fue haciendo insostenible, así que terminábamos y volvíamos. Hace un par de años volvimos a tener contacto porque me di cuenta que él veía mis historias de Instagram, entonces le escribí y retomamos de nuevo la relación. Me dijo que seguía pololeando, pero que estaba tratando de terminar hace rato y que ya no se llevaban bien. Como siempre, era todo muy intenso, pero él no quería engañar a su actual polola. Unas pocas semanas después, me dijo que había terminado con su polola y así, empezamos lo nuestro. Tuvimos sexo con preservativo un par de veces, y a los días me pregunta si estoy con alguna infección, porque su ex tuvo que ir al ginecólogo. Yo sin entender por qué yo tendría algo que ver con eso, me dice que ha estado con ella también últimamente. Efectivamente me había transmitido una ITS y además, me dio una candidiasis tan fuerte, que ningún tratamiento me resultaba. Estuve meses tratando de eliminarla y me gasté muchísima plata en consultas, exámenes, cremas y pastillas. En este punto ya aprendí a dejar de ser tan tonta y en creer en todos gente”.

Lee también en Paula: