“Con la adolescencia de mis hijas me estoy convirtiendo en adulta. Yo también estoy adoleciendo”
“La adolescencia apareció en mi hogar como dos baldes de agua fría y hoy me encuentro viviendo en carne propia lo que dice la sabiduría popular: ‘niños pequeños es igual a problemas pequeños y niños grandes es igual a problemas grandes’. Mis dos niñas hoy tienen 13 y 14 años, están en esa etapa de la vida que inicia en la pubertad y termina en la adultez; cada día viven cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales.
Las veo y no puedo creer lo rápido que crecieron. Hoy ya son una mini mujeres con un tsunami de hormonas y en constante búsqueda de un Yo. Ya están casi de mi porte, me roban todo lo que encuentran en mi clóset y en mi baño. Mis pinturas han desaparecido por completo, así como los pocos productos de belleza que tengo. Sus piezas cambiaron de decoración, pasando de peluches y sábanas rosadas a fotos de amigas, dibujos de caras punketas en la pared, espejos de cuerpo entero, carteras colgadas, ropa en el suelo, pósters de ídolos y velas con los más diversos olores.
Y el baño: una verdadera cueva de secretos. Puerta cerrada con llave. Un reducto donde creen que nada ni nadie entrará. Sesiones eternas donde se pasan la plancha por el pelo, se maquillan, cambian mil veces de outfit y graban tiktok. El cargador del celular pareciera estar pegado al enchufe ya que las grabaciones frente al espejo son continuas y las eternas video llamadas con amigas hacen que la batería no de abasto. Me desvivo por ellas en cada momento: mi día a día, además de trabajar, consiste en ser Uber de diversas juntas, carretes, siquiatras, dentistas, idas y vueltas al colegio, reuniones de curso, extra-programáticas, almuerzos, colaciones, preparar comidas saludables.
Hace tan poco estuvieron en mi barriga y dependían de mí en todo sentido. Me recuerdo tejiendo ropa para sus muñecas y jugando con ellas. Fue ayer cuando repetían las mismas frases que yo decía. Tampoco voy a afirmar que fue fácil. Viví períodos en que la demanda de energía fue brutal: dos pañales, dos mamaderas, dos ‘mamá quiero dormir contigo’, dos ‘mamá mírame’, dos ‘mamá quiero’, dos pataletas, dos niñas pequeñas sufriendo con mi separación. Hoy es todo lo contrario; son personas en busca de su identidad y eso implica alejarse lo más posible del modelo que conocen, básicamente mi persona.
Siempre pensé que llegado a este punto mis hijas estarían orgullosas de mí por ser una mamá joven y cercana, que es tolerante y habla un lenguaje parecido. Pero todo lo que yo creía de mí ha tambaleado ante los cuestionamientos de mis hijas y me han obligado a plantearme de nuevo quién soy y qué quiero para ellas. Es un ejercicio de humildad inigualable. Tras cada límite que pongo, después de darme mil vueltas para encontrar la palabra precisa y no sonar dictatorial recibo un ‘galla chata, estás insoportable’. Con cada intento que hago por hacerme la divertida viene un ‘mamá que eres rara’. No obstante, el humor es un escape que tenemos entre las tres ya que las dos son rápidas, observadoras y agudas, lo que utilizan para reírse de cualquier tontera que se les presente.
En momentos recurro a la reflexión y me encuentro con verdaderos muros de cemento. Un NO para ellas significa que se acabó el mundo. Los portazos en esos momentos son recurrentes. Los marcos de las puertas quedaron despegados de las murallas luego de la pandemia. Apenas se suben al auto cuando voy por ellas al colegio miran su celular compulsivamente y comienzan con el scroll. Les pregunto cómo les fue en el colegio y ponen los ojos blancos cual película gringa adolescente y me contestan en monosílabos. A veces, cuando les pregunto por una situación puntual que han comentado en el chat de mamás me dicen ‘me da lata decirte’. Y es que otro rasgo de este proceso es que tienen menos energía y menos motivación. Por las tardes, cuando preparo la comida, cada una escucha reggaetón en sus parlantes a todo dar y, aunque les digo que las letras son misóginas y el ritmo básico, me gritan un ‘no te metas en mi vida, me controlas todo, hasta cómo me visto’.
Escribo estas palabras y me agoto sólo de pensar la catarata de emociones que deben sentir ellas día a día. Les toca difícil considerando los tiempos que vivimos, donde la información y los estímulos saturan todo tipo de conexión con la realidad. Recuerdo mi propia adolescencia y no puedo dejar de pensar que estoy pagando por mis pecados.
He aprendido, a punta de errores, que el ejercicio es soltar. Hay cosas que no puedo controlar. Dejé de tener expectativas acerca de cómo quiero o cómo me imaginé que serían en estos momentos y no debo esperar un reconocimiento inmediato, ni siquiera a largo plazo. Quiero que sean niñas felices y que tomen las mejores decisiones, que sean capaces de encontrar un sentido y su lugar en el mundo y para eso, aunque suene cliché, deben volar con sus propias alas.
En pocas palabras mi viaje frente a esta experiencia está siendo convertirme en una ADULTA de verdad. La adolescencia es un verdadero duelo para las madres. Yo también estoy ‘adoleciendo’ en su proceso. Mis emociones y mi sensibilidad no pueden desbordarse porque si yo lo hago, no puedo exigirles que se controlen. He aprendido a tocarles la puerta antes de entrar. He aprendido a contar hasta diez cada vez que me contestan un improperio.
Así es la maternidad: contradictoria. Nos hace superarnos en todo sentido. Y cuesta. Hay que recurrir a la paciencia infinita y la empatía. Pero no cambiaría por nada del mundo a estas dos niñas que me siguen enseñando y que llegaron para cambiar mi mundo por completo”.
Elisa (41) es actriz y licenciada en Estética.
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