“Cuando me convertí en madre, una de mis grandes ilusiones era que mi mejor amiga se convirtiera en una tía para mi hija. Tenía el gran anhelo de vivir acompañada mi maternidad con ella. Nos conocemos desde sexto básico, fuimos a la misma escuela y luego nos cambiamos juntas al mismo Liceo. Desde preadolescentes que hemos sido siempre muy confidentes; ambas venimos de realidades familiares complejas y siempre hemos tratado de acompañarnos y apoyarnos como si fuésemos hermanas. Vivimos juntas los primeros carretes, los primeros pololelos. Siempre nos proyectamos juntas, ‘hasta abuelas’, decíamos. Nuestros sueño compartido era entrar a la universidad, titularnos y viajar juntas. Nunca hablamos de ser madres ni formar familia porque veníamos de contextos familiares muy disfuncionales y queríamos escapar de eso.
Cuando le conté que iba a tener una hija, me preguntó si yo estaba segura, si acaso este era un tiempo propicio para mí. Le dije que sí, que yo estaba feliz, y ella se mostró de la misma forma. Pero durante los meses siguientes algo nos fue de a poco distanciando. ‘Cuando nazca la bebé, será diferente’, me dije, justificando su ausencia. Pero no fue distinto, la distancia se hizo aún más grande. Nunca estuvo interesada por los hitos fundamentales del crecimiento de mi guagua, no me preguntaba mucho cómo estaba. Durante el transcurso de los meses nunca demostró interés por venir a mi casa a estar con nosotras. Hasta el día de hoy solo la ha visto una vez en 10 meses, y la tuve que llevar yo a su casa para que la conociera. Ahora pienso que quizás ella no me pensaba en lo doméstico, que tal vez me veía como una persona más liberal y con proyectos desvinculados al ámbito de ‘la casa’.
Conversé con ella al respecto, sobre lo mal que me hacía sentir nuestra distancia, pero si bien la conversación tuvo una buena acogida, las cosas no cambiaron mucho. Ha sido un duelo darme cuenta que no cumplió las expectativas de ser mi familia ampliada. No tengo rencor hacia ella, pero sí siento que se quebró algo en nosotras. Su ausencia me ha dolido hasta lo más profundo.
Convertirse en madre trae un sinnúmero de duelos, siendo la ruptura de la propia identidad uno de los más complejos. Y los amigos conforman, en parte, esa identidad. Una se aleja de algunas amistades porque la vida maternando es como un precipicio de diferencias con quienes no están en ese proceso. No digo que siempre ocurra, pero mi mejor amiga no estuvo a la altura de todo lo que la he necesitado. Realmente la quise presente en mi puerperio, pero no se dio. Una necesita extra contención emocional y los amigos que no son madres o padres no saben eso, no lo entienden, y no tienen voluntad para estar ahí. Hay amistades que no están ni ahí con los niños y ahí se da la prueba mayor.
Ahora que mi hija tiene varios meses de vida, pude encontrar una tribu de nuevas personas; un círculo maravilloso de madres recientes. Por fortuna pude coincidir con mujeres que estaban viviendo lo mismo que yo, viviendo todos los sentimientos ambivalentes que significa criar. Con mi círculo de madres recientes he conversado la vida entera, hablamos de lo cotidiano y de las reflexiones más profundas. Realmente es una alegría haberlas encontrado y haberme convertido en la tía de sus hijos. Me convertí en la misma tía que anhelé para mi hija, y afortunadamente pude encontrar la que necesitaba en ellas”.