Con las mamás del colegio de mi hijo, formé mi propia tribu
Las apoderadas del colegio han sido un regalo. Más que la mamá de Juanita o Pedrito, muchas de ellas ahora son mis amigas. Dicen que se necesita toda una tribu para criar a un niño, y ahora ellas son parte de mi maravillosa tribu.
Tenemos hijos de 8 años. Apenas los niños entraron al colegio, vino el estallido social y luego la pandemia. Al menos en mi caso, la pandemia me terminó de encerrar. Desde que nació mi hijo, el tiempo se hizo aún más corto y las energías más escasas. Fueron años de ir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Me quedaba muy poco tiempo, energía y ganas para relaciones sociales. A pesar de ser una persona sociable y con la fortuna de tener muchos amigos, simplemente la vida no me daba.
Cuando regresamos del ostracismo de la pandemia y la vida se puso más normal, nos encontramos en el colegio varias mamás que, por distintas razones, habíamos pasado varios años de encierro. Cada vez que nos encontrábamos en el colegio, nos poníamos a conversar y nos quedábamos con gusto a poco. Hasta que un día, nos pusimos de acuerdo y armamos una junta de mamás. Fuimos doce mamás a la primera junta. Luego creamos un grupo de WhatsApp y así nació Mamis Carreteras. Llevamos poco más de dos años juntándonos una vez al mes. A veces salimos, otras nos reunimos en alguna casa, y el último año han proliferado las juntas con dress code, que han incluido brillos, Barbie, colores, y hasta disfraces.
Cada vez que nos juntamos, terminamos con dolor de guata de tanto reír. Compartimos, conversamos, bailamos, cantamos y lo pasamos increíble. El grupo se ha ampliado a treinta mamás, y cada vez que nos reunimos, esperamos con ansias la próxima junta. Fue inolvidable cuando hicimos la fiesta Barbie y todas llegamos vestidas de distintos tipos: la Barbie constructora, la presidenta, la doctora, la pascuera, embarazada, en pijamas, con perros de peluche en las carteras rosadas, pelucas largas platinadas... fue increíble. Lo más divertido fue el marido de la anfitriona, que se disfrazó de Ken y se metió tanto en el papel, que solo posaba para las fotos pero no dijo ni una sola palabra. Creo que nunca olvidaré los disfraces de esa noche ni el conserje de ese condominio.
Pero más allá de pasarlo bien, distraernos y compartir, se han formado lazos maravillosos. Hemos generado confianza, nuestras familias se conocen y nos apoyamos. Las veces que he tenido algún problema para llegar al colegio, no falta la que se ofrece a retirar a mi hijo. Yo también he ayudado a otras mamás cuando lo han requerido. Hemos creado amistad entre las familias y muchas hasta hemos vacacionado juntas.
Nos juntamos a hablar de la vida: de los maridos, los hijos, lo difícil y hermosa que es la crianza; anécdotas familiares, cómo conocimos a nuestras parejas, si es que las hay. También hablamos de nuestros roles como madres, hijas, esposas, de nuestros sueños, del avance en términos de igualdad y de cuánto nos queda por delante. Muchas veces nos quejamos de nuestra carga mental y de lo poco equitativa que se distribuyen muchas tareas en el hogar entre madres y padres. En ese espacio, reconocemos que nos alegramos cuando falta poco para salir de vacaciones para dormir un poco más; pero cuando volvemos a clases, también estamos felices de que las vacaciones hayan terminado. Como buen grupo de mujeres, el tema nunca se nos acaba.
Al principio, varios maridos estaban un poco celosos de nuestras juntas, pero con el tiempo, sus aprensiones se han disipado y siempre amenazan con formar su propio grupo de papis carreteros. Aunque solo se quedan en la buena intención y palabras. En mi caso, mi marido tiene que viajar mucho por trabajo. De alguna forma, estas juntas me ayudan a mostrarle a mi hijo que las mamás, al igual que los papás, también tienen vida, viajan y tienen el derecho de reservar un espacio para nosotras. Que no por ser madres dejamos de ser personas y mujeres. Este fin de semana tendremos el primer paseo a la playa. No vamos muchas, pero vamos, y estoy segura de que lo pasaremos increíble.
Como muchas de las que somos parte del grupo, yo tengo otras amigas y familia, pero por distintas razones, en varios momentos no hemos contado con esas redes de apoyo. En mi caso, la mayoría viven lejos, al igual que mi familia, o están en otros momentos de la vida: algunas viajando, solteras, trabajando mucho o haciéndose cargo de sus propias familias. Las mamis carreteras han sido un encuentro de amistad y una forma de compartir logísticas porque, gracias a nuestros hijos, coincidimos más en tiempo y espacio.
Este grupo de mamás ha sido como encontrar un verdadero tesoro. Me he dado cuenta de que no soy la única que a veces estalla y grita pidiendo que por favor los niños hagan caso; que no soy la única cansada y que no solo a mí se me acaban las ideas para el almuerzo y las colaciones cuando las preparo a las 6 de la mañana. Todas estamos disfrutando y, muchas veces, sufriendo esta increíble aventura de ser madres.
Cuando las mujeres nos apoyamos y acompañamos, somos capaces de mucho. Deseo desde el fondo de mi corazón que todas las mamás pudieran encontrar su grupo de mamis en sus colegios. En mi caso, me siento más acompañada en la crianza, pues aprendo de las experiencias de otras madres. Gracias Mamis Carreteras, por los inolvidables carretes, pero sobre todo, por el cariño, el apoyo y por ser parte de mi tribu.
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