Siempre que suena el timbre en su casa, Paula Tapia (25) está casi segura que se trata de un pedido online. En su pieza hay decenas de zapatos, cajas con maquillaje y su clóset apenas cierra. Muchas de esas cosas son nuevas y se las compró por Internet durante esta pandemia. “Antes, cuando me sentía triste o bajoneada, iba a vitrinear al mall. No necesariamente a comprar, pero sí a mirar y probarme cosas. Pero después ya no pude hacer eso y sentía que me hacía falta esa ‘terapia’”, cuenta.
Así empezó, de a poco, a probar el comercio online. Primero, comprando ropa en la página china Shein para hacer videos en sus redes sociales. Después, pidiendo zapatos para armar sus outfits de YouTube. Y así, hasta que la compra se hizo prácticamente una costumbre que se ha transformado en su placer culpable. “En un momento, me compraba muchas cosas. Me daba vergüenza, pero era un retail therapy: Cada vez que me sentía mal o tenía pena, me pedía algo”, cuenta. “La sensación cuando me llega un pedido nuevo y me pongo la ropa o los zapatos es demasiado satisfactoria. Por eso, me compro algo chico si estoy triste, porque sé que cuando llegue voy a estar más contenta”.
Esas compras por ‘entretención’ o para alivianar la angustia de la cuarentena, se han vuelto comunes durante el último tiempo. Así también lo demuestran las cifras que reflejan la expansión del comercio online y su frecuencia de uso por parte de los clientes. De acuerdo al estudio Radiografía del eCommerce, realizado por consultora GfK Chile y la plataforma Mercado Libre, un 77% de los chilenos busca o vitrinea productos -en el comercio online- al menos una vez a la semana, y un 95% lo hace una vez al mes.
Constanza Reveco (22) es una de esas personas. En un momento de la cuarentena, cuenta que entraba todos los días a AliExpress, el sitio de compras extranjero más demandado por los chilenos, según un estudio de la consultora Kawésqar Lab. Ahí podía pasar horas, mirando con detención todos los artículos que le ofrecía la aplicación, aunque ahora admite que ha tratado de moderar sus compras para no gastar tanto dinero. “Sí o sí lo hacía solo por comprar, porque pedía cosas estúpidas que no necesito, como una nariz de goma que ayuda a reventar los puntos negros. También me he comprado mucha ropa que antes jamás hubiese pedido. Así que me metí en ese mundillo y no he podido salir, y ha sido un tema porque he gastado mucha plata”, cuenta.
Pero, ¿qué tan comunes han sido estas conductas durante la pandemia? ¿A qué nos hemos vuelto “adictos” en este confinamiento? ¿Por qué necesitamos ese refugio? El psicoanalista David Dorenbaum escribió en el diario El País, que es esperable que las personas podamos estar más propensas a este tipo de comportamientos compulsivos considerando el contexto de estrés y adversidad de la pandemia, que “nos hace menos sensibles a las satisfacciones de lo cotidiano”. Para poder compensar esta desmotivación del día a día e intentar mejorar nuestro bienestar, es que aparecen las conductas adictivas -como comprar, comer en exceso o estar horas en el celular- que generan una descarga de sensaciones placenteras a nivel cerebral. Así nacen estos nuevos ‘hábitos’ de pandemia, que permiten evadir la ansiedad o malestar, a corto plazo, estimulando los sistemas de recompensa del sistema nervioso.
De esa manera lo ha visto también en su consulta el psicólogo de la Clínica Alemana y académico de la Universidad del Desarrollo, Jaime Silva. “Hemos recibido un aumento de casos de pacientes que tienen conductas del espectro adictivo, tanto en la alimentación, juego patológico, adicciones a drogas o alcoholismo. Las personas que ya tenían estos síntomas empeoraron, pero también han aparecido nuevos casos en este contexto”, explica. “La gente se encuentra buscando, en el escenario que tienen, formas de salir del estado emocional displacentero generado por la pandemia y ahí el acceso a estímulos que recompensan, como por ejemplo, las compras online, ha abierto una ventana de salida a esta experiencia, que en algunos casos es trivial y en otros se puede volver problemática, cuando se transforma en algo compulsivo”, analiza.
Por eso, el contexto actual se ha transformado en una especie de caldo de cultivo que ha dado pie al desarrollo de este tipo de conductas, que operan cerebralmente bajo el mismo mecanismo de las adicciones más tradicionales como al alcohol y las drogas. Este tipo de hábitos dependientes no solo están asociados a la compra compulsiva. Por ejemplo, un estudio realizado en China, y publicado en The American Journal on Addictions, dio cuenta de un aumento en la adicción a Internet durante la crisis sanitaria. Al respecto, un 47% de los participantes reportó mayor dependencia de uso, mientras que un 4,3% informó sobre una adicción grave a la conectividad. Una tasa que, si bien es baja, fue un 23% más alta que la encontrada en el período pre-pandemia. En Chile, los datos también son elocuentes: Según un sondeo realizado por la consultora Criteria, el promedio semanal que las personas pasan en aplicaciones pasó de 18 a 22 horas en apenas un mes.
“Cuando los hábitos que son completamente normales, como la compra, comer, tener sexo o el uso de internet, tienen un consumo excesivo y afecta otras áreas de la vida, podemos hablar de una adicción. Aquí se está discutiendo todavía el umbral de cuándo pasa a ser patológico o no, pero lo que sí sabemos es que la minoría de quienes lo hacen, un 10% o menos, cae en ese uso patológico”, manifiesta Mario Hitschfeld, psiquiatra especialista en adicciones y académico de la Universidad Diego Portales. Sin embargo, Hitschfeld explica que existen algunas personas más propensas a desarrollar este tipo de comportamientos. “Hay personas que tienen una vulnerabilidad para expresar esto, es decir, que en condiciones normales estaban a raya, pero en el contexto emocional negativo de la pandemia, se les gatilla una conducta patológica que estaba dormida”, sostiene.
Ansiedad por comer
Otra de las conductas asociadas a lo compulsivo y que algunas personas han manifestado en la cuarentena es el comer en exceso, sobre todo alimentos ultra procesados, con un alto nivel de azúcares y grasas. Una muestra de aquello se refleja en la encuesta de Consumo de alimentos y ansiedad durante la cuarentena por Covid-19 en Iberoamérica, realizada a más de 12 mil personas, que reveló que un 44% de los chilenos aumentó su peso corporal. Un hecho que los investigadores asociaron a cambios en las pautas nutricionales, pero también al contexto de estrés por la crisis sanitaria. Así se dio cuenta, por ejemplo, que quienes consumían más frituras (3 o más porciones a la semana), tenían mayores índices en las mediciones de ansiedad.
Y es que, como explica la psicóloga y académica del Departamento de Nutrición de la Universidad de Chile, Daniela Nicoletti, la alimentación está atravesada por factores afectivos y emocionales. Cuando existe una alteración en ese ámbito, podríamos tender a buscar un alivio en los alimentos. “Desde que nacemos, la alimentación queda ligada a lo afectivo. Cuando una guagua llora y no sabe identificar qué le pasa, habitualmente la mamá de inmediato le da leche. Entonces, queda asociado que, ante cualquier malestar, me dan comida, y parece que me siento mejor. Por eso, en épocas de crisis, con alta incertidumbre, surge la comida como un elemento importante para compensar. Porque se recurre a ese imaginario”, manifiesta. “Efectivamente, hay un grupo de personas que, con cuadros ansiosos, aumentan la ingesta porque eso les entrega una sensación de calma”.
Sin embargo, no se trata de cualquier tipo de alimentos los que aparecen en estos episodios de apetito voraz. Habitualmente, las personas desean comer comida ultra procesada o con alto nivel calórico porque, a nivel cerebral, producen un efecto tranquilizador. “Ese alivio igual se transforma en un circulo vicioso porque después viene la culpa de chuta, por qué me comí esto, voy a engordar y bueno, hace que se aumente más la ansiedad y malestar psicológico y pueda gatillar un nuevo episodio de ingesta de alimentos con alto nivel energético”, analiza Nicoletti y puntualiza: “Igual ojo porque hay personas a las que les pasa todo lo contrario, que por estos estados ansiosos, han tenido bajo apetito y menor ingesta”.
Para poder manejar de mejor manera estos episodios, la experta sugiere, primero que todo, generar un espacio de reflexión antes de ceder al impulso de comer por ansiedad. “Es darse unos minutos y hacer un ejercicio mental de decir ¿qué me pasa?, ¿qué quiero comer?, ¿tengo hambre realmente? ¿o estoy aburrida y pasé un mal rato? No es fácil, pero es un paso importante que dar para identificar si existe un malestar interno y qué otras opciones hay para resolverlo”, explica. A eso, también se le puede agregar algunas estrategias para controlar los alimentos disponibles en la casa. En ese sentido, la experta recomienda evitar tener a disposición alimentos altos en calorías, grasas y azúcares, para dar pie a opciones más saludables como frutas y verduras.