Congelación de óvulos: ¿Beneficio laboral u otra forma de perpetuar desigualdades?

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Corría el 2021 y Mercedes Beras-Goico tenía 29 años. A los 17 había emigrado de su país natal, República Dominicana, a estudiar en Estados Unidos. Llevaba nueve años trabajando en una importante empresa financiera en Manhattan, Nueva York, y quería hacer un cambio. Postuló a una maestría en la prestigiosa Universidad de Wharton, Philadelphia, y en su cabeza calculaba que, de ser aceptada, se graduaría recién a los 32 años.

No tenía pareja y, en ese entonces, veía poco probable comenzar a formar su propia familia en el corto plazo. Después de tantos años trabajando duro y construyendo una exitosa carrera en distintos cargos, quería viajar, tomar riesgos y trabajar en distintas cosas, pero había un obstáculo. Escuchaba el tic tac del reloj biológico, ese que a todas las mujeres nos dice que va quedando poco tiempo a medida que se acercan a los 40 años, y de si algo siempre estuvo segura Mercedes, era que en algún momento de su vida quería ser madre.

Entre sus compañeras de trabajo, observaba como algunas que rondaban los 35 años hacia arriba, se habían recién casado y estaban tratando de ser madres. Veía cómo a una de ellas no se le estaba haciendo el camino fácil. Entraba al baño continuamente a ponerse las inyecciones de los tratamientos de fertilidad, y la veía llorar. Al darse cuenta de esta situación, y al captar también que las mujeres a su alrededor se estaban casando cada vez más tarde, pensó que si quería seguir construyendo una carrera exitosa debía tomar acción ya. “Congelar los óvulos antes de la maestría me daba la libertad de decir ‘ahora no tengo un reloj biológico y puedo ir a buscar mi sueño’”.

En un rumor de pasillo, había oído que su empresa pagaba los costos de congelar óvulos. No recordaba haberlo leído entre los múltiples papeles que firmó cuando aceptó su oferta laboral donde se detallaron los beneficios, pero lo confirmó. Su empresa era una del 40% de las grandes empresas de Estados Unidos con más de 500 empleados, que ofrecían este “incentivo laboral”.

Todo había comenzado en 2014 en Facebook, cuando a una de sus empleadas le encontraron cáncer y debía someterse a un tratamiento que le quitaría la posibilidad de tener hijos, a menos que se sometiera antes a una intervención para congelar sus óvulos. El problema era que el seguro médico no lo cubría y el costo era elevado, por lo que no podía permitírselo. Fue ahí cuando la empresa de Mark Zuckerberg decidió incluirlo en su paquete de beneficios, a lo que luego se sumó Apple y otras empresas tecnológicas. Era considerado algo poco convencional, pero aun así se fueron sumando de manera paulatina múltiples compañías de distintos sectores económicos, incluida la que Mercedes trabajaba.

Sin comentarlo con su jefe ni con nadie del equipo, Mercedes contactó al seguro médico para iniciar el proceso, pero pensó que no podría optar al beneficio. Congelar óvulos es un tratamiento de gran costo económico, y, según sus cálculos, en una ciudad como Nueva York rondaba los 27 mil dólares, por lo que imaginó que el filtro para calificar sería exigente. Ella era una mujer joven, sana, soltera, fértil, y que además no tenía ninguna intención de tener hijos en el corto plazo, lo que no la hacía una candidata evidente, pero se equivocó. A los diez días de llenar el formulario, le llegó la aprobación del seguro. Podía comenzar el proceso de inmediato.

El Covid seguía presente y por lo tanto su oficina seguía con la política de teletrabajo. Era un buen momento para hacerse la intervención. Sabía que físicamente podía sentirse mal e hincharse, pero al estar en su casa tendría un mayor manejo de la situación y no debería pedir días de licencia médica. El proceso podía ser una sola vez o varias, no lo sabía, pero por fortuna con solo una intervención, le extrajeron 19 óvulos de los que pudo congelar 14. No había necesidad de repetir el procedimiento.

“Me sentí bastante sola en el proceso, pero yo decidí hacerlo así”, reconoce. Mercedes no tenía pareja, su familia estaba lejos, y por opción no le informó a la empresa porque no se sentía cómoda hablando del tema en ese momento. Pero no solo eso, al hacerlo en plena pandemia y dada la imposibilidad del contacto físico, todo fue más impersonal. Tanto, que para explicarle cómo debía aplicarse las inyecciones le mandaban videos de YouTube. “El día antes de la extracción, fui al consultorio, me hice todos los exámenes, me dieron las medicinas, y salí a la calle a llamar a mi mamá. Me puse a llorar. No sabía qué estaba haciendo y creía que había sido un error”, cuenta. Mercedes es enfática: “En este proceso es muy importante estar en un buen momento mental y tener claro el por qué se está haciendo, sentir que es la decisión correcta, porque si no en cualquier momento puedes pensar que fue un error”.

Mercedes cuenta que, a todas las inyecciones, medicamentos y a la intervención en sí, se suma la hinchazón y algunos malestares posteriores. Según cuenta, subió casi 5 kilos en una semana, estaba en una montaña rusa de emociones, lloraba frecuentemente, y su cuerpo tardó cerca de tres meses en estabilizarse. Le llegó el período dos veces en un mes. “Se sentía medio caótico el proceso, pero yo me mantuve centrada. Siempre le digo a las personas que es un proceso difícil, aunque lo pague la empresa. Yo sé que quiero ser mamá. No sé cuándo, pero lo sé. Si te sientes muy segura de que quieres tener hijos, la paz mental que te da el congelamiento de óvulos es increíble”, resalta.

“Lo más importante es desestigmatizar esto”

La industria financiera donde trabajaba Mercedes, es una donde predominan los hombres, sobre todo en puestos altos. De hecho, entre los jefes de la compañía en donde trabajó por nueve años, solo una era mujer, y en uno de los equipos que ella misma trabajó por cuatro años, siempre fue la única mujer entre doce hombres, además de la única latina y la más junior.

Pese a estos hechos, Mercedes dice haber presenciado cómo, luego de la pandemia, se han otorgado muchas flexibilidades que han dado más facilidades a aquellas que son madres. Con todo, Mercedes cree que más que las empresas en sí, es el sistema en general el que hace que las mujeres se cuestionen sus decisiones tanto como madres como profesionales. “Siento que son limitaciones que más que nada nos ponemos nosotras”, comenta.

Cuenta el caso de una compañera de trabajo que tenía 36 años y que cuestionaba su decisión de tener hijos, argumentando que, de tenerlos, no podría dedicarle el mismo tiempo a sus clientes. “Es triste porque es cierto, pero a la vez me pregunto, ¿es necesario? ¿Quieres que estos clientes sean toda tu vida?”, dice, y agrega que, en este caso, la limitación no venía por parte de la empresa, sino que el sistema ha hecho que las mujeres lo sientan de esa manera. “Las mujeres tenemos que estar consistentemente sobresaliendo, sino sentimos que no nos van a dar las oportunidades”, dice.

Mercedes explica que una vez escuchó a una persona decir algo en una conferencia que siempre le ha hecho mucho sentido. Decía que la gente hablaba mucho del equilibrio entre la vida y el trabajo, pero en realidad esto no existe, porque la vida ocurre en ciclos. “Hay momentos en que le dedicas todo al trabajo porque no hay nada más importante a lo que dedicarle tu atención, pero hay otros momentos que le vas a dedicar atención a otra cosa, como la familia, y al final va a ser un balance”, explica. Por último, Mercedes piensa que todas las empresas deberían ofrecer este beneficio, y hacer del congelamiento de óvulos un tema de conversación hasta que las mujeres se sientan cómodas hablando del tema. “Lo más importante es desestigmatizar esto. Hay que normalizarlo, es una decisión médica”, enfatiza.

¿Beneficio laboral o perpetuando desigualdades?

Desde que las empresas en Estados Unidos comenzaron a entregar este beneficio a sus empleadas, la medida no ha estado exenta de polémica. Si bien hay quienes celebran que las compañías financien tratamientos de alto costo económico como lo es el congelamiento de óvulos permitiendo una mayor flexibilidad para la mujer, sobre todo en un contexto donde las tasas de natalidad van a la baja; hay otros quienes plantean que la medida perpetúa un sistema en que las mujeres deben posponer su maternidad para ser exitosas en sus carreras.

En Chile, al igual que en otros países del mundo, el tema demográfico toma cada vez más relevancia, sobre todo por el ingreso de la mujer al mundo laboral y, con ello, la postergación de la maternidad, entre otros factores. De hecho, según datos del INE, las mujeres hoy tienen un promedio de 1,44 hijos, muy por debajo de la tasa de reemplazo de 2,1 hijos por mujer, lo que supone un problema en el mediano plazo. A todo esto, y al hecho de que las mujeres cada vez tienen hijos más tarde, se suman los problemas de infertilidad.

Para la directora ejecutiva de la Asociación de Abogadas Feministas (Abofem), Danitza Pérez, es un hecho que la incorporación al mundo laboral de las mujeres ha implicado una postergación de la maternidad, precisamente porque la conciliación del trabajo y la maternidad es compleja en un contexto donde son ellas quienes mayoritariamente tienen las labores de cuidado. Por eso, considera que el apoyo de las empresas al congelamiento de óvulos es un tremendo beneficio, porque son procesos muy costosos. Sin embargo, considera que es fundamental avanzar a la par en el apoyo concreto tanto a padres como madres que crían, promoviendo la corresponsabilidad, para que beneficios como este no sean leídos como un beneficio para los empleadores más que para las mujeres pues se “ahorran” un pre y posnatal, por ejemplo.

El apoyo económico de las empresas a las mujeres trabajadoras es algo ya muy extendido en países como Estados Unidos, pero no en Chile. Sin embargo, hace algunas semanas, Walmart anunció su programa “Fertilidad FEM”, que apoya económicamente el acceso a tratamientos ya sea de fertilidad asistida, o de preservación de óvulos, sumándose a este fenómeno.

Es de esperar que poco a poco más empresas tanto en Chile como en el mundo se vayan sumando a este fenómeno que solo ha ido creciendo a lo largo de los años, pero por sobre todo que se ponga la conversación sobre la mesa, y que eso nos permita también avanzar en políticas públicas para que más mujeres logren conciliar maternidad y trabajo, y por tanto que la edad en que sean madres, sea realmente una decisión.

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