"El invierno es como una escalera que desciende a los infiernos". De esta manera describió esta época del año Norman Rosenthal, profesor de psiquiatría clínica de la Universidad Georgetown, que ha investigado el tipo de depresión conocido como trastorno afectivo estacional (TAE), en el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos. Y es que para algunas personas, la poca exposición al sol afecta considerablemente en su estado de ánimo. De hecho, según un estudio realizado por la Universidad de Southampton de Inglaterra, al menos un 90% de los adultos de dicho país experimenta cambios sutiles en su personalidad, energía y sueño durante invierno.

Desde Clínica Mayo lo explican así: "El trastorno afectivo estacional comienza y finaliza aproximadamente en la misma época cada año. Si eres como la mayoría de las personas que tiene trastorno afectivo estacional, tus síntomas comienzan en otoño y continúan durante los meses de invierno, reduciendo tu energía y haciéndote sentir de mal humor. Con menor frecuencia, el trastorno afectivo estacional causa depresión en la primavera o en el comienzo del verano".

Especialistas en salud mental han sido enfáticos en señalar que en Chile tenemos la suerte de que, al menos, la cuarentena nos haya tocado en verano. Porque si le sumamos la falta de luz natural al estrés que implica el encierro, las consecuencias negativas podrían ser peores.

Sin embargo, muchas personas viven en lugares oscuros, sin corrientes de aire ni espacios para poder salir a refrescarse, lo que podría implicar ciertas alteraciones en el organismo.

"Efectivamente hay un trastorno del ánimo que se relaciona con la luminosidad, el que va de la mano con los ritmos circadianos, encargados de regular los cambios físicos y mentales que ocurren en el transcurso de un día", explica la psiquiatra Lina Ortiz de Clínica Las Condes.

En palabras simples, los ritmos circadianos –conocidos también como reloj biológico- son el ciclo natural de cambios físicos, mentales y de comportamiento que experimenta el cuerpo en un ciclo de 24 horas. Estos se ven afectados principalmente por la luz y la oscuridad. Y pueden afectar el sueño, la temperatura del cuerpo, las hormonas, el apetito y otras funciones del cuerpo.

El problema es que en encierro este ritmo se termina alterando y el cuerpo, de a poco, va somatizando sus cambios. La calidad del sueño, que afecta directamente en nuestro estado anímico, es uno de los ámbitos que más necesita de luz para funcionar.

La neuróloga Evelyn Benavides señala que "el sol entra por los ojos al cerebro y regula una serie de neuronas que tienen que ver con la sensación de horario. Una de las formas de saber si es de día o de noche es a través de la luz que recibe. Dependiendo de esto, secreta las hormonas necesarias para cada horario. Si estamos todo el tiempo en un espacio oscuro, el cerebro no es capaz de captar estas señales y termina desregulando el sueño".

Sin embargo, Lina Ortiz asegura que todas estas alteraciones se terminarían desencadenando cuando la situación es extrema. "Todos estos cambios se han medido a través de experimentos de personas que realmente no tuvieron una fuente de luz durante meses. En encierro esto no es tan así. Igual las personas pueden salir a las puertas de sus casas o asomarse por las ventanas. No es que pasen meses sin luminosidad. Pero la gente que está en subterráneos, por ejemplo, y que solo tiene luz artificial, sí puede terminar generando un trastorno", explica.

Para la siquiatra, es importante aclarar que esto no debería ser una razón por la que nos debamos preocupar si es que hay una reducción de la luz parcial. "En este momento, esto debería ser el último de nuestros problemas. Es importante, obviamente, pero no es tan dañino para el organismo, y hay que priorizar en qué poner nuestra preocupación. La soledad provocada por el encierro, por ejemplo, es algo que sí nos va a afectar más".