Crónica de una contagiada y su hijo: "Tuve fiebre y pasé harto miedo. Quedaba agotada"
El miércoles 11 de marzo las autoridades confirmaron que había 23 contagiados de coronavirus en Chile. Loreto Casis (56) y Tomás Mora (23) formaban parte de estas cifras. Madre e hijo venían recién llegando de un viaje que habían planeado hacer solos los dos. Y es que Tomás es el más chico de una familia compuesta por tres hermanos hombres y Loreto quería aprovecharlo al máximo porque, a la vuelta de sus vacaciones, a él le tocaba entrar a su primer día de trabajo.
Después de dos semanas juntos en sus vacaciones, lo que menos se esperaban es que deberían pasar aislados en cuarentena compartiendo el mismo metro cuadrado. Porque así son las reglas. Si un miembro de la familia es diagnosticado con Covid-19 y puede irse a su casa, debe hacerlo bajo una serie de condiciones: mantenerse encerrado en una pieza, no caminar por la casa y desinfectar el baño y la ropa todos los días. Ambos siguieron las instrucciones al pie de la letra y decidieron aislarse en la pieza matrimonial hasta que se cumpliera el plazo de la cuarentena. Ayer llegó ese día y ahora son parte de los 33 casos recuperados. Y, pese a ser conscientes de la suerte que tuvieron de no presentar síntomas mayores, Loreto reconoce que fueron dos semanas llenas de dudas y miedos. Esta es su historia de cuarentena.
"Cuando llegamos del viaje nos sentíamos perfecto. Nos tomaron la temperatura en el aeropuerto como parte del protocolo de prevención y estaba todo bien. Sin embargo, al día siguiente, Tomás me comentó que se sentía un poco mal, así que partimos de inmediato a la clínica a hacernos el test. Recuerdo que yo también tenía el cuerpo un poco extraño, como si estuviese muy cansada, pero pensaba que podía ser por el viaje. Esperamos durante tres horas el resultado, hasta que nos dijeron que al día siguiente nos lo iban a dar y que, por mientras, nos mantuviésemos juntos en la casa, distanciados del resto de la familia. Así lo hicimos. Nos instalamos en mi pieza, sin jamás pensar que ése iba a ser nuestro lugar las próximas dos semanas. A la mañana siguiente nos llamaron para confirmarnos que teníamos coronavirus.
A partir de ese día empezó nuestra cuarentena. Los dos nos aislamos, pero igual toda nuestra familia tuvo que permanecer encerrada. Nos pasaron nuestros propios platos y cubiertos, esponja y lavalozas, y un canasto para la ropa sucia. Además, tuvimos que planear algunas técnicas para mantener distancia con el resto. Pusimos una pequeña mesa a dos metros de la entrada de la pieza para que nos fuesen dejando las cosas y cada vez que les pasábamos algo de vuelta, tenía que ir desinfectado. Aunque en general casi todo lo que entraba no salía más.
No sé cómo no nos volvimos locos encerrados y agradezco que, dentro de todo, no haya sido tanto tiempo. Sin embargo, a los dos se nos hizo una eternidad. Me acuerdo que cada vez que abría un ojo al empezar el día, miraba el reloj deseando que fuese tarde. Pero casi siempre eran entre las siete u ocho de la mañana. La casa estaba en un profundo silencio y eso era lo más tortuoso. Después, cuando comenzaba el ruido, se hacía todo más rápido. Nos traían desayuno, conversábamos con los demás desde lejos y nos volvíamos a encerrar. Hasta que llegaba la hora de almuerzo y así con todas las comidas.
Leí mucho, vimos un montón de documentales, jugamos Candy Crush y Catan. Y nos aburrimos. Bastante. Sobre todo Tomás, porque él nunca se sintió tan mal, entonces tenía mucha energía. Yo, en cambio, tuve fiebre un par de días y estuve muy débil. Me levantaba a ducharme y quedaba agotada. Creo que fue una mezcla entre las consecuencias del virus y del encierro. Porque aunque uno no quiera deprimirse, es difícil no hacerlo encerrada entre cuatro paredes. De hecho, ahora que se levantó la cuarentena, sigo sin ganas de hacer cosas. Creo que hay una parte de mí que aún necesita recuperarse.
También pasé harto miedo. Yo soy muy poco alarmista, pero cuando me dio fiebre me asusté. Es que uno está todo el tiempo pensando en hasta qué punto va a llegar el virus. No me dolía respirar, sin embargo, inconscientemente pensaba que tal vez sí. Para calmarme, Tomás me hacía ejercicios de respiración para saber si tenía alguna dificultad en seguirlos. Tomaba aire, lo aguantaba durante 10 segundos y luego lo expulsaba lentamente. Además, me preocupaba que fuese peor que la influenza. Había tenido hace un par de años y fue súper fuerte. Recuerdo que sentía que tenía, literalmente, una vaca encima de mí. Entonces pensaba todo el tiempo que probablemente iba a llegar a ese nivel de dolor. En nuestro caso, al menos, no fue así.
Ahora que ya pasó todo me doy cuenta de lo afortunada que fui teniendo a mi hijo al lado. Fue mucho mejor haber estado con Tomás que sola. Y es que él tiene algo que lo hace ser muy agradable, es de esas compañías que calman. Los dos siempre hemos sido muy cercanos, pero creo que esta fue una muy linda manera (y menos mal solo anecdótica) de pasar nuestros últimos años viviendo juntos. Durante el encierro pensé mucho en eso. En que ésta era la última vez que iba a tener a mi guagua tan cerca".
Loreto Casis tiene 56 años y es ingeniera comercial.
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