Cuando Alena Arce (42) salió del colegio en 1996 y aun no tenía muy definido lo que quería estudiar, pasó tres meses yendo al Parque Forestal todos los domingos, específicamente a la parte trasera del MAC, a ver cómo practicaba un grupo de capoeristas vestidos de blanco. Era una época en la que se estaban dando a conocer distintos movimientos artísticos en torno a la danza, al circo y ciertas disciplinas folclóricas, y si bien Alena era tímida y su intención no era la de participar, estaba totalmente fascinada. Supo con el tiempo que la Capoeira se trataba de una expresión cultural afro-brasileña que surgió en Angola y se desarrolló en Brasil a principios del siglo XVI, como parte de un proceso de lucha, resistencia y defensa propia de los esclavos afrodescendientes, quienes querían escapar –o ‘fugir’, como se dice en Brasil– de sus amos. Supo también que en algún minuto se tuvo que disfrazar y aparentar ser una danza, porque de ser lo contrario, no habría sobrevivido como práctica. Y de a poco se fue enamorando de la música, de su historia, de los simbolismos y del ritual.
Un día el grupo anunció que empezaría a dar clases los días sábados, y Alena al fin se sintió lista para dar el paso. Se inscribió y al año siguiente, cuando ya había definido que su búsqueda iba por lo corporal, empezó a estudiar danza en la Universidad de Chile y luego en la Academia de Humanismo Cristiano. Su desafío de ahí en adelante se volvió mantener y equilibrar ambas disciplinas en paralelo; las dos requerían de mucha resistencia y fuerza, pero en una se privilegiaba un cuerpo más tonificado, y en otra una musculatura más larga. “Yo quería mezclar ambos lenguajes, y me prometí a mí misma que no iba a carretear durante la universidad, que iba a ser muy disciplinada con la alimentación y que así lograría complementar ambas prácticas”, recuerda.
Finalmente, cuando terminó sus estudios, invitó a bailarinas y capoeristas a participar de un proceso de investigación que luego devino en Movimiento 360, una iniciativa que mantiene hasta el día de hoy, y que ella describe como una práctica de danza contemporánea fundamentada en la Capoeira, en la que se diluyen las jerarquías tradicionales de esa expresión. “La Capoeira mantiene una estructura rígida de escuela, uniforme, y es difícil avanzar si no tienes a un Mestre o alguien que te vaya asesorando. Yo quise sacarle un poco eso para poder hacer algo más integral, que permita adentrarnos en ese estado de lucha, de auto defensa y de resistencia que es tan necesario para el carácter. Es una manera de arriesgarse con el cuerpo, pero también, con Movimiento 360 he logrado incorporar otras disciplinas y llegar a otras personas; he trabajado con antropólogos, kinesiólogos y asesores metodológicos”.
¿Cómo ha sido abrirte camino en un rubro mayormente habitado por hombres, y en el que el cuerpo pasa a ser la herramienta principal?
Originalmente participaban de la Capoeira hombres, mujeres, niñas y niños. Surgió como un proceso de resistencia y autodefensa, por parte de la población sometida a la esclavitud. Quienes la practicaban de hecho, se podían ir presos, y por eso tuvo que disfrazarse de danza. Luego, en los años 50 pasó a tener más visibilidad y los Mestres se empezaron a organizar. El Estado lo tomó y lo categorizó como un arte de lucha o una gimnasia brasileña, re-significándolo desde el folclore. Esa es una etapa en la que se limpia, por así decirlo, la imagen de la Capoeira. Es en ese minuto que queda como una expresión de hombres y el traspaso hacia las mujeres se limita. Recién en los 70 y 80 se vuelven a incorporar más mujeres. Aun así, si bien en Brasil hay muchas, sigue siendo un rubro que se asocia mayormente a lo masculino, al cuerpo grande y musculoso, y en el que predomina una lógica de competencia, que de por sí es muy masculina.
Ha sido difícil y de hecho me da mucha pena pensarlo. Finalmente la Capoeira permite llegar a un estado mágico, lleno de misticismo y eso no debiese tener que ver con un género en particular. Pero sí, es un rubro complejo, competitivo y en el que hay discriminación. Yo soy la mujer más graduada en esto dentro de Chile, entonces me ha tocado vivir esa lógica de competencia que está siempre latente y poniéndonos a prueba. Aunque no lo queramos, el medio nos obliga.
En el 2015, de hecho, viví una experiencia fuerte en Brasil, en un evento internacional. Viajé sola a una escuela de Capoeira que había formado a la mía, y desde que llegué sentí que por no ser de la misma escuela la entrada fue mucho más difícil. No me recibieron bien y todo se volvió hostil. Empecé a vivir situaciones inexplicables, como que no me dejaran entrar a jugar a la roda, o que me dieran codazos en el círculo y finalmente, una chica me pegó en una de las rodas. Yo sentí que la habían mandado, como para callarme, y vi el nivel de violencia que se da por las jerarquías. Me vi violentada por una mujer que había sido mandada por otros, y ahí fue que decidí seguir con la Capoeira pero dándole una vuelta.
En el 2016, si bien seguí dando clases en la escuela, propuse empezar a hacer encuentros para conversar en torno a las desigualdades de género y el machismo presente en esta práctica. Fue una válvula de escape y me di cuenta que muchas habíamos vivido situaciones fuertes. Pudimos también hacer un glosario con conceptos que definen qué es un abuso, un acoso, una discriminación, todo para generar más conciencia. Porque como es un trabajo corporal y físico, hay unas líneas delgadas y sutiles que a ratos pueden generar confusiones y dudas.
Aun así, y pese a las dificultades, tomar el birimbao, cantar, practicar y formar a personas en esto me apasiona, y confío mucho en ese proceso.
Dado su carácter de expresión de resistencia, ¿crees que más mujeres se han metido a la Capoeira para tener herramientas de autodefensa?
De todas maneras he visto un interés desde ahí. La Capoeira es una lucha y justamente toma el propio cuerpo y la propia musculatura y lo transforma en un acto de resistencia. Sí he visto que muchas mujeres le han dado una vuelta y se interesan desde el cuidado y la prevención, porque aunque no se trate únicamente de eso, y tenga un lado hermoso ritualístico, de misticismo, canto y arte, desarrolla mucho la conciencia de la defensa. En Europa y en Brasil hay muchas mujeres que lo practican, acá menos, pero lo que es difícil, como en todo, es que se mantengan y lleguen a los altos rangos.
¿Te habría servido tener referentes femeninos?
La importancia de tener referentes femeninos radica en saber que es posible. En ese minuto en el que se toma la decisión, cuesta más si es que no los hay. Es difícil abrirse el camino en ese sentido. Yo igual siempre traté de apegarme a mujeres y siempre fueron parte de mi búsqueda, pero de todas maneras habría sido más armónico mi camino si hubiese tenido a mujeres que me hubiesen dicho cómo iba a ser. Hay muchos hombres que ayudan, pero sí creo que no tener esos referentes femeninos dificulta el generar un camino propio.