Controladoras en rehabilitación

Ser controladora - Paula



A quienes controlan les cuesta soltar; les resulta difícil aceptar que no todo está bajo su control porque eso los frustra, a pesar de que controlar sea una actividad agotadora y desgastante, tanto para el que controla como para quienes le rodean. Pero, incluso para quienes se dan cuenta del impacto que esto tiene en sus vidas, aprender a soltar no es fácil, ya que ese cambio implica desafiar nuestros propios miedos.

Antonia tiene 24 años y es controladora. En su caso, su imposibilidad de soltar es una manera de prevenir aquello que le da terror: el error, el fracaso y el castigo, de parte de una madre que, en nombre de la “verdad absoluta”, también lo controlaba todo: lo que se comía, con quién salía, quién entraba a la casa, a qué hora y cuándo. Vivió con eso toda su vida hasta que siendo adulta –y después de una terapia– se dio cuenta de que su real temor, era a la falta de cariño y el castigo emocional que significaba para ella “equivocarse”.

Así, el control, partía con ella misma. “Intentaba controlar cómo me percibían los demás, lo tenía todo calculado. Era muy empaquetada. Yo creo que, si no lo hubiera sido, lo podría haber pasado mejor en mis años de juventud”, reflexiona.

La rehabilitación de las controladoras asumidas

Una experiencia de abuso en la niñez hizo que Camila (35) desarrollara vínculos poco sanos con los hombres. Eso derivó en una celopatía. Y aunque es consciente de que sus celos hacen que lo pase mal, a Camila le es difícil no ceder al a veces insaciable deseo de controlar. “Me di cuenta de que, aunque cambiara de pareja, el problema seguía. Era posesiva, celosa y desconfiada, puras cosas negativas y poco sanas para la relación de pareja, de las que me he tenido que hacer cargo. Porque es un problema mío y no puedo seguir victimizándome por un trauma del pasado”, asegura.

Según Camila Pardo, psicóloga y coach especialista en límites, asertividad y autoconfianza (@psicologa.camilapardo), aunque seas consciente de este comportamiento, para muchos es difícil dejar de controlar porque hacerlo te enfrenta a la incertidumbre. “Muchas veces el mayor obstáculo tiene que ver con nosotros mismos. Con el dejar de aferrarnos y entregarnos a lo que viene desde la confianza básica en que todo va a estar bien”, asegura.

Para empezar con el proceso, lo primordial, dice la psicóloga, es distinguir entre lo que efectivamente podemos controlar de lo que no, ya que muchas veces los controladores viven todas las situaciones como si dependieran de ellos. “Y dejar de poner esfuerzos en aquello que se escapa de nosotros puede ser de mucho alivio”, asegura.

Nunca nada está bajo control

En algunos casos, para evitar la frustración y el miedo de no poder controlar aquello que no está a su alcance, algunas personas, como Antonia, deciden aislarse. La especialista Camila Pardo explica que el exceso de control puede asociarse a agotamiento, estrés y ansiedad. “Muchas veces existe también cierta sensación de insatisfacción porque las expectativas que ponemos en nuestras relaciones y en las cosas, cuando intentamos controlar, suelen ser altas y difíciles de cumplir”.

La vida, que está llena de incertidumbres e imprevistos, constantemente nos regala situaciones que se escapan de nuestro control, lo queramos o no, sigue la psicóloga. “Cuando intentamos controlar más allá de lo que realmente es posible, el nivel de autoexigencia y agotamiento suele ser alto porque nos ponemos en un lugar donde nos vemos a nosotros mismos como responsables de lo que podría ocurrir y capaces de responder a todo, de mantener cierto orden de las cosas. Es como que yo tuviera que ser siempre a quien no se le puede escapar nada, la que no puede fallar. Y esto no es real porque somos seres humanos”, asegura Pardo.

Ser controladora - Paula

El impacto del control

Con el tiempo a Antonia le comenzó frustrar cada vez más el tener que enfrentarse a situaciones que no podía controlar. “Mi respuesta ante eso era arrancar. Simplemente no me exponía a ambientes donde eso pudiera suceder porque me agotaba emocionalmente. Si había una fiesta yo no iba porque sentía que me exponía demasiado a que las cosas se salieran de mi control”, recuerda.

Así, arrancando para no exponerse demasiado, Antonia se aisló. Mirándolo en retrospectiva, hoy se ha dado cuenta de que estar constantemente controlando le robó la oportunidad de disfrutar de las cosas más simples. “Lo pasaba mal, no me relajaba ni podía ser muy espontánea y por eso me perdí la oportunidad de equivocarme. No digo que hacer una tontera esté bien, pero sí veo lo importante que es, en esos momentos formativos cuando uno es más chico, dejarse llevar independiente de que la pueda embarrar”, dice.

Y como no se equivocaba, tomó una postura de superioridad moral que la aisló. “Cuando uno se equivoca aprende, desarrolla carácter y tolerancia a la frustración, pero yo me privé de eso por no ser espontánea”, agrega Antonia.

Las consecuencias del control son tan diversas como las personas que controlan. Sin embargo, la especialista explica que, cuando escala, un comportamiento controlador puede llegar a volverse abusivo, sobre todo cuando se transgreden los límites personales o de los demás. De hecho, la Línea Directa Nacional Contra La Violencia Doméstica de Estados Unidos define el abuso como comportamientos que una persona tiene para mantener poder y control sobre otro individuo, lo que puede suceder mediante violencia física, amenazas, abuso emocional o control financiero.

“A nivel personal, lo vemos cuando le damos más espacio del que es saludable para nosotros a ciertas preocupaciones. O con los límites de otros, cuando desde el control estamos limitando las maneras que al otro le permiten sentirse seguro en nuestra relación, en un estado emocional sano, por ejemplo”, dice Pardo.

Superar el control

Cuando Antonia se dio cuenta de que estaba perdiendo amistades por falta de flexibilidad, se alarmó y empezó a cuestionárselo todo. “Pensar que las cosas tienen que ser solo como yo las quería, amargarme o sentirme ofendida por cosas innecesariamente, al final me llevó a terminar amistades. Pero de eso solo me di cuenta cuando viví una gran crisis con mi familia de origen, que me ayudó a despertar, ver la realidad y a enfrentarme también a mí misma para preguntarme qué persona quiero ser”.

Rehabilitarse del control muchas veces pasa por un proceso de autoconocimiento y de trabajo personal para desarrollar confianza, explica la psicóloga y coach. “La clave para manejar nuestra necesidad de control está en aceptar. Aceptar cuando las cosas no están saliendo como imaginaba y aceptarme a mí misma como un ser humano que se equivoca”.

El proceso no fue nada fácil para Antonia porque el fantasma de lo que había sido su crianza en control la acechaba. “Entendí que no quería reproducir los patrones de mi casa, que tanto dolor, daño y frustración me generaban. En el camino de replantearme cómo quiero ser yo para tener la vida que quiero tener, tuve la oportunidad de conocer personas que tienen distintas perspectivas, que vienen de distintos lugares del mundo, con distintas crianzas, estilos de vida y de fe. Todo eso me ha ayudado a desarrollar una mente más crítica con respecto mí misma y a poder crecer”, dice Antonia.

Dejar de controlar para Camila implicó confiar en que estará bien, independiente de lo que haga el otro. “Me dolía mucho no poder creer en el amor. Mi poca confianza y falta de fe eran miedos y me tocó entender que eso eran, así que dejé de creerle a mi mente. Me ha tocado trabajar la humildad, bajarle a la soberbia y construir límites sanos para mí y respetar los del otro”, cierra Camila.

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