Conversaciones difíciles
Como psicoterapeuta, mi trabajo básicamente consiste en conversar, algo que visto desde fuera parece sencillo, automático y que no requiere de mucho esfuerzo pero que, sin embargo, a lo largo de mis años en la profesión, he entendido la profundidad de lo que implica. Lo importante que es conversar esa palabra que usamos tan cotidianamente.
A mis ojos, una de las características fundamentales que nos distingue como seres humanos de otros seres, es el lenguaje. No la comunicación, que sí compartimos con otras especies, sino que el lenguaje, ese en el que nacemos, en el que fuimos aprendiendo y que va determinando cómo vamos viendo el mundo.
Pero una cosa es hablar y otra es conversar.
La etimología de la palabra conversar proviene del término en latín “conversāre”, que significa “dar vueltas en compañía”. Esto es, dar vueltas con otro.
Humberto Maturana decía que en el conversar construimos nuestra realidad con el otro, que no es abstracto, sino un modo particular de vivir juntos en coordinaciones del hacer y el emocionar.
Conversar es una danza conversacional en la que está implicada la emoción. Y quisiera detenerme en un concepto que escucho con más frecuencia: las conversaciones difíciles, esas que rehuimos, que evitamos y que de pronto, no nos queda otra que enfrentarlas.
Yo misma he sido la campeona de la evitación de las conversaciones difíciles por miedo a ser tildada de cuática, exagerada o que lisa y llanamente, sentir que no ha lugar a ese tipo de conversaciones.
He visto también cómo tanto las generaciones mayores, como la propia, no instalaban ese tipo de conversaciones. Tan frecuente es oír historias como “se fue, sin decir nada”.
Las conversaciones difíciles disparan el miedo, la ansiedad, la angustia de la posibilidad de perder eso, que en ese momento, tanto me importa; como una relación o un trabajo.
Recuerdo una conversación difícil que tuve con mi padre sobre su muerte, estando enfermo terminal. No me animaba a tenerla, porque sentía que era invocarla, que podría incomodarlo o que yo me desarmaría. Seis años después atesoro cada palabra y cada gesto, que fueron adquiriendo otro significado con el tiempo y que reconfortaron, en alguna medida mi duelo.
Las conversaciones difíciles nos exponen, nos hace sentir vulnerables o incluso culpables. ¿Cómo conversar sobre mi deseo de terminar esta relación de pareja? ¿Cómo le digo a mi amigo que me incomodó algo que hizo? ¿Cómo pongo límites a alguien que quiero mucho?
¿Cómo le digo a mi jefe que quiero aumentar mi sueldo?
Incluso pensarlo, en ese diálogo interno, nos puede generar incomodidad y el deseo de evitarla o “irme por la tangente” y decirlo mediante un mensaje o un audio, cerrar los ojos y esperar una respuesta.
Establecer conversaciones difíciles en una cultura que tiende a no ser frontal resulta complejo no sólo porque conversamos cada vez menos, sino porque también abunda el deseo de no “hacerse problemas”. Sin embargo, una vez que empezamos a hacer el ejercicio de tenerlas, podemos generar vínculos más fuertes y sanos donde hay mayor claridad sobre la relación que estamos teniendo.
No es un ejercicio fácil, sobre todo con las personas cercanas, pero vale la pena (o el esfuerzo) hacerlo ¿Intentémoslo?
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.
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