Como muchos, Clara Domíngues pensaba en la versión estereotipada del niño “superdotado” que pintaban en las series cuando escuchó por primera vez el término altas capacidades cognitivas, con el que su hijo Máximo (10) fue diagnosticado hace casi un año. Recuerda que su cuñado le dijo, a modo de broma, en un evento familiar “Ah, pero seguro que el Max el superdotado”, y a ella no le calzaba el perfil de su hijo con el de un niño que, según lo que se imaginaba, era más tranquilo, retraído y que pasaba metido entre libros.
“En el colegio lo mandaban a la terapeuta ocupacional porque no lograba quedarse quieto, entonces eso para mí no tenía nada que ver con el niño superdotado de las películas”, recuerda Clara, quien tras recibir el diagnóstico acudió de inmediato a la Fundación Altas Capacidades Chile. En su sitio web señalan que “la alta capacidad es una condición que se manifiesta aproximadamente en 1 de cada 10 individuos. Esta se caracteriza, entre otros aspectos, por presentar un pensamiento divergente y complejo, alta intensidad emocional, así como una fuerte motivación y pasión por temas de interés y por el aprendizaje. Dentro de la población se considera entre un 10% a un 15% de personas de alta capacidad, como así lo señalan autores como Françoys Gagné o Joseph Renzulli”.
Como mamá primeriza, a Clara todo lo que hacía su hijo le sorprendía, pero ahora mira en retrospectiva y analiza algunos de los comportamientos de Máximo que le hacen sentido con su actual diagnóstico: “A los 2 meses de nacido dejó de dormir siesta. Me acuerdo de que quería estar todo el rato en la silla viéndonos conversar. Estaba muy atento todo el rato. De hecho, cuando lograba dormir mejor era cuando había gente hablando”.
La primera alerta de que Máximo tenía otras capacidades la recibió de parte de la directora del jardín infantil. “Me dijo que era un niño que ella creía que íbamos a tener que ayudar mucho en la parte social, pero no así en la parte académica, porque a él siempre le iba a ir bien en ese aspecto. Me recomendó que lo ayudara en el trabajo en equipo, que lo inscribiera en deportes colectivos, porque él es, de alguna forma, más maduro que los niños de su edad. Pero nunca mencionó nada de las altas capacidades cognitivas”, cuenta.
Momentos de crisis
Cuando Máximo tiene una crisis no es algo momentáneo, como una crisis de pánico, sino más bien un estado –como lo entiende Clara–; varias semanas o meses en los que está con “pataletas” y con actitudes difíciles. “No quiere hacer nada, no quiere salir, no quiere ir al colegio ni hablar con nadie. Son períodos largos y generalmente cuando viene una crisis es porque hay algo de fondo que lo está molestando hace mucho rato y hay que detectar qué es para trabajarlo”.
Estas crisis se remontan a cuando empezó prekínder en un colegio tradicional. Como aprendía todo más rápido que el resto de sus compañeros, se aburría con facilidad y se mantenía inquieto, lo que se traducía en problemas de conducta frente a los docentes. Clara recuerda que su hijo “se portaba mal y muchas veces la profesora lo dejaba sin recreo. Yo lo encontraba terrible, me pareció que ese colegio no era para él y lo saqué. Me fui al otro extremo que fue un colegio Waldorf, una pedagogía que se basa en el que el niño aprende según sus emociones. Ahí no tenía pruebas ni notas. Pero esta forma de la educación no tenía noción de la alta capacidad. Máximo necesitaba algo distinto y ese colegio no se lo podía dar”, asegura.
El año pasado además empezó a sufrir mucho de bullying y entró en una crisis. “Algo que pasa mucho con los niños de altas capacidades es que son mandones y no les gusta acatar las reglas. Mi hijo, por ejemplo, desafiaba mucho al niño que tenía el rol de líder en el curso, hasta que el niño se fue en su contra con varios más. En ese momento decidimos cambiarlo al colegio que está ahora; uno internacional, muy personalizado, donde aprende todo en inglés”.
Allí he aprendido que, respecto de su rendimiento, la realidad dista de lo que se puede creer; que es un alumno sobresaliente en todas las materias. “No le cuesta el colegio, pero no tiene promedio 7 en todo porque hay cosas que no le interesan. Los niños con altas capacidades cognitivas tienen a ser muy selectivos en sus intereses. Para ellos no es prioridad sacarse buenas notas. Sí le ponen mucho esfuerzo cuando una materia les gusta, pero también pueden dejar una prueba en blanco”, afirma Clara, quien viajó a España a un congreso de padres con altas capacidades y realizó cursos para adentrarse más en el tema. Y agrega: “Es complejo porque tienen este don, que es aprender muy rápido, pero está la dificultad de que cuando las cosas son muy monótonas y repetitivas se lo cuestionan todo. No entienden por qué están estudiando algo. Si no lo entienden, no lo van a estudiar”.
Su hijo menor, Augusto, tiene 7 años y Clara asegura que también comparte algunas de las conductas de Máximo que la hacen sospechar que tenga el mismo diagnóstico, pero la psicóloga con la que están trabajando les sugirió esperar un tiempo antes de evaluar esa posibilidad. Él también asiste al mismo colegio que su hermano: “Cuando empecé a estudiar esto, encontré la Fundación Altas Capacidades Chile. Ellos me han entregado montón de información, que es ahí donde veo reflejado también a mi otro hijo que no es tan intelectual, sino más bien artístico”.
La vuelta al colegio tradicional no ha sido fácil para Máximo y actualmente está en un período de crisis. El estar tantas horas sentado parece no hacerle sentido. “Termina las cosas muy rápido. El otro día llegó a la casa con una partitura de música escrita por él. Le dije ‘En qué momento hiciste esto’ y me dijo ‘Ah, es que terminé el quiz de ciencias antes y lo hice’. Lleva menos de un año en este colegio y la materia ya se le ha hecho repetitiva. En el colegio Waldorf estudiaba otras cosas, lo que está aprendiendo ahora no lo sabía antes y se le ha hecho muy rápido de aprender”.
Al igual que el piano. “En pandemia Javier, mi marido, retomó el piano. Recuerdo que una tarde Máximo se le unió. Empezó a tocar las notas básicas. Mi marido le mostró la parte de una canción y la tocó de corrido. A la semana ya estaba tocado piano con las dos manos. A mí me llamaban la atención muchas cosas de él, pero esto fue muy sorprendente. Dije acá hay algo distinto”. Desde entonces Máximo practica piano con un profesor.
Múltiples habilidades
Una de las anécdotas que más recuerda Clara fue cuando, también durante la pandemia, Máximo, con 7 años, se ofreció a ayudar a su papá en su trabajo. Como humorada se lo comentaron a la jefa y ella le propuso ayudarlo en una campaña de marketing para el Día del Niño que debían realizar. Así Máximo terminó haciendo la presentación ante la jefa de su papá.
También destaca su habilidad para leer que en ese entonces no notó: “Yo le leía los cuentos y luego me decía que le tocaba a él y los leía de corrido. En ese momento no me daba cuenta, pero ahora veo y la realidad es que los niños a los 6 o 7 años aún no leen de corrido y Máximo sí lo hacía. También jugaba por horas canasta con mi papá. No se aburría como quizá otro niño lo haría”.
A sus 10 años se lleva mejor con niños más grandes. “Está como en una adolescencia”, dice Clara. “No quiere jugar mucho. Está en la etapa de querer conversar, ver películas, leer libros y comentarlos. Prefiere conversar que estar jugando con más niños, pero sigue siendo activo. Le gustan mucho los deportes, estar en el patio, estar en movimiento”, agrega.
Su hijo Augusto comparte varias similitudes con Máximo, pero Clara considera que “está más regulado, porque no tiene tantas rabietas. Es muy sensible, eso sí, todo le da mucha pena y tiene muchos cuestionamientos existenciales. Me pregunta por qué estamos acá, cuántas vidas hemos vivido, cosas así. Le gusta mucho dibujar, pintar y bailar. Aprende muy rápido las cosas prácticas, como andar en bicicleta solo, sin ruedas”.
A ninguno de los dos les gustan mucho las actividades masivas. Lugares cerrados como los videojuegos se convirtieron en la pesadilla de Máximo. Él mismo le pidió a su mamá que no lo llevara más ahí porque le parecía muy estresante. “Tratamos de ser muy outdoor con nuestras actividades, de hacer harto deporte. Los llevamos a subir cerros, a andar en bicicleta. Tampoco los puedo llevar a cualquier cumpleaños, porque es frustrante para ellos y para mí. Vivimos una vida normal, pero aceptando que la parte social no será fácil”, relata Clara.
Hoy llevan menos de un año en este nuevo colegio, por lo que es muy pronto como para tomar la decisión de pedir que lo adelanten de curso o no, que es otra cosa que se suele hacer con niños y niñas con esta condición. Pero Clara y su marido no han tomado esa decisión. Quizás más adelante lo consideren.
“Este diagnóstico nos ha servido harto para entenderlos mejor, pero lo que nos queda pendiente es encontrar una metodología de educación donde el colegio también nos pueda aportar. Muchas familias de altas capacidades después del colegio motivan a sus niños con las actividades extracurriculares que ellos prefieran. Creo que el colegio debiera estar más involucrado. En Estados Unidos pasa que a los niños con altas capacidades los detectan en el colegio, los pasan a clases avanzadas sin separarlos de sus pares, solo por el período de la materia. Y eso es súper importante, porque adquirir conocimiento es justamente lo que los ayuda a estar más estables, los mantiene desafiados intelectualmente”, reflexiona Clara.