Coordinadora del Centro DAE del Teatro Municipal, Isidora Cruz: “Ver una foto antigua de una bailarina de 20, y luego conocerla con 80 años es muy mágico”

isidora cruz paula



En el núcleo cercano de Isidora Cruz (33) no hay personas que se dediquen a las artes propiamente tal. Su papá era profesor de la universidad en una carrera forestal; su mamá formaba parte de una ONG de psicólogos; su hermano es cientista político y la hermana es parvularia. Pero todos, a su manera, siempre fueron muy creativos. Y es que crecieron en un ambiente en el que se fomentaba eso. A Isidora le regalaron acuarelas desde muy chica; la casa estaba llena de libros; y cuando iban a visitar a la abuela a Chiloé, la veían coser. Su mamá y madrina también bordaban y la llevaban a Isidora, con apenas cinco años, a la feria de Rahue -en Osorno, su ciudad natal-, donde veía a las mujeres Huilliches que se congregaban para vender sus mantas y textiles.

Por eso, desde que tiene recuerdos, Isidora siempre quiso estudiar algo relacionado a las artes. Se trataba, como dice ella, de las habilidades que tenía a su disposición y nunca pensó dirigir su búsqueda hacia otro lado. Pero no fue hasta los 13, cuando su mamá le mostró un artículo de una revista en el que aparecía un taller de restauración textil, que supo que serían finalmente la conservación y restauración (de textiles pero también de documentos impresos) lo que se tomarían sus días de ahí en adelante. Cuando terminó de leer el artículo le dijo a su mamá que quería ir a Santiago a conocerlos. “Fue divertido porque yo no ubicaba para nada Santiago y mi hermano, que ya estaba estudiando acá, tampoco. Pero fuimos juntos al Taller Pawllu, que ahora se dedica a la creación textil, y me recibieron dos personas muy amables que me mostraron cómo estaban restaurando una seda japonesa gigante con flores coloridas. Apenas vi a la señora cosiendo con tal nivel de delicadeza y dedicación, supe que quería hacer algo parecido”, cuenta.

Finalmente, cuando Isidora salió del colegio entró a estudiar artes visuales en la Universidad de Concepción, trabajó dos años en un liceo rural y luego se especializó en restauración en la Universidad de Chile. Estuvo unos años en el taller Arte y Conservación y ahí se dedicó a restaurar los textiles del Palacio Rioja y el Palacio Vergara en Viña. Fue ahí también que conoció a su mentora Fanny Espinoza, actual Directora del Departamento Textil del Museo Histórico Nacional, quien fue finalmente la que la introdujo en el mundo de la conservación de vestuario. Fue voluntaria durante seis años en el Departamento Textil del Museo Histórico Nacional y también ha hecho restauraciones en la Biblioteca Nacional.

Hoy, y desde el 2017, Isidora es la Coordinadora del Centro de Documentación de Artes Escénicas del Teatro Municipal de Santiago (Centro DAE), entidad dedicada a conservar y archivar todo registro histórico de las artes escénicas en el país, y sus días los reparte entre la conservación de documentos en formato de papel –el registro incluye fotografías, afiches, recortes de prensa, cintas magnetofónicas y programas de salas de todas las funciones desde la fundación del teatro en 1857– y la conservación de la pequeña colección de vestuario teatral.

¿En qué consisten tus días laborales?

En el Centro DAE me dedico a conservar y registrar los documentos principalmente en formato de papel –aunque también hay otras materialidades– que forman parte del archivo histórico del teatro. La intención es mantener ese registro para así también poder difundir, junto al área de marketing y de comunicaciones, el desarrollo de las artes escénicas en Chile, desde la fundación del Teatro Municipal de Santiago hasta hoy. Además trabajamos en difusión con un enfoque en educación, entregándole material a estudiantes universitarios de musicología y danza, y también hacemos pasantías en conservación de documentos.

¿Qué condiciones climáticas se requieren para poder conservar documentos en papel?

El Centro está totalmente adecuado según las normas internacionales de conservación y eso implica un monitoreo constante de temperatura y humedad, para evitar las variaciones. Generalmente la temperatura está en los 16 grados Celsius y nunca va subir de los 21. Así también con la humedad relativa que siempre está entre un 48 y 54%. Además, los documentos están estabilizados por diferentes tipos de embalaje como cajas, contenedores, sobres, depósitos y armarios giratorios que llamamos Full Space. A eso me dedico en las mañanas, aunque ahora por la pandemia de manera remota; toda la colección está digitalizada, pero igual voy a monitorearla presencialmente cada cierto tiempo.

En las tardes, generalmente, me dedico a la conservación de la colección de vestuario teatral que hay en el centro. Ahí hacemos limpieza del vestuario, ingresamos con códigos, catalogamos, guardamos adecuadamente con caja y embalaje correcto y archivamos. Esta vertiente ha quedado en pausa durante la pandemia, porque el teatro está cerrado, pero la colección textil incluye tocados, abanicos, y distintas piezas de vestuario de ballet y opera que han sido parte de donaciones importantes. Lo que me fascina de esa vertiente es la diversidad de materiales, eso es lo que finalmente ha hecho que me acerque al vestuario teatral, que es un vestuario con el que no había trabajado antes y que está diseñado para las artes escénicas por lo que tiene mucho más elementos y materiales. Más que el vestuario corriente que no tiene pegamentos o elásticos, por ejemplo. Y gracias a mi trabajo de conservación en el centro, he podido adentrarme en esto y estudiarlo más.

Además, se trata de todo lo que conlleva trabajar en un teatro y en un espacio que actúa a modo de centro cultural. Las oficinas están al lado de la Escuela de Ballet y el lugar de ensayo del coro, entonces mientras trabajo, escucho música y me codeo con artistas de todo tipo. Es cruzarse en los pasillos con el encargado de los telones de cada una de las funciones, Carlos Foweraker; es meterse en los montajes de obras; entender lo que está haciendo cada artista y su propuesta en escena; es poder interactuar con bailarines y músicos; y es archivar una foto antigua de una bailarina y después conocerla siendo que ahora tiene 80 y no 20 como en la foto. Ese tipo de interacción es muy enriquecedora y mágica.

¿Cómo ha sido tu experiencia en el mundo de las artes y la cultura, siendo mujer joven? Considerando también que la restauración, especialmente textil, es un oficio que históricamente le ha sido atribuido a la mujer.

Las mujeres han estado vinculadas al trabajo textil desde el comienzo de los tiempos, y desde ese punto de vista, en mi carrera siempre he tenido la suerte de estar rodeada de mujeres fascinantes que me han brindado un apoyo incondicional en mi trabajo. Es un ámbito más habitado por mujeres, por lo mismo no he vivido discriminaciones directas como sí las han vivido aquellas que están en rubros mayormente masculinizados. En ese sentido, este ha sido un buen lugar para mi desarrollo profesional pero también como persona y como mujer, porque he creado redes de apoyo fundamentales.

Con respecto al rol de la mujer en la cultura hoy en día, pienso que desde el devenir de las sociedades nunca hemos podido ser las protagonistas reales de nuestros rubros u oficios. Estamos en una sociedad machista que nos ha invisibilizado y puesto en segundo lugar, pero sí veo con esperanza que eso está cambiando, en los últimos tres años al menos a nivel nacional. El arte y la cultura en general son ámbitos muy machistas, en los que se replican y perpetúan prácticas muy nocivas y abusivas, en el cine y la televisión principalmente. Pero al fin el trabajo inmenso que han hecho las mujeres está teniendo un impacto y debe continuar.

Nuestro rol, como mujeres en las artes en Latinoamérica, es justamente poder visibilizar y representar todas nuestras inquietudes e ideas para que podamos seguir construyendo una sociedad mayormente igualitaria e inclusiva, en relación a las oportunidades y roles que históricamente han tenido los hombres y no las mujeres.

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