Crecer en libertad
Muchos intentan conducir el crecimiento de los árboles con tutores, para que crezcan derechos: nada peor que eso.
Paula 1246. Sábado 10 de marzo de 2018.
La copa y la distribución de las ramas de un árbol son una verdadera obra de ingeniería. Su gran desafío es crecer balanceando una gran masa y estructura; que no haya puntos sobrecargados ni muy livianos. Lo maravilloso es que saben perfectamente cómo hacerlo: cuánto engrosar su tronco para soportar el peso, cuál es el diámetro óptimo para sus ramas, el largo adecuado y el ángulo de inserción que estas deben tener para adaptarse al ambiente que les toca vivir. ¿Cómo consiguen saberlo? Se los dice el viento y la humedad del suelo. Cuando el tronco se mueve con el viento, les envía una señal a las raíces para que se expandan según la fuerza que el tronco está soportando. Las raíces empiezan a explorar el suelo y se van extendiendo por todos los rincones, siempre y cuando encuentren agua en su trayecto. Entre más se extiende una raíz, más firme se siente el tronco. Y esa firmeza es la que le permite desarrollar abundantes ramas que irán conformando una estructura muy compleja. El ambiente donde se encuentran les ayuda a determinar hacia dónde y cuánto deben crecer.
Cuando plantamos un árbol y lo vemos joven y aparentemente débil, nos olvidamos de ese gran potencial que tienen. Al igual que con un niño, buscamos protegerlo y guiarlo en su crecimiento, para que no fracase, y recurrimos al uso de tutores, para que no tenga posibilidad de moverse ni decidir su rumbo. ¿Cómo interpreta el árbol esta ayuda? Al igual que un niño, como una opresión. Al impedir que el tronco se mueva, las raíces no saben hacia dónde crecer, desconocen las condiciones ambientales imperantes, todo le parece indicar que el ambiente es perfecto y que no hay grandes desafíos por delante. En consecuencia, la raíz no se desarrolla lo suficiente, el tronco se siente tan seguro que no se ensancha todo lo que debiera para soportar el peso de su estructura, este "niño malcriado" termina como un adulto débil y mal adaptado a la realidad.
Después de unos años, cuando se decide retirar el tutor, el árbol siente su inestabilidad. Entonces empieza lentamente a retomar el crecimiento que le permite equilibrarse. Algunos lo logran, pero otros lamentablemente no. Al darse cuenta de que crecieron en un ambiente artificial y al enfrentarse a las verdaderas condiciones ambientales, sufren por la inadecuada estructura que formaron. Pero ya no hay tiempo para adaptarse; porque su crecimiento es lento y su masa es muy pesada. El árbol se quiebra, se desgancha o cae con cualquier inclemencia del clima.
Un árbol joven y un niño tienen mucho en común. Ambos necesitan crecer y enfrentar el verdadero ambiente donde viven, eso les permite adecuarse exitosamente a él. Por más que lo queramos, no podemos determinar su crecimiento para que sea exitoso; podemos darle ciertos apoyos, pero jamás impedir que, tarde o temprano, el niño y el árbol conozcan el verdadero ambiente que les toca enfrentar.
Cuatro tips:
1. Nunca amarrar un tutor con firmeza al tronco. Esto produce que no engrose lo suficiente y que las raíces no crezcan lo que debieran.
2. Si el árbol necesitara algo de apoyo, utilizar tres tutores alrededor, en forma de triángulo, a 50 cm del tronco. Siempre con suaves amarras; jamás inmovilizándolos.
3. Que las amarras sean telas. Nunca alambres u otro elemento que pudiera dañar la corteza del árbol.
4. Darle espacio: para tener un árbol grande, las raíces deben crecer horizontalmente unas tres veces más que el diámetro de la copa.
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