“Para mí, el tema de la maternidad siempre estuvo ligado a mi depresión. He tenido la suerte de poder estar en tratamiento con medicamentos y terapia desde los 15 años (ahora tengo 38) y siempre pensé que yo como madre no podía traer nada bueno para nadie. En mi caso, la pregunta sobre la maternidad nunca estuvo relacionada con el deseo de ser madre, más bien con el riesgo de que la persona a la que voy a querer con todo el corazón esté condenada a pasar por lo que yo pasé. Me explicaron que, sin duda, hay un componente genético en mi enfermedad, pero la mayor influencia está dada por el contexto, por el medio en el que la persona se desenvuelve. Bastante claro, pero la racionalidad siempre se me ha escapado un poco, la lucha entre lo que pienso y lo que siento suele aguar muchos planes.
A pesar de estar estable y en constante terapia, cuando pude determinar que quería ser mamá tuve que prepararme mucho para lo que viniera: no poder quedar embarazada, alguna complicación de salud o simplemente tener un embarazo normal. El obstáculo siempre fue la voz de la depresión que sabía se seguiría asomando constantemente para influir en todo lo que hiciera. Pensar en que tendría que romper la estabilidad que había logrado en años con cambios de remedios, de dosis y sobre todo con la maternidad y la crianza era como prepararse para el desastre. Se sentía a contrapelo, pero sabía que era lo que quería.
Esperar nueve meses para la depresión post parto, con una seguridad del cien por ciento que venía, hizo que al final de mi embarazo estuviera aterrada. Necesité un medicamento muy fuerte, que nunca había querido tomar porque me habían dicho que podía dañar la lactancia, pero yo confié en mi psiquiatra. Me hizo bien, tuve una lactancia exitosa de un año, aunque hasta que dejé de tomarlo no estuve tranquila. Mi post parto fue de recuperación lenta y dolorosa.
“Las madres tienen que cuidarse para poder cuidar” es el mejor consejo que he escuchado para la maternidad. No es fácil integrarlo de verdad, la figura idealizada de la mamá de plástico perfecta que entrega su vida a cada minuto por sus hijos hace que el camino de la comparación empiece para no terminar. La mamá puérpera, siempre calma, se hace cargo de absolutamente todo mientras sonríe radiante.
En la realidad, mi puerperio se fue confundiendo con los problemas previos, la autopercepción cambiaba por minuto y toda sensación se transformaba en una constante reafirmación de lo que pensaba antes, ‘no soy capaz’. Me costó mucho aceptar que estar en terapia y tomar medicamentos, gastar la cantidad de plata que eso implica, eran una necesidad de la que había que hacerse cargo ya no solo por mí. Lo único que quería era no ser la mamá que lloraba por los rincones, que mi hijo tuviera una infancia feliz. Y ahí aparecen de nuevo las preguntas, ¿soy una persona o soy una persona con depresión?, ¿qué me define, mi personalidad, mi historia o mi enfermedad? Si mi hijo no me conoce triste, ¿no me estaría conociendo de verdad?
Ser ‘demasiado sensible’, tomar medicamentos para no sentir el mundo de la ‘forma incorrecta’ parecen ser factores que siempre van a determinar. ‘Deja que las cosas fluyan’, me decían, consejo imposible de tomar cuando has estado toda tu vida controlándote, en guardia para la depresión, las crisis de llanto, de angustia, ataques de pánico y más. Alerta, siempre alerta para poder responder las preguntas del psiquiatra y la psicóloga con detalle, para así encontrar todo lo que se pudiera mejorar y para que mi hijo tenga la mamá que se merece. ‘Escucha tu voz interior, las mamás siempre saben lo que es mejor para sus hijos’, otro consejo que apela a escuchar y seguir una voz que ha sido tildada de anormal. Es que necesitar ayuda nunca ha estado bien visto.
La crianza con depresión ha sido difícil, desafiante. Estar a cargo del cuidado de alguien cuando a ratos no me siento capaz de cuidarme a mí misma ha sido complejo. Ahora él crece y lo voy conociendo, identifico que detrás de esos ojitos maravillosos hay una persona distinta a mí, alguien que va a dibujar y recorrer su propio camino, que tendrá su mirada de la vida. Veo que cuando me dice ‘te amo, mamá’ realmente me habla a mí.
Mi hijo tiene casi 4 años. Yo estoy bien, muy bien. Aunque creo que nunca voy a dejar de mirar a mi hijo como buscando algo, algo que no quiero encontrar. Por eso cuando me dicen que se parece a mí es lindo, pero me da miedo. Me han dicho que con mi sensibilidad y empatía estaría preparada para ver lo que le pasa y ayudarlo, actuar a tiempo. Espero no defraudarlo, espero que nunca me llegue a necesitar desde ese lugar”.
María Paz tiene 38 años y es editora.