Cuando quedó embarazada de su hija, Astrid May (29) comenzó a hablar de sus miedos en terapia. Algunos eran comunes, como esos que suelen llegar con la maternidad: temía no hacerlo suficientemente bien o que a su guagua le pasara algo. Otros venían de un lugar más oscuro. Tenía miedo de que su hija se avergonzara de su historia o que le pasara algo similar a lo que ella vivió en su infancia. También, de disociarse –desconectar su mente de la realidad presente– mientras la estuviera cuidando.
Los tormentos de Astrid tenían raíces en su niñez, en la cual vivió múltiples formas de abuso. Y sus miedos frente a la maternidad se enmarcaban en el diagnóstico que recibió de adulta: Estrés Post Traumático (TEPT) y trastorno de identidad disociativo. “Mis miedos estaban basados en pensamientos traumáticos, no eran reales porque yo nunca iba a permitir que a mi hija le pasara algo parecido a mí, iba a estar atenta a las señales”, cuenta. “Tenía miedo a no ser capaz de cuidarla, a no ser autosuficiente en la maternidad”, agrega.
Asociado en el pasado a los veteranos de guerra, el TEPT es un trastorno que se caracteriza por la imposibilidad de recuperarse de un evento aterrador o traumático. Y si bien la percepción de trauma varía según cómo cada persona experimente un suceso, hay consenso en que se trata de un hecho que va más allá de la experiencia común, explica Rodrigo Gillibrand, psiquiatra, académico de la facultad de medicina de la Universidad de Chile y presidente de la Asociación Chilena de Estrés Traumático. “Se mencionan tres elementos principales: la exposición a la muerte o la amenaza de ella, la exposición a lesiones graves o la amenaza de tenerlas y la exposición a experiencias sexuales no deseadas o violentas”, explica.
Las personas que son diagnosticadas con estrés post traumático muchas veces vuelven a experimentar de forma involuntaria esos recuerdos traumáticos a través de pensamientos, sensaciones, imágenes o pesadillas. Evitan personas, lugares o situaciones que les recuerden lo ocurrido y suelen estar en un estado permanente de hipervigilancia.
A pesar de ser un trastorno muchas veces invisibilizado e incluso subdiagnosticado, con el tiempo se ha logrado esclarecer la importancia de ser reconocido y tratado. Sin embargo, es poco lo que se habla sobre el impacto que puede tener el estrés post traumático en la crianza.
“Hay espacios donde el tema no se habla, ya sea por desconocimiento o por evitar un tema doloroso o tabú. En cualquiera de esos casos, la invisibilización del problema contribuye a que sea más difícil prevenirlo, mitigarlo y tratar sus secuelas”, explica Rodrigo Figueroa, psiquiatra experto en trauma de la Universidad Católica.
Escenas gatillantes
Un control ginecológico, una ecografía, la lactancia.
Para Astrid, muchos eventos relacionados con su embarazo podían provocarle una sensación de angustia, de ser transportada a un pasado doloroso que volvía al presente. “Mis miedos antes de quedarme embarazada tenían que ver con todo lo ginecológico, que es súper invasivo. Tiene temas que son gatillantes y los tuve que ir trabajando a medida que iban pasando”, cuenta. “Para mí era importante que la ginecóloga fuera mujer, por ejemplo. También entrar acompañada a todas las consultas”, agrega.
Este ciclo de la vida puede provocar que se vuelvan a experimentar experiencias olvidadas o que se intensifiquen recuerdos de la propia infancia y de la relación que se tuvo con los padres, explica Gillibrand. “Puede ser muy angustiante, generar crisis y el desarrollo de patologías que antes estaban ‘bajo control’”, agrega.
Las situaciones y dinámicas que se dan durante la crianza, explica Figueroa, pueden operar como desestabilizadores en una persona traumatizada. “Hemos sabido de mujeres que se han descompensado profundamente al enterarse durante su embarazo que la guagua que llevan en el vientre es mujer, porque el hecho de que sea mujer alimenta el temor a que su pareja pueda abusarla del mismo modo como ellas fueron abusadas por su padres cuando fueron niñas”, cuenta.
Sin embargo, los expertos concuerdan en que la crianza puede ser una oportunidad para dejar el trauma atrás. “Muchas personas comprueban que las experiencias traumáticas que vivieron no tienen porqué volver a repetirse si se está rodeado de figuras de cuidado y amor”, explica Figueroa.
“Yo nunca pensé en mi infancia que podría ser una persona feliz. El trauma no es un factor que entorpezca tu crianza, te acompaña siempre y te ayuda si haces terapia y lo sientas en la mesa y le invites un tecito. Es un tema que no se puede ignorar”, dice Astrid.
Un vínculo que sana
Para Astrid no sucedió por arte de magia, tampoco fue automático. Los miedos, de alguna forma, seguían ahí. También el trauma. Pero sostener a su hija le dio la convicción de que su maternidad no iba a ser ninguna amenaza y que acompañarla en su infancia podría, de cierta forma, devolverle la suya.
“Es un vínculo que te sana y que te da la oportunidad de sanar los recuerdos traumáticos. A través del cuidado, te vas dando cuenta de cómo debió haber sido tu crianza o cómo debió haber sido el amor que tus padres tuvieron por ti. A través de eso vas sanando y te vas dando cuenta de que no tienes ninguna responsabilidad. Aplicando una crianza desde el respeto te das cuenta también que eres capaz de tener estos vínculos, que no estás incapacitada de amar y ser amada”, dice.
“Cuando juego con mi hija realmente lo hago como si fuera una niña. Me doy la oportunidad de jugar todo lo que no pude jugar a esa edad, estando tranquila y segura. Es un espacio muy sanador”, agrega.
La terapia es esencial para que las personas que han sufrido eventos traumáticos puedan vivir crianzas sanas. Muchos estudios “muestran dificultades en los sistemas de apego hacia el infante y que incluso podrían estar a la base de transmisión transgeneracional del daño cuando no han sido suficientemente tratados y no se ha hecho un trabajo del trauma”, explica Gillibrand.
Los expertos recomiendan una psicoterapia con un terapeuta formado en trauma. “Debe ser capaz de trabajar con el paciente las vivencias más complejas que puede experimentar una persona, reconocerlas y cuidarse a sí mismo en el proceso. La terapia debe focalizarse en el trauma, para ello existen numerosos modelos terapéuticos que se han mostrado efectivos”, detalla Gillibrand.
“En terapia me di cuenta de que al tener mi trauma trabajado puedes entregar herramientas a la siguiente generación que de otra forma no se conseguirían. Mi hija hoy es súper segura y alegre, nadie sospecharía que tiene una mamá con un diagnóstico tan crítico”, explica Astrid.
Para eso, Astrid trabajó con su terapeuta para hacer una separación del pasado con el presente. Identificar si sus miedos eran por algo que estaba sucediendo en la actualidad o por algo que ya había pasado. “La clave de sobrevivir esos flashbacks o esos pensamientos intrusivos es siempre estar haciendo esa separación”, cuenta.
Que las experiencias de una persona con un trauma sean curativos o no dependerá también del apoyo social, cariño, amor y cuidado de familiares y amigos, explica Figueroa.
“Cuando estoy sintiéndome mal, contacto a mi red de apoyo. Vivo cerca de ellos. Es clave para una persona que está criando con estrés postraumático tener un apoyo de confianza, alguien que pueda ayudarte en esas situaciones o cuando estás pasando por fechas delicadas. Uno se prepara, para el 18 de septiembre, para el día de la madre, del padre. Uno hace un plan y se anticipa. Con eso la maternidad se va haciendo un poco más amigable”, cuenta Astrid.