Criar en otro país
“Tenía 17 años cuando nació mi hijo mayor. Mientras estudiaba enfermería en la universidad, él, con poco más de dos años, se quedaba desde las 8:30 de la mañana hasta las 7:00 de la tarde en un jardín Integra. Yo estudiaba y trabajaba y a pesar de que recuerdo ese periodo como un tiempo donde demostré –y me demostré– que si podía, no fue nada fácil. En la universidad conocí a mis grandes amigas, esas que te acompañan a buscar a tu hijo al jardín y se turnan contigo para cargarlo. Amigas que se quedaban a dormir a mi casa para que cuando mi hijo se durmiera, pudiéramos estudiar.
El penúltimo semestre de mi carrera, me fui a estudiar a España y mi hijo se quedó en Chile con mi mamá. Fue en ese período de mi vida donde descubrí que quería conocer el mundo, ya que viajar se volvió mucho más accesible y cotidiano.
Poco antes de irme, comencé una relación con mi actual marido. Nos conocimos una semana antes del terremoto del 2010, fuimos amigos por un tiempo hasta que nos enamoramos, cuando mi hijo tenía cuatro años. Él estaba en Chile de vacaciones porque llevaba dos años estudiando en Paris. Así que, en algún punto, fue también un impulso para atreverme a estudiar fuera. Y también fue un soporte vital para no morir de pena estando tan lejos de mi hijo. Sin embargo, siempre supe, que ese viaje, ese esfuerzo, esa separación, valdría la pena –y también la alegría–.
De vuelta en Chile nos casamos y tuvimos un hijo. Trabajé en una clínica y luego en gestión. Ejercí por casi siete años, pero cuando llegó la pandemia tuve que renunciar. Mi hijo menor tenía casi dos años y fue imposible compatibilizar el trabajo en casa con la pandemia. Por suerte pude hacerlo, porque nos estábamos volviendo locos en casa.
Ahí con mi marido comenzamos a soñar con un cambio de vida: buscamos opciones para salir del país. Pero la posibilidad que llegó, jamás la imaginamos. Un día en septiembre de 2021, estábamos en la playa cuando le avisaron de una oferta de trabajo en Singapur.
Lo pensamos poco, la oferta era buena, el paquete de movilidad familiar también y el país, espectacular. Así que después de los trámites necesarios, en Enero de 2022 ya estábamos acá.
Nos vinimos super entusiasmados, pero también con harta incertidumbre. ¿Cómo lo llevarían los niños si no hablaban inglés? ¿Cómo lo haríamos nosotros si no tendríamos redes de apoyo? ¿Que haría yo para crear y buscar mi propio círculo?
En poco tiempo fuimos quemando etapas. Los niños se adaptaron en el colegio, aprendieron muy rápido el idioma y yo de a poco fui conociendo otras mujeres en mi misma situación. Y es que Singapur es un país bien particular en ese sentido, ya que hay muchas mujeres, que vinieron por el trabajo del marido, que no pueden trabajar. No podemos, nuestra visa no lo permite. De ese grupo hoy tengo a quienes considero unas amigas excepcionales, es poco tiempo, lo sé, pero por lo que hemos vivido y el apoyo que nos damos, es totalmente merecido llamarlas así, grandes amigas.
Ellas se han convertido en familia; con ellas he celebrado los cumpleaños de mis hijos, con ellas planificamos nuestros fines de semana. Una de ellas me hace las tortas de cumpleaños al igual que una de mis mejores amigas en Chile que era la encargada de la torta de cumpleaños de mi hijo mayor. Otra de ellas me acompaña a pasear a mi hijo a pesar de que la suya ya ni siquiera vive acá.
Con estas amigas me fui de viaje hace poco; lloramos y disfrutamos juntas, compartimos pieza, baño, como si fuéramos amigas de toda la vida.
Emigrar en familia me puso cara a cara con lo desconocido. He tenido diálogos internos que en Chile creo que siempre pasé por alto. He reforzado mucho la idea de lo que quiero para mis hijos; que crezcan en un ambiente seguro, de amor y de confianza, de inclusión y de oportunidades.
Sin embargo, criar y maternar en el extranjero no es fácil. Se ve fácil, se ve idílico, pero para estar bien hay que pasar por muchas etapas y muchas cosas que de lejos no se ven. Los niños crecen alejados de sus abuelos, de sus primos y de su familia en general. Pero por otro lado esta experiencia ha convertido a mi familia en un equipo. Somos los cuatro para todo y contamos el uno con el otro, para lo que sea. Aprendimos a viajar de a cuatro independiente de que el destino pueda sonar poco kids friendly. Ellos aprendieron a apañar en país que sea, aunque suene poco interesante para un niño de cinco años y un adolescente de 16.
Vivir en Singapur ha sido un regalo, la calidad de vida, la seguridad, la tranquilidad y la paz mental que nos ha entregado este país son increíbles. Estar para mi hijo adolescente lo que no puede estar cuando él era un niño, lo agradezco infinitamente. Al igual que agradezco la posibilidad de no perderme etapas del menor que del mayor si me perdí.
Hoy sigo aprendiendo. He intentado buscar actividades fuera de la casa, para no perderme en la crianza. Con mis amigas organizamos un grupo de caminatas, donde todos los lunes vamos a algún parque, eso es sagrado, son nuestros lunes de (re) encuentro. También soy secretaria ad honorem de una asociación de mujeres hispanohablantes en Singapur, y a pesar de que no es nada relacionado con mi área, me mantiene con una responsabilidad ajena a la casa y los niños. Y pienso que de eso se trata cuando hablas de reinventarte, al final lo puedes hacer miles de veces, lo importante es atreverse.
Vivir en el extranjero tiene muchas cosas buenas y creo que por sobre todo, más cosas buenas que aspectos negativos, pero parte de emigrar es entender que vas a vivir muchos procesos de lejos. Muchas amigas se convirtieron en mamá mientras he estado acá, a mi sobrino lo dejé con un año, hoy tiene tres. Pero acá estamos, contentos y disfrutando de esta experiencia que nos hace cuestionarnos si volveremos o no. Creo que nos gustaría volver a Chile por nuestra familia, pero por ahora no. Por ahora queremos recibir a quienes puedan venir a disfrutar con nosotros de este maravilloso país”.
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