“La relación con mis padres siempre fue de amistad y confianza. Ellos me ayudaron a criar a mis dos hijos mayores para que yo pudiera trabajar, pero cuando llegó la pandemia, lamentablemente nos tuvimos que separar. La última vez que nos vimos en persona fue el 1 de mayo de 2020. Después de eso mi madre me pidió que no fuese más a su casa con los niños. Mi padre se dializaba y era riesgoso que se contagiara. La pandemia fue una crónica de una muerte anunciada, como el libro.
Respeté la decisión de mi madre, así que me quedé en casa y nos comunicábamos por videollamadas. Sin embargo, al tiempo mis padres se contagiaron de Covid. Mi hermana decidió llevarlos a su casa, pese al riesgo de contagio. La salud de ellos fue empeorando con los días y debieron ser hospitalizados, lastimosamente, en diferentes lugares. Mi padre falleció el 14 de junio y mi madre 10 días después, sin saber que él ya había muerto. Enfrentarme a la muerte de mis padres fue muy difícil. Mientras mi tercer hijo, de en ese entonces seis meses, tenía sus primeras interacciones, yo solo quería llorar.
Con la partida de ellos debí enfrentarme a una maternidad constante. Por años fueron ellos quienes cuidaron a mis hijos, mientras yo debía trabajar para poder mantenernos bien. Mi madre fue quien más incentivó mi independencia económica, siempre recalcaba que debía trabajar y que ella se encargaría del cuidado de mis niños.
Desde entonces con mi pareja tuvimos que empezar desde cero. Él tuvo que renunciar a su antiguo trabajo y buscar uno que tuviese un horario más flexible para poder apoyarme con las tareas de nuestro hogar y con la crianza de nuestros hijos. Yo tuve que dejar mi trabajo, dedicándome a ellos todo el día. Cuando mis padres me ayudaban con la crianza, todo lo que tenía que ver con la maternidad lo consultaba con ellos. Ahora todo recae en mí y nadie puede discutir mis decisiones.
He tratado de asumirlo y ver el lado positivo, es lo que me tocó y tengo que hacerlo de la mejor manera. Ya podré volver a trabajar, quizás arreglarme y comprar cosas para mí, pero ahora es tiempo de ser mamá.
Durante estos últimos años he aprendido a conocer a mis hijos y le agradezco a mi madre por el trabajo que hizo por mí y por sus nietos. Antes, cuando me dedicaba a trabajar, sólo nos veíamos un par de horas al día, viviendo en el mismo hogar. Con la pandemia y lo que sucedió con mis padres, nos unimos más. Todo eso me enseñó a conocerlos y a ver el vínculo que tenían con sus abuelos, sus rutinas y sus gustos. En este proceso de aprendizaje me comparo constantemente con mis padres, en especial con mi madre. Y así estoy buscando mi propia manera de criar.
Amo ser mamá y todo lo que involucra la maternidad es bueno, sin embargo, me gustaría estar a la altura de mis hijos. Con la pérdida de mis padres presenté crisis de pánico y eso frenó muchas cosas en mi desarrollo como madre. El sentirme sola en este proceso de crianza me hizo pensar que no tenía a quien recurrir y por primera vez, sentí envidia de quienes sí tenían el apoyo de sus padres.
Desde lo que me tocó pasar, día a día rescato que la vida es una sola y hay que vivirla. En un abrir y cerrar de ojos el mundo puede ponerse de cabeza. Pienso en cómo vivían mis padres y quiero vivir así, libre y sin problemas. Tuvieron una historia de amor, como una novela, un amor lindo, de compañerismo y lucha para sacarnos adelante y me siento afortunada de haber sido parte de esa historia de amor.
Con todo lo que me ha pasado evidentemente no soy la misma persona. Hoy soy una mujer nueva, con el desafío constante de la maternidad, pero siempre dando lo mejor de mí. Creo que mis padres estarían orgullosos de todo lo que he conseguido. Pese al dolor de no tenerlos con nosotros, sé que ellos saben que estaremos bien y que saldremos adelante. Día a día me levanto haciéndolos sentir orgullosos”.
Paulina (35) es madre de cuatro hijos y emprendedora.