“Mi madre fue una madre ‘vieja’, me tuvo cuando tenía 46 años. Siempre le contaba a la gente la misma historia: ‘es mi conchito’, ‘pensé que era la menopausia’, ‘en el colegio pensaban que era la abuela’. Mi papá también es mayor, tiene la misma edad que ella, y mis hermanos son dieciocho años más grandes que yo, así que crecí en una familia ‘más vieja’ que las familias normales.
Me crié como hija única y eso siempre me abrumó. Pensaba constantemente en la muerte y en la soledad, me daba miedo que mis papás murieran sin que yo fuera una adulta. Ellos siempre me decían que no me preocupara porque cuando murieran yo tendría mi propia familia, como si eso fuera un consuelo.
En ese hogar también vivíamos con mi abuela, mamá de mi papá, quien fue como una segunda madre para mí. Y con mi hermana mayor, que a veces también hacía de madre.
El año pasado mi abuela murió, con 103 años, tomada de mi mano y de la de mi hermana. Fue doloroso pero hermoso al mismo tiempo, porque tuvo la suerte de morir como todos quisiéramos. Justo esa misma semana mi madre sufrió un accidente cerebrovascular y de cierta forma, también la perdí.
Así se hizo realidad la mayor de mis pesadillas: quedar huérfana. Soy adulta, estoy casada, tengo un hijo de cuatro, pero a parte de mis amigas, que son mi gran apoyo, no tengo alguien inmediato con quien contar, quien me aconseje o quien me escuche llorar sobre lo difícil que es maternar. Tengo a mi hermana, pero ella tiene hijos y trabaja. El amor existe, pero en un mundo como el que vivimos la disponibilidad para cuidar a un otro, escasea.
Soy afortunada de la familia que con mi marido y mi hijo hemos construido, pero eso no quita la dificultad que tiene el no contar con una tribu inmediata. Tengo gente cercana, pero las redes no son las mismas que las de las personas con familias jóvenes, con abuelas o abuelos presentes. De cierta forma los envidio, tengo celos de esos padres cuyos hijos van de vacaciones con los abuelos o se quedan un fin de semana con ellos. Con mi marido no tenemos eso, hemos tenido que aprender a sobrevivir la maternidad y paternidad haciendo malabares para ir a una fiesta, al cine, o tener una cita. Generalmente aprovechamos las horas de almuerzo o las mañanas para compartir como pareja.
Sé que cada caso y cada relación es distinta, pero muchas veces me siento atrapada, con ganas de estar sola, de poder apoyarme en alguien o de no tener la responsabilidad enorme de ser la única mujer que cría a su hijo, su único ejemplo. En cierta forma me envidio a mí misma en mi infancia, porque tuve a tres generaciones de grandes mujeres que me criaron con amor. Ahora me gustaría tanto tenerlas cerca”.
Paulina es periodista y tiene 39 años