El arte tiene mucho de auto referencia y ensimismamiento. De base –y acá no estamos descubriendo la pólvora– la creación es la expresión más pura de lo que piensa, siente, explora y vivencia en un determinado momento el creador.
Hace unos días, nos dimos un punto de encuentro con Violeta y hablamos, mediadas por una pantalla, durante dos horas. Ella desde su hogar en Santiago de Chile y yo en un café en Ciudad de México. Entre divagaciones varias y desvíos de pensamientos, de un lado a otro, abordamos lo que no nos habíamos contado –pero seguramente queríamos– en todos estos años. Y una de las reflexiones que salió de ese extenso pinponeo de ideas, y en la que nos detuvimos un rato, fue justamente esa.
Porque Crónica de emociones, como se titula su última exposición y la primera individual, es el más claro reflejo –y sin mayores pretensiones que esas– de los múltiples imaginarios, matices y vicisitudes que configuran el mundo interior de Violeta. Más que eso, incluso, Crónica de emociones es, además de un diálogo entre mujeres protagonizado por mujeres (porque casi todas las protagonistas de su obra lo son), la manifestación de lo que le estaba ocurriendo específicamente en esos seis meses que se demoró en preparar la exposición.
Así también lo revela su amiga personal y curadora de la muestra, la investigadora y gestora cultural Natalia Stipo, en el texto curatorial; “La identidad artística de Violeta Delfín se teje en la intersección de la espontaneidad y la emotividad. Su seudónimo encarna la misma lógica que irriga su obra; un alias sugerente pero caprichoso. Es decir, con significado pero, sobre todo, libre y espontáneo. La exposición Violeta Delfín: Crónica de emociones es un testimonio de sentimientos, naturaleza y literalidad”.
Como hablamos esa tarde, esa auto referencia tiene el potencial de darle rienda suelta a la cabeza y a los pensamientos rumiantes. Es también la que sienta las bases del auto encierro. Y eso, como acordamos con la Viole, es agotador. “Pero con esta exposición se me acercaron muchas mujeres para decirme que se sentían identificadas con mi obra, con lo que sale ahí. Me contaron anécdotas que quizás tenían poco que ver con lo que yo estaba viviendo o lo que buscaba transmitir, pero se ven reflejadas igual, cada una a su manera”, me contó. “Puede que la creación parta desde algo personal y ensimismado, pero cuando se expone y genera conexión, y otras personas se sensibilizan, se da paso a algo compartido y colectivo. Ahí está el valor”.
Con Violeta Delfín –como firma sus obras– hemos estado conectadas siempre. No somos amigas de la infancia y tampoco nos vemos con tanta frecuencia, pero la vida se encargó de entrelazarnos, de alguna u otra manera, desde que teníamos 15.
Cuando llegué a Chile, a esa edad, la conocí en la casa de su tía en Isla Negra. Esa tía –que luego sería muy amiga de mi mamá– por ese entonces era íntima del que venía siendo mi nuevo padrastro y la razón, esencialmente, por la que mi mamá y yo nos vinimos a Chile.
En ese mismo fin de semana costero –de los primeros que pasé en el país–, la tía de Viole conoció a un amigo de mi mamá que venía llegando, al igual que nosotras, de Nueva York. En un afán por hacer tribu, caravana, vida nómade, o lo que sea que nos hubiera impulsado a movernos en ese momento, estábamos todos habitando los matices de lo que implica emprender una vida nueva. Ese amigo, pasó a ser el papá de uno de los primos de Viole.
Esa vez fuimos tímidas, pero algo quedó. Sé bien que, entre brisa marina, costumbres ajenas, caras nuevas, un español profundamente distinto al que había hablado hasta entonces, en ella encontré complicidad. Pero éramos chicas. Y ese encuentro quedó ensamblado en los recuerdos como un fin de semana aislado.
Años después, ya integrada en las costumbres locales, la contrataron en un lugar en el que yo llevaba unos meses trabajando. Cuando entré a su oficina, me miró fijo, con esa mirada dulce y desafiante a la vez, y me dijo; “Nosotras nos conocemos”. A esas alturas, nuestras familias (la poca que tenía yo en Chile y la de ella) ya estaban muy conectadas. No había cómo desenredar ese tejido.
Eso mismo ocurrió de nuevo en otro trabajo, y así sucesivamente, siempre con intervalos de por medio. Esa vez, ya con 20 y tantos años, compartimos almuerzos, conversaciones cotidianas entre medio de las entregas y escritorios cercanos. Nuestros grupos sociales ya se habían entrelazado y aunque nosotras no nos viéramos tan seguido en las fiestas, sabíamos que eran lugares en los que nos podíamos encontrar. Quizás ella no iba a tantas fiestas. Quizás le gustaba más quedarse en su taller, fumar, pintar y escuchar música. Pero el cariño, la complicidad y esa familiaridad propia del compartir una historia en común, ya eran irrevocables.
Como si fuera poco, cuando empecé mi última relación, mi pareja me mandó una foto de un grafiti que había hecho la Viole en Tongoy. Decía ‘bb, si vamo a hacerlo, ponle sentimiento’, al lado del ya clásico delfín con el que firma su arte callejero. Me la mandó entre medio de otras fotos de paisaje y sin saber que lo había hecho ella. Tiempo después, me confesó que la había mandado a modo de indirecta (o directa); quería insinuar que me entregara, que dejara que la relación siguiera su curso natural. Y así fue.
Le conté que lo había hecho una amiga y nos preguntamos qué habría querido decir ella con eso y a quién le mandaba ese mensaje.
En la incesante e incisiva búsqueda de dejar por escrito –o dejar constancia– de lo vivido, a veces nos quedamos cortos. Incluso los que nos dedicamos a la escritura. Esta conversación con Violeta probablemente fue mucho más profunda de lo que ella y yo podamos plasmar en nuestros respectivos análisis posteriores. En realidad, hablar de su trabajo a la distancia, fue una excusa para reencontrarnos, como lo hemos hecho ya muchas veces, con intervalos e intermitencias. Un mero pretexto para revisitar la adolescencia, ella por su lado y yo por el mío, pero juntas; de revivir fantasías truncadas e historias lejanas que siguen resonando. Con la nostalgia y tranquilidad con la que se revisan ciertas épocas pasadas, propia también del mismo lugar costero y cargado de historia en el que nos conocimos.
¿A quién le dedicaste ese grafiti en Tongoy?
No puedo creer esta historia, es muy buena. En realidad, esa es una frase de una canción de Yung Beef, como mucho del grafiti que hago que se basa en canciones. Pero en esa época, que debe haber sido el verano del 2020, estaba obsesionada con una persona que estaba siendo muy ambigua conmigo. Me rompió el corazón y por lo tanto me enganché más, pero yo seguía buscando maneras de sacarle certezas. Incluso llegué a basar mi personalidad en ese amor, estaba muy pegada y lo único que quería era que él asumiera que yo le gustaba, que se entregara, sin resistirse. El tema es que nunca dejó de resistirse, así que no fue para mí. Ese verano, con el corazón roto, rayé frases que tenían que ver con eso.
En general, me inspira mucho la música y el imaginario que gira en torno a cierto tipo de música. Puedo escuchar a Violeta Parra y me emociona profundamente, pero eso mismo también me pasa con un reggaetón. Tengo anotaciones en las que acumulo frases de canciones separadas por temáticas; amor, creación, y así. Muchas veces recurro a esas ideas para pintar. Ese es un primer paso importante en mi proceso; visualizar imágenes desde la música y plasmarlas al lienzo.
Hablemos de ese proceso creativo. ¿Te acomoda más la exploración constante o encontrar una fórmula y metodología que funciona y quedarte ahí?
Tengo una disyuntiva ahí, porque cargo con la sensación de estar al debe con la exploración constantemente, pero a su vez, siento que soy excesivamente injusta con mis procesos.
En mi trabajo priorizo mucho la experimentación, lo que pasa es que siempre me quedo con la sensación de que podría haber profundizado más, o podría haberle entregado más tiempo a algunas cosas que me gustan. Eso, como he identificado con el tiempo, tiene que ver con el déficit atencional y con el hecho de que trabajo por un objetivo específico, sea para la exposición o para alguna entrega en particular. Nunca con la soltura y con el tiempo que se requiere para indagar y ampliar la búsqueda.
No me doy el tiempo para explorar más cuando algo me fascina, por el solo hecho de explorar, sin pensar en el resultado final. Creo que con Crónica de emociones es la única vez que no he sentido eso; no me siento en falta ni al debe y, por lo contrario, comprobé que me puedo sentir totalmente satisfecha con mi trabajo. Por eso, este año quiero darme el tiempo y espacio –sea a través del estudio o de una residencia– para descubrir más mi proceso o darle cierto espesor.
Hay ciertas situaciones que me han entregado mayor seguridad también; hace un tiempo hubiese pintado todas las obras de la exposición el día antes. Tiene que ver con ciertos procesos de madurez, o de querer –aunque todavía no tenga del todo resuelto cómo– profundizar más en una búsqueda, sin tener que indagar en varias de manera simultánea.
¿Cómo fuiste cambiando eso?
Con terapia, fumando menos, dosificando mi vida social y dándome ciertos tiempos de descanso, sin culpa. Aunque eso todavía me cuesta mucho, porque soy muy culposa en general y no estaría nunca tirada en mi cama durante el día. También es un proceso natural de maduración, que tiene que ver con la búsqueda de lo que nos hace bien a cada uno. Yo tengo muy claro que crear me hace bien, entonces tengo que priorizarlo todos los días. Es una decisión diaria.
Piensa que hace un tiempo me juntaba todos los días con una amiga a almorzar, después iba a tomar un café con otra persona, pero después decía ‘si hago esto, ¿cuándo pinto? O ¿cómo me permito descubrir mi voz? Obviamente sigo haciendo lo mío y juntándome con amigos, pero mucho menos que antes. Las personas creativas nos hemos atrevido a dedicarnos a lo que nos gusta, y está claro que desarrollarlo nos hace bien. Entonces, a nuestros tiempos, hay que hacerlo.
En general, mis procesos creativos van muy directamente relacionados a los procesos internos y personales que estoy viviendo. Con Crónica de emociones eso queda mayormente explicitado; el fondo me lo gané en octubre de 2022 y recién pude empezar a pintar en junio del 2023. No sabía qué pintar, me daba vueltas, me preguntaba si tenía algo que decir, si le importaría a la gente y si mi trabajo le gustaría a los demás. Al final, ¿qué fue lo primero que pinté? A mí misma, frente a un lienzo en blanco, sin saber qué pintar. Sé que puede sonar un poco auto referente pero el arte tiene mucho de eso; es el reflejo de una misma, de lo que una siente y vive. Lo cual es agotador, pero así es. Y quizás también son etapas.
Quiero detenerme en tu relación culposa con el descanso. Creo que todos, en sociedades enfocadas en la híper producción, compartimos ese sentir. Pero en tu pintura siento que se reivindica el ocio. Quizás hablar de ocio hasta tiene una connotación negativa, pero el descanso, el estar echadas en una cama, ojalá con sábanas suaves, escuchando música.
Es loco porque, como te decía, siempre he sido muy culposa con respecto a tomarme tiempos de descanso y de no producción. Pero lo he trabajo y conversado mucho con mis amigas también, y en realidad me di cuenta que tiene más que ver con un tema de organización; de ordenar bien la semana para que los momentos de descanso sean intencionales, decididos y definidos.
Pero lo que dices me encanta porque sí, intento expresar eso en mi pintura. Y creo que ahí influye mucho un imaginario que visualmente me atrae, que es el venusiano, el dionisiaco y el de las deidades, no tanto en cuanto al poder de los dioses, pero en cuanto al placer y disfrute; de estar envueltos en telas, de estar gozando, sintiéndose cómodas en sus propios cuerpos, en sus abundancias.
Es un alivio.
Es una manifestación creo, porque así me quiero sentir y así quiero que me sientan. Más que un reflejo de lo que hago en el día a día, porque como te digo, yo no toco mi cama de día. Pero siento que es importante poder hacerlo.
Qué bueno que mencionaste que te gusta que las protagonistas de tu obra, que son casi todas mujeres, se sientan cómodas y abundantes en sus cuerpos. Tu pintura es también una oda a la feminidad y a lo femenino. A lo ‘girly’, más bien, o ese lado femenino que hemos aprendido a esconder para sentirnos parte, bajo la premisa que exige ser mujeres que se la pueden con todo. La mujer de tu obra está acostada, pintada, con gloss, con pestañas postizas, cómoda.
Eso tiene mucho que ver con un proceso personal también. Justo hoy estaba viendo un proyecto que hice en la universidad, una tienda de ropa que tenía, y me acordé que yo me auto denominaba Violenta, en vez de Violeta. Me hacía la fuerte, me juraba chora, no lloraba, y estaba en esa postura. Pero ha sido tan sanador y liberador dejar de ser eso, permitirme este otro lado y abrazar mi sensibilidad. Finalmente, y creo que ya lo vamos entendiendo, la sensibilidad es un poder. El problema es que esté asociado a un solo género, como algo exclusivo de, cuando en verdad todos deberíamos serlo.
Yo amo lo ‘girly’, pero sería bacán que todas las personas se hicieran dueños o abrazaran su lado ‘girly’. Es muy poderoso ser sensibles, empáticos, buena onda. Todas esas características que tradicionalmente están asociadas a la mujer, están en todos, y hay que desarrollar ese lado. Yo, por ejemplo, ya no tengo ni una gana de demostrarle al mundo que soy independiente y capaz porque ya me lo demostré a mí. Ahora prefiero abrazar el hecho de que soy delicada, soy vulnerable, sensible, no me gusta que me mientan.
Históricamente se nos ha quitado esa posibilidad. También la de estar cómodas, la de descansar. Hay una postura ahí.
Me cuesta hablar de mi obra y describir de qué se trata en general, pero ciertamente todo es político. Hay distintas lecturas, pero tu con tu bagaje, que me digas eso, me hace mucho sentido. Yo soy muy de la iconografía pop, entonces me baso mucho en ese imaginario, en ese tipo de mujeres que hoy han asumido ciertas posturas y son representativas de la mujer actual. Kali Uchis, por ejemplo. Me siguen muchas cabras chicas y es hermoso porque me escriben que les gusta lo que hago, que se identifican, que agradecen el cómo represento a la mujer en mi obra. Eso es importante y sí me gustaría ser referente de eso.
Hablemos de la importancia que le atribuyes al agua. De las sirenas, de las figuras mitológicas que están tan presentes en tu obra.
Eso tiene mucho que ver con mi historia. Siempre me hago la pobresita que no estudió arte (porque estudié diseño), entonces no me sé las corrientes ni los movimientos, pero sí tengo mucha cultura visual por osmosis, porque me interesa, porque me rodea eso y porque soy curiosa. Desde chica todo lo que tuviera que ver con el imaginario Mtv, la Revista Tú, TVGrama, todo eso fue cuajando. La playa me encanta, Isla Negra es clave en mi vida, y seguramente muchas imágenes que calaron profundo en todas y todos los que crecieron en Chile; el Tagadá, los dibujos mal hechos de Micky Mouse, la cultura de la calle. Quizás por eso me encanta Latinoamérica en general.
También, ya siendo más grande, empecé a cachar más de astrología y entendí que, además de ser Piscis, me rige el agua como elemento. Esta época del año yo soy muy feliz, estando en bikini y tomando sol.
Antes eras más tímida en la pintura.
He ido cambiando harto las cosas que hago. Siempre he dibujado, pero no pintaba, o lo hacía de manera muy contenido. Dibujaba y rellenaba, por ejemplo, pero después dije chao lápiz mina y de una me puse a pintar. Y ahora ya estoy pintando en gran formato. Todo eso tiene que ver con un proceso personal de sentirme más cómoda yo conmigo misma. Quizás el grafiti me ayudó a soltarme harto con eso. Entré a ese mundo por una rebeldía media mal aplicada, o una rebeldía inmadura, aunque nunca haya sido extremadamente rebelde, pero sí me ayudó a soltar.
Te gustaba alguien.
Obvio, las dos veces que me metí heavy en el grafiti fue por mis parejas. Qué rabia igual.
Igual muchas veces pasa así, estímulo y aprendizaje mutuo.
Obvio, y también sé que la forma que tengo de pintar no me la enseñó nadie, esa es mía. Pero sí, hay cosas que heredé y aprendí mucho. Finalmente, lo que dice eso es que así de personal es la creación, al punto que influye quién tienes al lado. Pero bueno, rápidamente supe que no era tanto lo mío y que no es necesario abordar todo. Tengo amigos grafiteros y siento esa pasión que los mueve. A mí me mueve mucho más estar en mi taller pintando entre cuatro paredes, escuchando música.
Violeta Delfín: Crónica de emociones está abierta al público todos los jueves de febrero y hasta mediados de marzo en LOCAL Arte Contemporáneo (Avenida Italia 1129). Más información en Instagram: @local.arte.contemporaneo y @violetacerecedaa