Cuando era chica, mi papá siempre creyó que yo iba a ser veterinaria. Es que en nuestra casa siempre hubo animales; perros, canarios, hámsters, pollos y hasta una paloma herida adopté una vez. Mi relación con ellos era afectiva, pero también científica: me interesaban las especies y sus características. Creo que esa parte más nerd, de saber los tipos de dinosaurios, decirle marsupiales a los canguros y reconocer perros por sus especies venía de los libros y la lectura, principalmente de los libros ilustrados que me regalaba mi abuelo. La parte afectiva, en cambio, la tuve que construir.
En ese proceso de aprender a querer a los animales, hubo una película que me marcó profundamente e hizo que los perros se transformaran mis favoritos: 101 dálmatas. Si bien hubo series y versiones con humanos, como la película animada que Walt Disney estrenó en 1961, mucho antes de que yo naciera. No sé exactamente en qué contexto la vi por primera vez, pero era chica y mi recuerdo es que no podía creer la maldad de la mujer que mandaba a robar los cachorros.
101 dálmatas es una película ambientada en el Londres de los años ’60, protagonizada por Roger -un compositor de música- y su fiel perro Pongo (quien además narra la historia) y a pesar de que es una comedia romántica, es también una historia llena de muerte, frío y sufrimiento. Un día, haciendo sus mejores esfuerzos, Pongo logra sacar a su amo de la casa y llevarlo al Regent’s Park, donde pincha con una hermosa chica que también tiene un dálmata. Así nace una doble relación: Roger conoce a Anita y Pongo a Perdy. Juntos, los dos perros tienen 15 cachorros que nacen una noche de tormenta.
Los cachorros se transforman en el corazón de la casa de Roger y Anita y también en la obsesión de una antigua compañera del colegio de Anita: la terriblemente glamorosa Cruella de Vil. A diferencia de muchas otras villanas de Walt Disney, Cruella no es una mente brillante ni tiene súperpoderes. Sólo es vanidosa, ridícula y obsesiva. En la película no queda muy claro, pero con las sagas después nos enteramos que Cruella era compañera de curso de Anita y cuando jóvenes las dos se parecían mucho, pero al salir del colegio Anita se dedica a estudiar y Cruella recibe una inesperada fortuna que la transforma en una mujer avara, excéntrica y desconectada de la realidad.
¿Por qué Cruella pone sus ojos en los perritos recién nacidos? Porque de adulta es una amante de las pieles animales y sueña con tener un abrigo de dálmatas. Así la vemos en una constante tensión: odia a los animales, pero está obsesionada con estos perros. Y rápidamente, cuando los cachorros son secuestrados, sospechamos de ella porque la personficación de Cruella no es sutil: desde su terrible nombre, hasta su cadavérica cara y su infernal pieza, todo nos recuerda a un demonio. Su cigarro echa un tóxico humo verde y ella está en los huesos (por eso, quizás, necesita piel animal para cubrirse).
A lo largo de la historia, vemos que su maldad no tiene límites. No sólo quiere matar y despellejar a los cachorros, sino que no tiene ningún tipo de escrúpulo ni moral. Y mientras la trama avanza, vemos que su maldad queda literalmente en evidencia: sus ojos se vuelven más grandes e inyectados de sangre y su espectacular auto se despedaza para quedar exponer su carrocería que parecen los huesos de un animal. Todo alrededor de ella es muerte y a pesar de que la película hace que la odiemos, a mí esta villana me fascinó por varios motivos. Primero, porque encarna una feminidad exagerada: fuma cigarro con boquilla, ocupa siempre vestidos y abrigos de piel y va perfectamente maquillada. Por otro lado, su maldad hizo que mi amor por los perros se intensificara.
Los cachorros dálmatas de la película son tan divertidos, chicos y exquisitos que realmente dan ganas de dar la vida por protegerlos. Y por otro lado la locura, ambición y vanidad de Cruella están tan bien retratados que es imposible quedar indiferente a su figura. Hay quienes la postulan como la villana más desalmada de Disney, y lo cierto es que -por lo menos a mí- me marcó. Cruella hizo que mi amor por los perros creciera en forma desmedida. Después de verla enloquecer por la piel de los dálmatas mi relación con los perros nunca fue igual: amé con locura a cada uno de los que tuvimos en mi casa cuando chica y eso se mantiene hasta la actualidad. Y ahora en que me convertí en la dueña de una cachorra durante la pandemia, recuerdo con cariño a Cruella cada vez que veo dormir plácidamente a mi perra.