A Francisca Torres le tomó años aceptar que había sido víctima de abuso sexual cuando niña y que, además, su agresora había sido una mujer. “Muchas veces me dije a mí misma que quizá había sido un sueño o que lo estaba inventando, incluso una vez se lo comenté a un familiar y también me dijo que no creía que eso fuera posible, que a veces uno pensaba cosas que no habían pasado”, relata de entrada.

“Tenía cuatro o cinco años y con mi familia habíamos ido a Viña del Mar por el fin de semana invitados por unos tíos. Nos quedamos en un hotel y yo estaba muy emocionada por vivir esa experiencia por primera vez. La primera noche todos los adultos fueron al casino y nos dejaron a mí y a mi prima de un año con una niñera que el mismo hotel recomendaba. Recuerdo que vimos tele un rato y después nos preparamos para dormir. Mientras me hacía dormir sentía que algo de lo que estaba pasando no estaba bien, en mi mente de alguna forma se repetían todas las advertencias que me había dado mi abuela: ‘Nadie tiene que tocar tu cuerpo, nadie, ni siquiera alguien de la familia’.

A mi corta edad me daba miedo pensar que eso me estaba pasando y más aún de parte de quien se suponía que debía cuidarme, de una mujer. Esa experiencia no pude validarla conmigo misma hasta después de los veinte años, cuando tuve mi primer pololo oficial. Yo aún no había tenido relaciones, se lo expliqué y entendió que teníamos distintos ritmos, pero en una oportunidad nos dejamos llevar un poco más por la emoción del momento y de un segundo a otro sentí la necesidad de parar. Me sentí tan mal, como quebrada. Él lo entendió de inmediato, y yo me di cuenta en ese instante que esa emoción tan tremenda que estaba sintiendo era prácticamente un deja vu: ya la había experimentado a los cuatro o cinco años cuando había sido abusada.

Lamentablemente, antes de mi develación escuché a varias mujeres cercanas contar que habían vivido experiencias de abuso. Yo pensaba ‘Qué suerte que no he vivido nada así’, pero en el fondo de mi memoria estaban esos recuerdos vagos, pero que tenían una locación y fechas casi exactas. De hecho, todas las personas de mi familia que fueron a Viña del Mar en esa oportunidad recuerdan que nos dejaron a mí y a mi prima con una niñera. Empecé a preguntar años antes de que yo tomara esta verdad como tal, para reconstruir de a poco una historia que me hacía ruido.

Cuando le conté a mi familia abiertamente sobre el abuso fue en medio de un momento emocional muy difícil para mí. Primero se lo conté a mi abuela casi sin lágrimas. Después a mis tías y a mi prima (no la que estuvo conmigo en ese momento. Con ella perdí contacto años antes de darme cuenta de lo que había pasado). Una parte de mí pensaba que no me iban a creer porque mi abusadora era mujer o que por ese mismo hecho la situación era de menor gravedad, pero también estaba tan convencida de lo que había vivido que preferí contárselo sin importar lo que me pudieran decir. No es un tema que haya trabajado bien en terapia aún, porque siempre están surgiendo cosas del día a día que requieren atención inmediata. Pero, lamentablemente, a veces tengo flashbacks muy claros que me gustaría olvidar.

Hoy puedo decir que soy sobreviviente de abuso sexual y que mi abusadora fue una mujer”.

Las construcciones de género importan a la hora de validar los relatos

La psicóloga feminista Camila García (@psicologamorada.cl) plantea que existe una construcción social en torno al abusar sexual. “Generalmente es hombre, alguien que la sociedad podría percibir de inmediato como una persona ‘mala’. En la mayoría de los casos los abusadores son familiares o personas cercanas a la sobreviviente. Si el abuso es cometido por una mujer, se torna un poco más complejo porque nos enfrentamos a una figura femenina que tiene roles asociados a la maternidad y al cuidado, entendiendo que el patriarcado traspasa todas las esferas”.

Para la profesional también es muy importante considerar el momento de la develación del abuso que, según asegura por su experiencia profesional y por lo que dicen las estadísticas en general, suele suceder en la adultez en casos de abuso en la niñez: “Un favor social súper determinante es sentir la posibilidad de hablarlo con otra persona. Es importante que a quien se le cuente esta experiencia, haga real el proceso, que no lo anule, porque de ser así probablemente va a costar que la sobreviviente tenga un develamiento con mayor seguridad. Los casos de abuso se vuelven reales cuando otra persona los escucha y valida en vez de silenciarlos”, explica Camila.

Marisol Suranyi es especialista en trauma y abordaje de violencia de género de tipo sexual en CIDEM. Comparte la visión con su colega sobre que las construcciones de género impactan mucho al momento de reconocer el abuso cometido por una mujer: “Desde una primera infancia se nos entrega la información de que las mujeres son quienes cumplen roles de cuidado y protección, y en ese mismo marco de conductas de cuidado es donde se dan estas situaciones de transgresiones sexuales. Resulta muchísimo más complejo reconocerlas, especialmente por la relación asimétrica, porque no hay espacio para ponerle nombre a estas sensaciones de incomodidad y transgresión”.

La psicóloga destaca que para trabajar estos casos en los procesos terapéuticos “es importante mostrar el impacto de la socialización de género y cómo eso nos quita la posibilidad de conocer situaciones de este tipo. Es interesante como muchas veces se fomenta la culpa a propósito de cómo las víctimas no pudieron reconocer eso antes. El factor de invisibilización de una transgresión cometida por una mujer a propósito de los estereotipos de género también incide en la postergación del reconocimiento de la propia experiencia y el poder verbalizarla después”.

Nicole Baumgartner, psicóloga especialista en sexualidad y trauma (@sexualidadconsentida) asegura que hay muchos mitos en torno a la violencia sexual: cómo es, quiénes agreden, el lugar donde sucede hasta las reacciones que se espera que tenga o no una víctima. “Respecto a quién agrede está la idea de que los sombres son los agresores y que las mujeres son las víctimas y quienes son agredidas. Hay que considerar que a nivel de estadística son los hombres quienes agreden, pero también hay un porcentaje de mujeres. Y ¿qué pasa con esas personas que son agredidas por mujeres? Se les dificulta reconocerlo porque no hay un imaginario social que permita construir la historia como víctima a partir agredida por una mujer”.

La violencia sexual afecta a personas de todos los géneros, por lo que también es cometida por personas de todos los géneros, aunque sea en una cantidad minoritaria en el caso de las mujeres. “Es importante visibilizar que hay mujeres agresoras”, destaca Nicole, y cierra: “El trauma tiene que ver no solamente con lo que pasó y no debiera haber pasado, sino con lo que no pasó y que debiera haber pasado. Y eso tiene que ver con nosotros como sociedad que hacemos omisiones con las cosas que no vemos, con las cosas que no dejamos que se digan y con lo que no escuchamos, como no poder abrirnos a entender que también hay mujeres que agreden y que es una realidad. Si bien es minoritaria, es importante visibilizarla porque esas personas que lo viven, que son víctimas de mujeres agresoras, van a tener una mejor respuesta del entorno si empezamos a dar lugar a estas experiencias”.