Cuando el amor más intenso no es el que nos acomoda: “La intensidad o la pasión no es determinante de que un amor sea más o menos real”

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“Hay un imaginario, probablemente fomentado por las películas románticas de Hollywood e incluso las infantiles de Disney, que establece que el amor ‘real’ es aquel que nos desestabiliza, nos mueve el piso, nos hace perder la cordura, nos remueve. Un amor intenso, pasional y carnal.

Yo tuve ese amor. Fue con mi primera pareja, la madre de mi hija mayor. Teníamos 19 cuando empezamos a salir, nos amamos profundamente en aquel entonces y hay una parte de mí que siempre la va estimar y querer muchísimo. Estuvimos juntos durante diez años y nuestra relación, vista desde afuera, podría haber sido la relación ideal, si es que eso existiera. Todos nos decían que éramos tal para cual, y que nuestra pasión se transmitía y percibía, incluso a kilómetros. A tal punto que nos empezamos a creer ese cuento.

Pero éramos jóvenes, no habíamos configurado del todo nuestros gustos, intereses y visiones de mundo. Eventualmente cada uno siguió su rumbo. Yo quise buscarla y seguirla, pero entendí que las cosas no siempre funcionan como en las películas. Y a veces es mejor –en este caso al menos– dejar ir. Pero no voy a negar que me dolió y, por sobre todo, que me costó soltar el ideal de esa ficción respecto al gran amor de la vida. Mi familia me había repetido en múltiples ocasiones ‘a ella no la dejes ir, es tu mujer’. Y de a poco fui interiorizando esa lógica, con lo dañina que es. Porque esa frase y toda esa noción es totalmente errada y refuerza la idea de que existe un único amor de la vida, eterno y posesivo. Ella no era mía, ni de nadie, y que bueno que así sea.

Cuando empecé a salir con mi actual pareja y madre de mi segunda hija, la dinámica fue totalmente distinta. Cada amor es diferente y responde a una etapa distinta de la vida, por lo que eso no debiese ser una sorpresa. Pero a lo que voy es que ya no existía esa intensidad y esa pasión propia de la juventud y de los amores tempranos. Por eso en algún minuto dudé –como aun no me había despojado de algunas creencias arraigadas– de que fuera un amor sincero. De que tuviéramos algún futuro. Pero me fui dando cuenta de a poco que la intensidad o la pasión no es determinante de que un amor sea más o menos real. De que exista mayor intimidad y complicidad. La intensidad es eso; intensidad. Y a veces puede ir de la mano del amor, claro. Pero la relación entre ambas no es necesariamente directa y una no depende de la otra.

Pero claro, siempre nos han mostrado que el amor intenso es el definitivo, o al menos el que deberíamos buscar y querer para nuestras vidas. Porque ése es el amor que supuestamente nos llena el alma, ese que es tormentoso y se acapara de todos los aspectos de nuestras vidas. Ahora sé decir que a veces incluso bordea lo tóxico y lo insano. De hecho me di cuenta que esa intensidad no me acomodaba realmente, pero lo pude ver solo cuando incurrí en otra dinámica, y eso que me costó. Cuando empecé a salir con mi actual pareja, de hecho, lo conversamos. Le dije que no estaba acostumbrado a una relación en la que lo primordial no fuese tal nivel de intensidad. A lo que ella me respondió que el amor no tiene una única manera de manifestarse. A veces se trata de cariño, de respeto, de acompañamiento, a veces de pasión, a veces de entendimiento mutuo. Pero no hay requisitos. Eso solo se da en las películas.

Y es que a veces creemos que el amor es de una sola forma, intenso y pasional, pero no necesariamente es así. Puede también serlo, obvio. Pero la intensidad no es requisito, y ciertamente no es determinante de algo más. Así de simple. Y no hay uno mejor que otro, y tampoco uno es más importante que otro. Eso lo vamos estableciendo nosotros, en nuestras dinámicas, de acuerdo a lo que nos haga más sentido y lo que nos acomode más. Yo pensaba que el amor era equivalente a ese tipo de ímpetu y energía, y puede muy bien serlo en algunos casos. Incluso sin bordear lo poco sano. Puede haber pasión y amor, y eso también es hermoso. Pero también hay otras maneras, otras dinámicas, otros acompañamientos y otros niveles de comunicación e interacción”.

Esteban Castro (42) es dentista y padre de dos.

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