“Mi mamá es una persona que niega el conflicto con tal de no enfrentarlo”, dice Camila Sosa sobre su madre. Sobre todo, cuenta, frente a los episodios de violencia de su hermano Tomás. Viven con él en la misma casa, como cualquier familia, pero sus conductas autodestructivas y agresivas hacia ellas dos han llevado ese vínculo familiar al límite y hacen imposible la convivencia. La madre de Camila no es capaz de decirle nada a su hijo: se queda callada, no conversa sobre el tema, y cuando explícitamente Camila le pregunta por ello, es como si nadie hubiese hablado. “Ella sigue con su rutina como si nada porque ignora todo lo que sea conflicto. Yo pienso que lo hace como una forma de negar los problemas: si no lo hablo, si no lo nombro, no existe”.

Esto, hacerse la loca, guardar silencio, mirar para el lado, ir pateando día a día los problemas, cerrar ojos y oídos a ver si así desaparecen, decirse a sí misma “no puedo” o “no quiero enfrentarlos hoy”, es un mecanismo de evasión, un tipo de defensa psicológica que funciona para protegerse de algo amenazante o difícil. Claudia Parra, psicóloga del centro Espacio Palabra, identifica algunos de estos mecanismos frecuentes a la negación, es decir, cuando se intenta ignorar los afectos y conflictos; el aislamiento, que ocurre cuando la persona intenta protegerse del dolor alejándose; y la proyección, cuando se atribuye a otras personas o a una situación externa los propios pensamientos y emociones.

¿Cómo afecta evadir así la realidad a largo plazo? Si bien a corto plazo la evasión de conflictos puede generar un alivio momentáneo, la tensión emocional permanecerá latente. “A mediano y largo plazo, cuando los mecanismos de evasión son recurrentes, se corre el riesgo de desatender el mundo interno y también de aislarse o sobre adaptarse a las demandas y expectativas del entorno. Esto puede relacionarse a problemas para establecer lazos de confianza con otros y a tener dificultades en el desarrollo emocional propio. Incluso puede llevar a sentimientos de vacío interno”. Es algo que Camila observa claramente en su madre. “Yo siento que le afecta mucho porque se guarda las cosas, ya la he visto colapsar varias veces, pero pese a eso, sigue en su mood. Puede que muchas veces su silencio no sea una forma de validar el problema, pero no es capaz de verbalizar su punto de vista. Quizá no se sienta lo suficientemente fuerte para hacerse cargo”.

El miedo a “caer mal”

En el caso particular de la madre de Camila se entiende que la violencia de un hijo puede ser, para cualquier persona, un tema muy doloroso de afrontar. Pero la evasión puede ser un mecanismo que se activa en situaciones de diversa índole, también vinculadas con la ansiedad en la relación con otros. Algo así le ocurre a Alonso -quien prefiere no dar su apellido- en su trabajo como sociólogo para una consultora. En su caso, dice, se la pasa evadiendo discusiones o desencuentros con sus pares, y sobre todo con su jefatura, por miedo a caer mal y a quedar como conflictivo. Y no es algo que le ocurra solo ahora; es un tema que lo viene arrastrando desde que inició su vida laboral. “Las diferencias o discrepancias con colegas siempre han sido algo problemático para mí. Tengo ese miedo de que cualquier cosa que haga o diga y que caiga mal termine por dejarme sin empleo, incluso cosas mínimas. A veces aguanto faltas de respeto solo para no quedar como el conflictivo. Finalmente, aunque sé que está mal, termino subordinándome a la otra persona y no me esfuerzo por defender mi punto de vista”. ¿Un ejemplo? Alonso tenía que realizar una presentación con gráficos y su jefa le pidió que los gráficos tuvieran los colores institucionales. Alonso sabe que no funcionarán, encuentra además que se ven horribles, pero en vez de defender su presentación simplemente calla, para no tener un desencuentro, aunque sea mínimo.

Puede parecer algo nimio, pero cuando estos detalles se van acumulando y acumulando, generan un estrés y ansiedad muy grande en cualquier persona, además de ir anulando su autenticidad. “Termino sintiéndome mal porque no soy capaz de defender lo que creo y al final eso da pie a que todos me digan cómo tengo que hacer las cosas. Sin embargo, no tengo ganas de ponerme en esa actitud de defensa, porque no quiero que me tomen por alguien agresivo. Al final no sé qué hacer, cómo actuar”. Alonso evita el conflicto constantemente, pero su descontento sigue allí y termina manifestándolo a veces de manera irónica o solapada, lo cual le proporciona aún más problemas en sus vínculos. A veces, simplemente explota y el conflicto termina siendo peor. “En mi trabajo anterior me echaron por decirle obsesivamente “jefa” de manera irónica a una compañera que se creía mi jefa”.

Así como Alonso, hay millones de personas que viven las situaciones conflictivas con mucha tensión y prefieren evitarlas para “vivir tranquilos”; pero al final, consiguen todo lo contrario. “En nuestra sociedad se valora cierto individualismo, el pensamiento “positivo”, mostrarse feliz y satisfecho con uno mismo. Por lo mismo, resulta difícil mirar y mostrar las propias vulnerabilidades y reconocernos interdependientes. Desde esa perspectiva, es posible que se presente una tendencia excesiva a evitar los conflictos y problemas”, explica Claudia Parra al respecto.

Un tema difícil de tratar en terapia

Entender de dónde vienen estos mecanismos de defensa como la evasión o la negación dependerá de cada persona y su historia, dice Claudia; claramente no es lo mismo el caso de la madre de Camila que la situación de Alonso en su trabajo. “Todos podemos poner en marcha de manera inconsciente un mecanismo de evasión, ante una crisis, por ejemplo. Sin embargo, es importante poner atención cuando ese mecanismo queda fijado en la persona y en su manera de relacionarse con el mundo”. Claudia pone ojo en que este tipo de mecanismos se pueden tornar patológicos cuando están de manera rígida y persistente. “Ante esto, la persona puede tener dificultades para lidiar con la realidad, para desarrollarse de manera genuina y lograr una conexión mas profunda consigo misma y su entorno”.

¿Cómo se enfrenta una persona evasiva ante una realidad dolorosa o conflictiva? La evasión y la negación son mecanismos inconscientes para aplacar un dolor, por lo tanto el acompañamiento terapéutico debe ser cuidado, dice Claudia Parra. “El tratamiento de esto en terapia requiere de una sensibilidad especial del terapeuta para que la persona pueda hablar, y a su ritmo, lograr entender y procesar sus conflictos y malestar. Con esto el terapeuta no busca confrontar al consultante, sino que trabaja para establecer una relación de confianza y permitirle explorar de manera segura los aspectos más profundos y dolorosos de su experiencia.”

Un punto de vista holístico

La psico-bio-terapeuta Claudia Sasmay Oliver, autora del libro Lo incurable se sana desde adentro lleva años estudiando, desde distintas disciplinas, los mecanismos de defensa ante el dolor, la agresión, la pena o el rechazo. Tiene su propia teoría: “En nuestra infancia, nuestras necesidades pudieron haber chocado con nuestra manera de percibir el mundo y como consecuencia sentimos rechazo, dolor, frustración, rabia. Cuando niños no poseemos la capacidad de separar el juicio con las emociones, por ende, todo se absorbe desde lo emocional. Y como nuestra capacidad de discernimiento no está presente aún, sentimos que el dolor de nuestros padres y el dolor que nos causan, son lo mismo. Y muchas veces nos sentimos culpables por ese comportamiento, trayendo como consecuencia baja autoestima. Y ese “niño herido” es el que crece y se convierte en adulto y cada vez que una experiencia te conecte con alguna situación similar en nuestra niñez, saldrán todos esos mecanismos de defensa inconscientes y así el circulo sigue. Nos defendemos reaccionando como niños”. Algunos de los mecanismos de defensa que Claudia Sasmay identifica en terapia es precisamente la evasión: “Es el primer mecanismo que aparece cuando queremos evitar conectarnos con algo estresante o doloroso y lo hacemos muchas veces procrastinando, a través de mecanismos como las adicciones, el exceso de trabajo, o de series o de RRSS. La persona prefiere mantenerse lejos de un escenario potencialmente desagradable o que considera negativo, pero las cosas no desaparecen sólo porque las ignoras”.

Según el enfoque terapéutico de esta autora, la principal consecuencia de la constante evación es la enfermedad, que es, en sus palabras, la metáfora de nuestro mundo emocional. “El cuerpo ha sido diseñado para liberar, liberamos sudor, gases, orina, heces, risas, exhalación, y también lágrimas. La expresión de nuestras emociones nos permite equilibrar nuestro sistema nervioso y regular el funcionamiento de nuestros órganos. Y en coherencia con eso, los seres humanos somos pura física y química, células y emociones. Guardar esa energía nos hará tener síntomas que luego pueden convertirse en enfermedades”.

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