Paula 1205. Sábado 30 de julio de 2016
"Ni chef ni cocinera, yo soy una apasionada de la cocina. Porque para bien o para mal eso es lo que soy: pura pasión. En los fogones y en la vida misma", dice Connie Hamilton, al teléfono desde una casa estilo holandesa ubicada a pleno campo y frente al mar en Devon, Inglaterra, donde está viviendo con su nuevo amor inglés, Peter, el tercer compañero que ha encontrado en el sitio de parejas del diario londinense The Daily Telegraph. "Don Pedro pinche de cocina. Así le puse, porque es un gran compinche para cocinar", dice divertida.
Connie, quien en realidad se llama Constance, tiene 69 años. Nació en Chile, pero tiene ascendencia inglesa. No quiso tener hijos. Tampoco marido, porque prefirió tener muchos amantes. Vivió en Roma, París, Andalucía, Londres, entre otras ciudades, porque la mentalidad chilena siempre le pareció estrecha. "He vivido la vida que he querido", asegura.
Entre sus idas y venidas desde Europa, en los 80, Connie les enseñó a cocinar a cientos de chilenas en sus clases de cocina. Era seguida por los sibaritas de la época que le encargaban su celebrado paté (una especie de foie gras que vendía a pedido), y convirtió su nombre en firma gastronómica con las cientos de producciones de cocina que publicó en distintas revistas chilenas y con los más de 40 artículos sobre cocina, vinos y viajes que escribió desde 1997 para el Artes y Letras de El Mercurio por casi 10 años. Periplos como la búsqueda del mejor cardamomo en Kerala o recorridos por viñas italianas degustando cepas inspiraron esos textos y las recetas de Cocinando y amando, su único libro, recién reeditado por Penguin Random House.
"Cuando imagino cómo hubiese sido todo si me hubiera casado joven, tenido varios hijos y vivido en santiago de forma burguesa como mi madre quería; me muero de sopor y de lata. Para mí la vida se trata de salir a buscar, de descubrir cosas, de aprender".
La cocina de Connie tiene un fuerte acento mediterráneo, con claros toques del sudeste asiático. Es una cocina fácil, fresca y auténtica, en la que no hay cabida para la sobreelaboración, ni la mantequilla ni la crema, sí para todo tipo de hierbas y especias. Una cocina donde no existe el microondas y el freezer solo sirve para guardar hielos. Como cocinera, Connie le rinde tributo a la improvisación: si no tiene ricota a mano, se las arregla con leche y demanda caminatas por el campo cortando malezas, raíces y flores como las de zapallo para rellenarlas con queso, pasarlas por un batido y freírlas. "Uso lo que se me cruce. Ahí está la gracia. Uso los conocimientos y la apertura de cabeza que me han dado los viajes y echo a volar la imaginación", dice recordando un pollo al horno al que le puso las hojas de un Peumo que estaba frente a la casa de unos amigos y por el que todavía la celebran.
Todo lo que sabe lo aprendió sola: mirando, olfateando, metiendo la cuchara donde podía. Donde va se cuela en las cocinas, no importa si es la de un restorán tres estrellas Michelin, la del sucucho de la esquina o la de la casa de una íntima amiga; como sea consigue que los cocineros le digan todo lo que necesita saber. Cuando tenía 45 años quiso formalizar sus conocimientos y pasó por el curso de cocina que impartía el prestigioso hotel Ritz de París. Después de eso, durante los 90, hizo el intento de comandar la cocina del restorán L'Ermitage de Cachagua, la del hotel Isla Seca en Zapallar y la del hotel Viña la playa en el Valle de Colchagua, pero en ninguno duró más de dos meses y medio. "No me gusta recibir órdenes, menos que me corrijan y, si se meten en mi olla, soy peor aún. Siempre termino peleando con alguien. Además, como no me gusta ganar dos pesos, más difícil se me hace", explica. Por eso optó por vivir deambulando y haciendo lo que ella quiere en cualquier parte. "Siempre fui soñadora y nunca le tuve miedo a nada. Esa fue la gran combinación que me permitió hacer todo lo que hice", asegura.
"Cuando imagino cómo hubiese sido todo si me hubiera casado joven para tener muchos hijos y vivir en Santiago de forma burguesa como mi madre quería; me muero de sopor, bostezo y de lata. Esa no era la finalidad de mi vida. No todos creemos que la vida es casarse y formar una familia. Eso en Chile cuesta que lo entiendan", dice. Y agrega: "para mí la vida se trata de salir a buscar, de descubrir cosas, de aprender. De ir abriendo la mente y el corazón para conocerse y encontrarse. Algo que recién estoy consiguiendo". Tal como el título de su libro, Connie dice que cocinar y amar son para ella lo mismo. "En la cocina hay que entregarse como a un amante: con goce y libertad, sin importar los resultados finales. Al igual que en una relación, si le tienes miedo a la cocina no funcionará. De nada vale seguir una receta al pie de la letra: para que quede rico se necesita poner el alma y toda la gracia", explica.
Dice que perdió la cuenta de todas las recetas que ha inventado así como la lista de los amantes que ha tenido, pero se ríe recordando que entre ellos hubo un actor de cine francés, un conde italiano, un famoso músico americano, un argentino que vivía en Rio, uno 16 años menor y varios ingleses (por lejos, sus favoritos).
¿Cuál es tu próxima aventura?
No sé. Nunca he tenido sentido de dirección, recién estoy empezando a entender para donde voy o donde me quedo. Eso a veces me atormenta. Pero aprendí que cuando uno se pone aprehensiva con la vida, no fluye. No se puede vivir pensando la vida, solo hay que vivirla.