“Tengo 33 años y puedo decir que recién hace 3 he podido vivir un lazo profundo con mi madre. Estoy segura de que siempre nos hemos amado, pero no fue hasta que yo me convertí en madre que pude abrirme con ella, sobre todo, comprenderla. Desde ese momento comencé a perdonarla, a entender su historia, a darme cuenta de lo heroica que ha sido y lo importante que es en mi propia historia.
Mi madre siempre ha sido de carácter fuerte, exigente, detallista, con un humor sarcástico; te habla sin rodeos de lo que no le gusta. Tengo el recuerdo desde muy pequeña del nerviosismo que me generaba cuando la escuchaba pelear por teléfono con sus jefes, amigos o familiares; siempre terminaba la conversación con un fuerte ‘hasta luego’ y colgaba.
Esas y otras situaciones me hicieron distanciarme de ella. Nos convertimos en dos personas opuestas, yo más conciliadora y cordial, ella más combativa y sin rodeos. A veces sentía que me caía mal; no soportaba sus bromas, sus comentarios, sus opiniones. No tengo claro cuándo comenzó esto, pero recuerdo que a mis 14 años, mi pololo de ese momento me comentaba las cosas que se hablaban negativamente de ella, y yo asentía, sin darme cuenta de que estaba incubando en mí una rivalidad con con mi mamá.
Todo esto se acabó de golpe un 30 de abril del año 2019, a las 11.51 am, cuando nació Pablo, mi hijo. El apoyo de mi madre, su presencia, su claridad, su contención, sus comidas y su abrigo fueron fundamentales para que ese niño y yo saliéramos del túnel negro que son los primeros días y meses de puerperio. Me sorprendió la ternura que desbordaba hacía mí y mi hijo. Mientras todos miraban al bebé, ella cuidó de mí, se preocupó de que comiera, que descansara, resolvía todas mis dudas de primeriza y fue muy importante para tener una lactancia exitosa; literalmente nos guió a mi hijo y a mí a acoplarnos.
Hoy nos llevamos bien. Si pasan más de tres días sin verla la extraño mucho. Nos convertimos en muy buenas amigas, a ella le confío todo lo que vivo. En relación a la crianza, si bien ya no está tan encima como los primeros meses, siempre está disponible cuando la necesito.
La vida me dio una gran lección, comprobé que no he conocido amor más profundo que el amor que ella siente por mí y que yo siento por mi hijo. Mi madre sigue con su humor negro, con sus consejos sin pelos en la lengua, con sus peleas por teléfono... Pero la miro y no puedo dejar de sentir admiración y gratitud, solo porque está aquí conmigo. Por existir”.
Daniela tiene 33 años y es Geógrafa.