Cuando no se puede salvar a la pareja: “Por más amor que exista, no soy ni debería ser su terapeuta”

pareja con depresión paula



“Con mi última pareja duramos cuatro años. Nos conocimos en una época en la que ya teníamos más o menos resuelto quiénes éramos y hacia dónde se dirigían nuestras búsquedas. Digo más o menos porque la búsqueda personal es un proceso constante, fluctúa, agarra distintas formas y dura toda la vida. Pero más allá de que pueda cambiar, hay un minuto en que se definen ciertos lineamientos. Yo trabajaba en lo mío y él también, y compartíamos una visión de mundo.

Ninguno de los dos tenía muy claro si quería tener hijos y definimos que mientras fuera posible, dejaríamos que la relación tomara su curso. Sin presiones, sin expectativas. Nos acompañábamos en todo pero también cada uno tenía su espacio. Y eso se daba de manera natural. Fuimos piloteando una relación en medio de un mundo cambiante, de incertidumbres y con un cambio de país entre medio, cuando hace tres años decidimos ir a vivir a Madrid para luego volver a Chile.

En los cuatro años que estuvimos juntos pasamos por todo tipo de vivencias y emociones, periodos críticos y otros tantos en los que reinaba la confusión, pero que rápidamente sabíamos manejar, y así sentamos las bases de una relación que entre muchas otras cosas, se regía por la comunicación y externalización de dudas, sentimientos y emociones, aunque costara.

Hasta que a finales del 2019, y luego con la pandemia, él entró en una profunda depresión. Las depresiones no ocurren de un día para el otro y ciertamente en su caso fue multifactorial, por lo que no podría decir qué fue, puntualmente, lo que lo gatilló. Pero, siendo la persona que estuvo al lado de él y que lo presenció desde que se volvió más notorio, puedo decir que al cabo de cuatro meses, su estado de ánimo había empeorado notoriamente. Estaba en una espiral sin salida y pese a mi presencia contenedora, se estaba ahogando cada vez más.

En un principio, me puse en modo guerrillera; puse mis temas e inquietudes de lado para ayudarlo a salir de esa. Creo, en el fondo, que es lo que me salió a primeras y de manera casi natural, porque es lo que como mujer se nos enseña a hacer y es lo que también se espera de nosotras. De hecho, nunca voy a olvidar cuando en una junta con amigas, cuando planteé que él estaba mal, me dijeron ‘¿qué piensas hacer?’. Entiendo el trasfondo de la pregunta y las buenas intenciones, pero debo reconocer que me impactó que esa fuera la primera reacción, como si de mí dependiera el bienestar de mi pareja. Y es que, más que una simple pregunta, me estaban planteando un desafío; sacarlo de la depresión era un logro que dependía de mí. En vez de preguntarme cómo me estaba sintiendo yo, por ejemplo.

Con todo eso, mi primera postura fue la de hacer lo posible por sacarlo de ahí. Muchas veces dejé de trabajar, postergué reuniones y juntas con amigos, y pasé muchísimas noches junto a él, en un afán por tratar de dilucidar lo que pasaba. Pero me di cuenta de que en realidad no se trataba de eso, lo que él necesitaba era una escucha. Alguien que estuviese ahí, simplemente estando. Un abrazo contenedor, porque más que eso no se podía hacer. Incluso, ni siquiera eso. Se empezaba a asomar en mí la idea de que yo no era, contrario a lo que había pensado y a lo que estaba normalizado a mi alrededor, responsable en ningún caso. Cuesta decirlo, pero no somos responsables y por ende no nos podemos hacer cargo de lo que sienten nuestras parejas. No estamos encargadas de salvarlos. Salir de un estado de malestar conlleva un proceso individual y personal, y en ese proceso ojalá no hundir a otra persona de pasada.

Hace tres meses, luego de casi un año de acompañamiento y de sentirme, en cierta medida, responsable de lo que le estaba ocurriendo, tomé la decisión de terminar la relación. Esto no es por no quererlo y no significa, por ningún motivo, abandonarlo. He estado y voy a estar para él cuando necesite un oído, una caricia o un abrazo. También lo llamo para saludar y saber cómo va el día. Pero no podía seguir estando ahí, porque incluso mi presencia iba a obstruir el flujo natural de su proceso. Y, por qué no decirlo, yo me iba a desgastar de a poco. Y esa no es la idea, ni para él ni para mí.

Siento que las mujeres muchas veces nos sentimos responsables de todo nuestro alrededor, incluso nos lo dicen cuando plantean que las madres son los barómetros emocionales de las familias, las que están a cargo de recibir, recepcionar y ‘administrar’ o enfrentar todas las emociones de los integrantes de su núcleo. Pero esa es una carga muy grande que se va depositando en esa mujer, que a su vez no tiene una válvula de escape. En ese sentido, yo tomé la decisión consciente de cuidarlo y cuidarme. Nadie lo va salvar, se va a salvar solo, pero ahí la ayuda tiene que ser de un profesional. Y nosotras, como parejas o amigas, y por más amor que exista, no somos y no tenemos que ser sus terapeutas”.

Rocío Finato (36) es profesora de lenguaje.

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