Sabine García (35) está llorando frente a un hombre que conoció hace 40 minutos y que le dice que siguiendo un par de instrucciones va a tener estabilidad económica, suerte con los hombres, salud (no tiene ninguna enfermedad física como tal, pero la atormenta la ansiedad hace años) y finalmente podrá perdonar a su difunto padre, el que partió sin despedirse. Hay que acotar como un antecedente que esta publicista de profesión, y que también ha hecho cursos de guión, es una mujer muy inteligente. Bastante brillante. Pero tiene la suficiente humildad como para sentirse mortal y en ese estatus creer en algo que no podemos poner en palabras, pero que está más allá.
A veces deposita su fe en las constelaciones, otras en sus ancestros o los ángeles que la cuidan, y finalmente en dios, uno que ella misma fabricó tomando los pedazos de distintas creencias y experiencias que ha enfrentado en su vida. Este dios es bastante cómodo porque, según ella, lo entiende todo y por lo mismo nunca la juzgó por no honrar a sus padres como es debido, mentir, robar maquillaje cuando era una adolescente en una multitienda, haber besado a una mujer y haberse entregado a un hombre fuera del matrimonio.
También perdonó a su papá por quitarse la vida. O más que perdonarlo, dios lo sabía de antes y fue él mismo quién le habría dado una terrible bipolaridad que terminó por llevarlo a tomar esa decisión. Era algo así como una prueba. Hay cosas que los simples humanos no entendemos en esta encarnación, cuenta más tarde.
Pero ahora, sentada entre figuras religiosas, pájaros de arcilla, pirámides de cristal, textiles andinos, flores secas y salvia, frente a este hombre que se autodenominó terapeuta, Sabine lamenta que lleva tres años soltera, está cesante, toma tranquilizantes a diario y se siente desgraciada. “Tu problema es que no confías en el mundo”, le dijo. “Ni en el que viene antes que tú, ni en el de después, ¿cómo te vas a mover por la vida así, en estado de alerta?”, le dijo él con tono teatral, mientras le sostenía las manos con compasión, como quien encuentra en el jardín a un pajarito con las alas rotas, tan cansado que no intenta ni revolotear para salvarse.
El origen de esta herida, le dijo él, tenía que ver con su papá. El abandono, le repitió varias veces. Esta figura ausente desde que ella tenía doce. Este hombre volátil, errático, intenso, que no le dio las bases de un piso firme: así ¿quién podría conseguir una pareja estable, el trabajo perfecto y el autoestima suficiente para moverse por el mundo seduciéndolo y no temiéndole?
“Mi papá siempre fue un tema. En mi casa éramos mi mamá, mi hermana y yo. Ellos se separaron cuando yo tenía doce, más o menos. A él le diagnosticaron bipolaridad y fue súper difícil, eran otros tiempos igual, el tratamiento lo dejaba muy mal y nosotras no teníamos mucha información. Nuestra vida siempre estuvo atravesada por su enfermedad. Entonces él se ausentaba por temporadas, volvía a aparecer. Mi mamá se llevó todo el peso de la crianza. Todo lo que vino después también, hasta su muerte en 2018″, cuenta la publicista.
La receta era más o menos así y usted no lo haga: Sabine contrató dos actores -recomendados por el terapeuta-, habló con un amigo hombre que ella admiraba justamente por tener las cualidades que ella carecía y se adentró en personificar su propio parto. En la tina de su casa, con el agua teñida por tinta roja, ella se sumergió por 9 segundos. Cada uno representaba un mes. Los intérpretes la recibieron y le dijeron, como si fueran sus padres, lo que ella anhelaba escuchar de las figuras de autoridad. Incluso el hombre le pintó la planta derecha del pie de dorado (ese lado corresponde al masculino, o sea, a la herencia paterna según el terapeuta) y le vendaron los ojos.
Sabine, sin un bastón, cruzó la ciudad a ciegas. Desde Lastarria hasta La Florida, la publicista caminó, tomó el metro y llegó hasta la casa de este amigo que, como tarea previa, le había elegido un nombre secreto y que ella sigue sin revelar. Con la ayuda de desconocidos y sin poder mirar, este desafío la haría confiar en el mundo de una vez por todas y por la tarde fue bautizada con una nueva identidad.
El sitio Memoria Chilena define a las psicomagias como una invención de Alejandro Jodorowsky que “consistente en una técnica terapéutica que conjuga los ritos de los chamanes con el teatro y el psicoanálisis para provocar en el paciente una catarsis. La terapia se desarrolla por medio de la lectura del tarot e interrogatorios a los pacientes, orientados a explorar su pasado genealógico. Tras estas indagaciones, Jodorowsky receta acciones simbólicas que propician la sanación”.
“Yo siempre me he encontrado criteriosa. Pero hay un momento en la vida en el que estás tan desesperada que crees en todo, o mejor dicho, que quieres creer en todo. Como mi papá tuvo problemas de salud mental, nosotras en la casa siempre fuimos a terapia, entonces hablar de mí o identificar mis emociones no era problema, pero de repente te ves ante situaciones que no puedes controlar: había terminado una relación importante para mí y estaba destruida. Hace rato que ningún hombre me miraba y yo quería sentirme deseada al menos. Me llamaban de trabajos esporádicos, pero nada fijo. Yo veía que todas mis amigas estaban tirando para arriba, viviendo una entrada con todo a los 30 menos yo. Y por supuesto, la muerte de mi papá era algo que no había superado. Miro hacia atrás y me da vergüenza todo lo que hice, pero la pregunta siempre era ‘¿Y si esta vez funciona?”.
La mujer volvió a la consulta orgullosa, como si hubiera ido a la guerra y trajera condecoraciones. Pero al parecer, para el terapeuta, este abandono no era la herida como tal, sino más bien una costra: de ahí vinieron una serie de ejercicios como este, por al menos dos años. En medio de una crisis de amigdalitis, en lugar de ir al doctor, Sabine terminó en la consulta del terapeuta, quien tras preguntarle por todos los síntomas terminó diciéndole que el dolor tenía que ver con la rabia y que al localizarse en la garganta le avisaba sobre un tema no resuelto que ella no quería decir. Que estaba atrapado como un bolo histérico en la laringe. Esa tarde Sabine terminó en la clínica, de urgencias, pero más allá del malestar físico, se sentía culpable: ¿qué no estoy diciendo?, se preguntaba.
Su vida giraba en torno a ella. A una ella que Sabine no conocía, supuestamente. A una ella que vivía en el inconsciente, según el terapeuta, y que por patrones aprendidos intentaba boicotearla cada vez que podía. “Él me recomendó muchísimos libros que reforzaban esto de la causa y efecto. Y pensarse así es muy estresante. Yo me preguntaba cuánto más de amor propio tendría que aprender para dejar de hacerme daño y un día el terapeuta me responde ‘el aprendizaje es infinito’, y yo ya estaba cansada. Y en la actualidad, cuando me preguntan por qué seguía hablando con él durante tanto tiempo, por qué me aconsejaba, yo contesto que es por la soledad. Él era cercano, dulce, cálido, y mis problemas más tontos parecían tener sentido. Todas mis experiencias y frustraciones se podían arreglar si yo encontraba el origen de las cosas y eso es gratificante por un lado, pero te esclaviza por otro”.
Un día Sabine estaba en una fiesta con amigos y hablaron del tema. Ella estaba orgullosa contando cómo tenía tanta autopercepción gracias a este terapeuta, pero alertó que seguía buscando esta herida. La original. Esta herida grande que hacía pequeños hilitos de sangre que parecían, a su vez, otras heridas. Sumando los pesos eso sí, agregó que el especialista dejó de cobrarle setenta mil y ahora sólo eran cuarenta y cinco. Para su suerte.
Mientras ella hablaba, uno de sus amigos la miró y le dijo “¿Y qué pasa si no tienes ninguna herida?”. Por floja o simple que suena esa pregunta, algo le removió a Sabine internamente. Se fue de camino a su casa pensando en todos estos años de runas, tarot y lecturas de café. Era tarde y apenas entró a su departamento llamó a su hermana que se encontraba al otro lado del país. Fue un impulso. Quizás lo mágico sí viene ahora: Sabine empezó a contarle sobre el famoso terapeuta, omitió varios de los actos que hizo, incluso el de su renacimiento, pero fue franca al hablar de este daño que ella sentía.
Después de divagar ambas terminaron llorando. Las dos hablaron de su papá y de las contradicciones que sentían contra él: esta rabia por no tener un padre como el de las otras niñas y por haber visto a su mamá devastada tantas veces. De esta ternura por el hombre que inventaba canciones pegajosas para que se aprendieran las tablas de multiplicar. De la culpa que les fragmentaba el alma por no poder acompañarlo cuando tenía crisis depresivas. Y, por supuesto, de esta frustración cuando él se quitó la vida de un día para otro.
En esa plática se dieron cuenta de que no lloraron en el funeral, ni tampoco las semanas después, cuando entraron a su departamento y estaba lleno de botellas y colillas. “Yo quería estar para ti y para la mamá”, le dijo Sabine, con la voz quebrada. Se quedaron pegadas al teléfono hasta que salió el sol y por primera vez en mucho tiempo se sintió acompañada.”No hablábamos hace tres meses, ¿cuándo fue la última vez que viniste a Santiago?”, le preguntó Sabine.
“Me había obsesionado con buscar algo malo, una cosa que estaba adentro mío y que era difícil de ver. La famosa herida. Yo misma me había puesto encima estas tareas imposibles. Mi hermana me recordó que cuando me echaron del trabajo, habían echado a otras 30 personas también. Ahí me preguntó si yo creía que con ellos compartíamos la misma herida entonces. Las dos nos reímos”, cuenta.
Al otro día Sabine se sintió vigorosa, afectada, pero por primera vez, no enferma. “Empecé a ir unas semanas después donde una psicóloga que me reconstruyó por pedacitos. Me hizo ver que me había instalado desde ese lugar de mujer dañada, en busca de respuestas, carente. Y que tal vez sí tenía una herida, una muy latente que yo no estaba queriendo ver, pero que no definía mi vida, ni las cosas que me pasaban a diario: por mucho tiempo no me hice cargo del dolor que me generó la muerte de mi papá y haciendo cosas como estas, preferí mirar para otro lado (...) Hay que tener cuidado, porque incluso yo, que me sentía despierta ante cualquier chanta, estaba muy vulnerable ante el duelo. La soledad es una cosa muy fuerte, te vacía entera y te deja a la deriva”.
Esa mañana Sabine tenía en su teléfono un mensaje de su hermana: “¿Cómo amaneciste? Yo tengo ganas de ir a Santiago unos días”.