Jamás en la vida creí que iba a ser madre. Durante años no me interesaron mucho los niños y cuando me tocaba compartir con ellos, siempre era de lejos. Trataba de que me tomaran en cuenta lo menos posible. Nunca sentí ese llamado a ser mamá. Además, mi forma de ser –tengo carácter fuerte y soy perfeccionista, independiente, maniática del orden y con ideas claras- hacía muy poco probable que encontrara a una persona afín para establecerme en pareja. La maternidad estaba en el último lugar de mi lista de prioridades, pero la vida me sorprendió de grata manera cuando encontré a mi hombre imperfectamente perfecto, hace ya cuatro años. Él hizo una gran labor, despertando en mí cosas insospechadas.
Pablo siempre quiso ser padre. Cuando hablábamos de eso yo lo miraba con cara de "no, muchas gracias. Puedes buscarte a otra". Pero de a poco fui conociendo lo que es el amor sano y se despertó el Amazonas que tenía en mí. Oí "el llamado de la selva", un llamado que se tradujo en querer ser madre con este hombre maravilloso que la vida me entregó. Mi cuerpo cambió, y cada célula me pedía a gritos ser mamá. ¡Qué sensación más extraña, pero linda a la vez! Con Pablo estábamos sincronizados, era tiempo de ser padres. Sentí por primera vez en mi vida que a su lado no nos iba a faltar nada, y no me refiero a un tema monetario, sino a tener a un compañero que no me iba a dejar sola en la crianza, que le iba a entregar amor a este nuevo ser, y que iba a cumplir su rol completo como padre; ese que cambia pañales, que se levanta en la noche para hacer dormir, que ayuda a aliviar los cólicos, que juega. No queríamos ser padres para completar el álbum familiar, sino por un propósito trascendental.
En un comienzo nos cuestionamos mucho la decisión. "¿Es viable traer un hijo al mundo? ¿Estaremos preparados monetariamente?". Así nos dimos cuenta de que no queríamos tener un hijo para ser felices, porque ya lo éramos. Queríamos criar a un ser humano completo, con valores, con una educación que se imparte desde la casa para que pudiera generar un impacto positivo en la sociedad, aunque fuera con un granito de arena. Una persona íntegra, con espiritualidad desarrollada, que simplemente haga el bien y que sea feliz con lo que haga. Teniendo su propia independencia, sus sueños, no los nuestros. No queríamos formar a un niño en base al egoísmo paternal, cosa que me he dado cuenta que surge bastante.
Antes de quedar embarazada, soñábamos con nuestra hija constantemente. Esos sueños se repitieron muchas veces y se hicieron frecuentes durante el embarazo, donde a través de ellos pude saber su sexo, sus características físicas. Fue una conexión única.
Escuchar el llamado de la selva fue maravilloso, aunque los primeros cuatro meses tuve Hiperémesis Gravídica extrema: vómitos y náuseas severas. No hubo pastilla o remedio natural que me ayudara. Ni si quiera toleraba el agua, pero después del tercer mes pude comer algo. Estábamos viviendo en Alemania, por lo que era todo más fácil para llevar el embarazo gracias a la tecnología avanzada que tienen y al espectacular sistema de salud que entregan tanto para quienes tienen seguro médico como para quienes no lo tienen. Los alemanes me sorprendieron por su mente abierta y llena de conocimientos. Los doctores son profesionales que saben que su labor es recuperar a un paciente sin imponer términos, siendo claros con el diagnóstico pero permitiendo el libre albedrío para elegir dentro de las posibilidades que ellos plantean.
La doctora me recomendó que no comiera ningún tipo de carne y que tuviera una buena alimentación basada en plantas, cosa que nos alegró ya que nos alimentamos de forma consciente. Había una gran diferencia respecto al servicio que ofrecía también. La ginecóloga que visité tenía una consulta enorme, con diversas salas y una gran cantidad de máquinas donde hacen las ecografías y otros exámenes, y todo va dentro del valor que pagas por la consulta. En Chile te cobran por cada consulta y cada examen, y te cuesta un ojo de la cara.
Cuando llegamos a Chile, nos enfrentamos a las diferencias en el sistema de salud, lo que fue muy chocante y frustrante. Tenía cuatro meses de embarazo y nos fuimos a vivir al sur. Allá los médicos imponían una cesárea, y tenían muchos prejuicios con el embarazo natural sin anestesia, que era la forma que me pareciera correcta en ese momento. Me impusieron también una alimentación que no iba con nuestra forma de vida, ya que en Chile la carne es "oxígeno": supuestamente si no la comes te da anemia y un montón de cosas más. Decidí poder tomar mis propias decisiones y me informé lo más que pude; leí un libro que me regalaron en Alemania donde muestran el desarrollo del embarazo, para llevar un parto sano en cuanto a alimentación, e hice kinesiología prenatal con Camila Leiva, quien fue la primera luz en el camino y me ayudó a fortalecer el piso pélvico, hacer ejercicios específicos para el core, a aprender a respirar bien durante el embarazo y el parto y saber pujar. Todo esto para dar a luz de forma natural, sin anestesia, tranquila. Al sexto mes pudimos encontrar a un ginecólogo que se adaptó a todas nuestras exigencias. Respetó nuestra alimentación y el tipo de parto que tanto buscábamos, así como también pedir el personal preciso dentro de la sala para que fuese tranquilo.
El día del parto todo salió perfecto. Estaba en la semana 37, muy tranquila. Sentí durante el día olor a tierra mojada, de esa que se siente después de llover, y dormí durante toda la tarde. Cuando desperté, sentí contracciones y llamé a mi matrona, que también nos entregó tranquilidad y alegría. Me monitoeraron constantemente toda la noche y durante la madrugada me tuvieron que poner anestesia, porque mi cuello del útero estaba duro y eso estaba impidiendo el parto. La anestesia hizo su efecto, relajó esa zona, y llegó el momento. Pujé cuatro veces y Mila llegó a nuestras vidas, con sus ojos maravillosos mirando todo a su alrededor como diciéndome "al fin salí". Nos miramos los tres, tomamos su mano, y ella se agarró de mi pechuga. Sólo estuvimos 10 minutos en la sala de parto. Entre risas y amor, nuestra hija de inmediato me transmitió calma.
Hoy Mila tiene un año y dos meses. Es un ser hermoso lleno de luz. Siento que sus ojos denotan felicidad, energía y vida. Me transmite calma, es tranquila. Le encanta sociabilizar, saludar, demostrar amor, sobre todo a los niños a los que ve en espacios públicos. La amamos profundamente y con mi marido le deseamos que por siempre esté rodeada de amor. Espero podamos entregarle un hermano o hermana con las mismas aspiraciones trascendentales, ya que no sería justo traer un hijo al mundo sólo para darle el hermanito. Cuando sabes que no te sientes preparado no estás en sintonía contigo misma y con lo que te rodea, y vives la expectativa del resto, de tus familiares, de la sociedad. Si queremos traer un nuevo ser a nuestras vidas, será cuando vuelva a escuchar ese llamado de la selva.
Vanessa de 31 años. Es ingeniero comercial y mamá de Mila de un año y dos meses.