La psicóloga y sobreviviente del holocausto, Edith Eger, describe en su libro La bailarina de Auschwitz que no existe una jerarquía del sufrimiento. No hay nada que haga que un dolor sea mejor o peor que otro, y no hay ningún gráfico en el que podamos plasmar la importancia relativa de un pesar respecto de otro.
La autora también explica que estas comparaciones pueden llevarnos a minimizar o subestimar nuestro propio sufrimiento. Si menospreciamos nuestro dolor o nos castigamos por sentirnos perdidos, solos o asustados ante las vicisitudes de nuestras vidas, por muy insignificantes que éstas le parezcan a cualquiera, estamos decidiendo no ver las opciones que tenemos a nuestro alcance.
La psicóloga relata cuando una mañana atendió a dos pacientes de manera consecutiva. La primera, una mujer que tenía una hija que se moría de hemofilia. “Se pasó la mayor parte de la visita llorando, preguntando cómo Dios era capaz de arrebatarle la vida a su niña”, señala en el libro. La segunda paciente llegaba del club de campo, no del hospital, y también pasó gran parte de la sesión llorando. Estaba disgustada porque le acababan de entregar su nuevo Cadillac y el tono de su amarillo de la carrocería no era el correcto.
“A primera vista su problema era insignificante, especialmente al compararlo con la angustia de mi paciente anterior. Sin embargo, la conocía lo suficiente para entender que sus lágrimas de decepción por el color de su auto eran en realidad lágrimas de decepción por otras cosas más importantes de la vida que no le habían salido como esperaba: un matrimonio en el que se sentía sola, un hijo expulsado por enésima vez del colegio, sus aspiraciones de desarrollar una carrera profesional que había abandonado por estar más tiempo con su marido e hijo”, describe.
Eger explica que ambas mujeres reaccionaban frente a una situación que no podían controlar y ante la que sus expectativas se habían visto truncadas. Sufrían porque algo no era como deseaban o esperaban que fuera; estaban intentando conciliar lo que sucedía con lo que debería haber sucedido. Cada una de ellas estaba sumida en el drama humano de encontrarse ante una situación que no hemos visto venir y que no estamos preparados para gestionar.
“El ser humano tiende a querer controlar las cosas. Ahora, cuando uno jerarquizar y subestima su propio dolor, impide conectarse con lo que realmente le está pasando. Tal como describe Eger, en la medida que uno evite su propio sentir, no se puede sanar. Entonces esta desconexión o subestimación, quizás desde un punto de vista social no es lo mismo, pero personalmente el dolor, la angustia y el sufrimiento no tiene punto de comparación”, explica la psicóloga especialista en duelo y gestión de emociones, Gabriela Diéguez.
Para la psicóloga especialista en intervención de crisis y duelo, Patrizia Anwandter, dos personas pueden vivir la misma experiencia, pero la pueden experimentar de forma distinta. Es importante entender que cada quien tiene sus propios recursos personales, así como también cuenta con diferentes redes de apoyo para abordar sus experiencias dolorosas. “Lo importante es no caer en las comparaciones, porque es algo subjetivo y tan personal que depende de la forma en la que cada uno vive sus valores y experiencias. Es fundamental no evitar las emociones y abordarlas”, explica.