Vivir la cuarentena con mi ex y con mi actual pololo bajo el mismo techo

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"Te quiero, te querré, te quise siempre desde antes de saber que te quería, eso dice la canción de Jorge Drexler. Sin ser totalmente consciente de ello, Drexler ha sido mi copiloto de vida, pero recién lo vine a entender este último año.

Hace cuatro años llegué a Sevilla, España, con Sebastián, quien era mi pareja de ese entonces. Nos conocimos en 2014 cuando ambos trabajábamos en un colegio en Valdivia y empezamos a pololear al año siguiente. Cuando empezamos la relación, yo ya me había decidido por hacer un Magíster en España y se lo comuniqué desde el principio. Le dije: "me gustas mucho, pero en un año me voy". Él se entusiasmó con la idea y vio en eso la posibilidad de profundizar sus estudios también. Al año siguiente nos fuimos juntos. Era un riesgo, pero decidimos apostar por lo que queríamos a nivel profesional y también por un futuro en común.

En 2019 las cosas con Sebastián empezaron a decaer. Entre medio, habíamos conocido a muchas personas, habíamos interactuado con una cultura nueva y nos habíamos acompañado en todo momento. Había mucho amor, pero la relación estaba desgastada. En agosto de ese año, finalmente, asumí que quizás terminar era la mejor opción para ambos. A mí me estaba costando asumir el fin, pero me fui sola una semana a Praga y tuve tiempo para reflexionar al respecto. Cuando volví, a principios de septiembre, tomamos la decisión de terminar. No había nada que hiciera que nos odiáramos o nos resintiéramos, pero ya no habían ni fuerzas ni disposición para seguir siendo pololos. ¿Dolió? Claro que sí. Pero por alguna razón, sentí que el duelo estaba hecho.

El quiebre nos pilló en un momento complejo económicamente. Él en el verano vive de lo que gana durante el año, y aun no empezaba a dar clases de música –sus clases partían en octubre– y a mí todavía no me entraba la plata de la beca. El magíster lo había cubierto yo, pero ahora que estaba ad portas de empezar un doctorado, aun no me habían liberado los fondos. Cambiarnos de casa o vivir solos parecía ser la opción más complicada en ese minuto y tomamos la decisión de mantener la convivencia –y dormir en piezas separadas– hasta que se estabilizara la situación. Lo conversamos y se dio de manera natural.

Entre medio, desde hace ya varios años, Sebastián y yo habíamos cultivado una amistad con Jacques, un francés que vivía en Sevilla y que cada cierto tiempo volvía a Francia a ver a su familia. Lo habíamos conocido en 2017 en una fiesta y desde entonces nos habíamos llevado muy bien. Yo particularmente me hice muy amiga de él. Nunca pensé que pasaría a mayores, porque en verdad estaba convencida de nuestra amistad. En septiembre, justo un par de semanas después de mi quiebre con Sebastián, Jacques nos preguntó si podíamos alojarlo por unas semanas. Él venía llegando de Francia y había entregado su departamento anterior. Le dije que no había problema, teníamos una habitación extra. Y como con Sebastián ya no estábamos durmiendo juntos, entonces cada uno estaría en su habitación.

En ese entonces, Jacques estaba saliendo con alguien, pero las cosas no estaban funcionando para él. Y a mí nunca me preguntó directamente si con Sebastián estábamos terminados, pero lo detectó de inmediato. Pasaron las semanas y las cosas entre Sebastián y yo estaban muy civilizadas. Habíamos concretado el término de nuestra relación pero nos valorábamos mutuamente. Él empezó con sus clases y pasaba mucho tiempo afuera. Jacques y yo nos quedábamos en la casa, cada uno metido en sus estudios o trabajo. Esa distancia entre todos facilitó el proceso natural del duelo. Yo estaba ansiosa por haber terminado una relación larga, por estar haciendo mi tesis y a punto de empezar un doctorado y a eso, finalmente, se le sumó lo que empecé a sentir por Jacques. Pero no me di cuenta hasta que me lo dijo él.

Era Halloween, ya habían pasado casi dos meses de nuestra separación con Sebastián y Jacques me apartó de la fiesta para decirme que le gustaba mucho, pero que entendía que no quisiera nada porque éramos amigos. En ese minuto me hice consciente de que a mí también me gustaba. Al día siguiente, de hecho, hice una revisión de toda nuestra relación y me di cuenta de que efectivamente siempre me había puesto feliz cuando lo veía, que las juntas entre amigos se volvían más interesantes si llegaba él y una serie de cosas que no había querido ver. Pero no hicimos nada y seguimos viviendo los tres juntos.

Hasta que unas semanas después, a mediados de noviembre, Sebastián me encaró y me dijo que ya había captado la dinámica que había entre Jacques y yo y que me sintiera libre de hacer lo que quisiera. Él, por su lado, también ya había hablado con Jacques y le había dicho que ojalá fuéramos felices juntos. Era un sentimiento genuino. También nos dijo a ambos que a él le gustaba una amiga española que teníamos en común. Yo le dije que nos habíamos expresado hace unas semanas nuestros sentimientos con Jacques, pero que hasta entonces no habíamos sabido qué hacer. Y desde esa conversación tan abierta y sincera, todo se fue dando con suma naturalidad. Y me sentí liberaba de un peso enorme. Ambos habíamos avanzado en nuestras vidas.

La convivencia siguió, pero ya sin temores ni nervios. Las cosas simplemente fluyeron y establecimos dinámicas entre los tres y también por separado. Hasta que, luego de un viaje corto a Madrid, nos pilló la cuarentena oficial. Los tres conversamos nuestras distintas opciones: definimos que Jacques se quedaría y que Sebastián la pasaría con nosotros, porque llevaba poco tiempo saliendo con su actual polola. Y sorpresivamente, ha salido todo bien.

Se ha gestado una dinámica de amistad muy linda entre todos, hemos establecido nuestros espacios y hemos sabido llevar una convivencia sana. Hay cosas que hacemos juntos entre los tres: desayunar, comer y de repente ver series o películas. Pero también Jacques y yo tenemos nuestros momentos, así como tengo los míos separada de ambos. De hecho, tres noches a la semana Jacques y yo dormimos cada uno en su pieza, así no nos acostumbramos a nuestra presencia constante. Todo se ha dado con total espontaneidad y sinceridad. A veces, incluso, nos quedamos con Sebastián conversando en las noches.

Es muy curioso cómo se ha dado la dinámica. Me he sorprendido a mí misma. Yo solía ser muy estructurada, pero con el tiempo he aprendido a soltar el control y a abrazar la incertidumbre. En parte, por eso estoy llevando bien esta crisis, por los múltiples procesos de aceptación a los que ya me he enfrentado. Porque he aprendido que hay cosas que desordenan los planes y simplemente hay que acatar, porque resistirse a esos cambios puede ser peor. Mientras las cosas se conversen y no haya habido un quiebre en la confianza, los vínculos se pueden rescatar.

Yo misma no he sabido del todo cómo explicar esta situación, pero la dejo ser. Reconozco que también me he ido acercando cada vez más al feminismo y eso me ha servido mucho para concebir de otra manera los vínculos afectivos. He trabajado los celos y no ser posesiva. Muchas veces nuestros amigos de Chile nos dicen que no entienden cómo lo estamos sobrellevando, o cómo estoy pasando la cuarentena junto a mi ex y mi actual pololo, los tres juntos en un departamento sin poder salir. Existe esa idea a nivel social de que al ex hay que odiarlo, pero les digo: "es que si yo no lo odio, ¿por qué deberían odiarlo ustedes?". Y de a poco, entre broma y broma –me dicen que tengo una relación posmoderna– lo han ido entendiendo.

Creo que ahora, más que nunca, tenemos que aprender a soltar el deber ser y aceptar que la vida nos va a sorprender. Abracemos esa incertidumbre".

María José Vargas (29) es profesora de historia. 

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