Llevamos 40 días de cuarentena, todos juntos, en el mismo techo, sin interrupción alguna ni salida de libreto. Llevamos menos de un año en esta nueva casa.
Somos un matrimonio joven con tres niños, cada uno en una etapa distinta: las niñitas tienen 14 y 9 años y el más chico, 4. Cada uno tiene cinco años de diferencia, lo que, tal como una vez me dijo una amiga, los hace ser como tres hijos únicos. Cuando la oí por primera vez me reí, pero al analizarlo me di cuenta de que tenía toda la razón. Soy la madre de tres hijos únicos.
Al comenzar la cuarentena y ponerme el delantal de directora, inspectora, profesora y auxiliar de párvulos, comenzamos a ver las tareas de cada uno. El homeschooling me parecía aterrador, ya que de cierta manera era volver a octavo básico, cuarto básico y prekínder. No era llegar y decir: "ya niños, vamos a sumar y restar o toca pintar", porque cada uno tiene un nivel a años luz del otro.
Confieso que la primera semana sentí angustia, esa que se te atraganta en la garganta y sube y baja hasta el ombligo. Pero de a poco me di cuenta de que no era tan mala profesora y mis niños tampoco tan malos alumnos. Para eso fue clave fue la organización: un pizarrón con las actividades de cada uno y con horarios claros de estudio, tareas, juegos y aburrimiento. Porque descubrí que aburrirse también es parte del proceso.
Mi marido trabaja en un banco y ha traído la sucursal a la casa. Yo, que suelo ser muy organizada, rápidamente instalé una mesa plegable al lado de la del comedor, donde él está trabajando, que se ha convertido en una pequeña extensión para los niños. Esto permitió que todos nos instalemos ahí. Mientras el de 4 pinta, identifica números y vocales, sigue la línea punteada y canta la canción de los meses en inglés; mi hija mayor me pide ayuda con química. Está en una clase online y debe contestar una guía en el computador. La de 9, hace ejercicios de sustracción de dígitos sobre el 10.000.
En estos días he sido más consciente de estos momento. Me detengo y miro a mi familia convivir de manera armónica, respetando el espacio del otro, los tiempos del otro, las actividades del otro. Los veo aprendiendo a compartir a la mamá y al papá y los espacios comunes, ya no encerrándose en la pieza. Todos, naturalmente, hemos optado por trabajar juntos, en el mismo espacio, aprendiendo del otro y aprendiendo a pedir ayuda.
Mis niños me han ensañado el valor real de las cosas, lo invaluable que es el tiempo juntos, el aprender juntos. Esta pandemia ha venido a remecernos, a darnos lecciones de vida, a hacer que nos demos cuenta de que nuestro peor enemigo es el ego y que la única manera de salir adelante es cuidarnos para poder cuidar a los que queremos. A detenernos, volver a la esencia y valorar lo que tenemos, lo que somos. Y a entender que lo importante es el presente. Cada día tiene su meta y su afán.
Mis niñitas se acompañan y se ayudan. Y los tres juegan juntos y han descubierto que el fútbol es algo que a todos les gusta. Pasan horas tirando la pelota de lado a lado en la terraza. Han entendido que lo importante es escucharse. Han aprendido a leerse entre ellos y, lo más importante, yo he aprendido a leerlos a ellos también.
Cuesta mucho pensar que entre tanto dolor y sufrimiento pasen cosas buenas. Prendemos la televisión y en las noticias solo vemos muerte, enfermedad, miedo. Estamos aterrados, pero de cada uno depende verle el lado positivo a todo lo que pasa. Yo, después de 40 días, he aprendido a conocer mejor a mis hijos; identificar cuando tienen pena, cuando están felices, cuando quieren decir algo y no se atreven. Esto nos ha ayudado mucho a respetarnos y comunicarnos.
Antes de la pandemia en mi casa la hora de la comida era a cualquier hora. Los chicos comían juntos en la cocina, la mayor comía después -generalmente sola-, yo a veces no comía y mi marido se llevaba la comida a la pieza. Ahora es un momento que disfrutamos juntos. Y como papás nos hemos dado cuenta de lo importante que es comer en familia. Hacerlo aumenta el vocabulario de los niños y aprenden a respetar turnos, a oír con atención la historia que cuenta el otro. Hay risas, anécdotas y muchas preguntas de nosotros como pareja. Nos han preguntado cuándo nos dimos nuestro primer beso, cuándo empezaron a pololear y si mi marido siempre estuvo enamorado de mí. Me encanta que nos hagan esa pregunta, porque el menor está convencido de que mi marido y yo nacimos juntos y que pololeamos desde "bebés", como dice él.
También discutimos, no somos la familia perfecta. Hay días en que los niños me tiran por la cabeza las tareas y actividades del día, así como yo tengo días en que estoy cansada y los gritos me superan. Creo que he tenido más dolores de cabeza en la pandemia que en todo mi matrimonio, pero si lo pongo en la balanza, han sido muchos más lo momentos que quedarán marcados en nuestra memoria como lindos recuerdos del encierro.
Somos privilegiados. Estamos todos sanos. Y hemos tenido la posibilidad de aprender mucho, con nosotros como principales maestros. Me siento una mejor mamá gracias a esta experiencia.
Javiera tiene 36 años.