Es cada vez menos común escuchar la palabra “solterona”, que según la RAE define a una persona “entrada en años y que no se ha casado”, para referirse a las mujeres solteras. También es menos habitual que a ellas se les aborde con frases tan arcaicas como: “se te va a pasar el tren”, al ser interrogadas por su vida sentimental. A través de los años ha cambiado el imaginario de la mujer sin pareja, retratada en el pasado como una persona amargada, desaliñada, solitaria y rodeada de gatos, infeliz por un amor que nunca llegó: una mujer incompleta.
Pero para algunas de las mujeres que no mantienen vínculos convencionales después de los 30 años, las presiones para encontrar pareja y tener hijos aún persisten, aunque de manera mucho más sutil. Según ellas, las preguntas y comentarios han cambiado, pero aún apuntan a cuestionar el por qué de una elección o circunstancia que se desvía de un camino tradicional.
“La gente no valida la soltería como una opción de vida. Siempre te tratan de emparejar o dicen cosas como ‘ella todavía no se casa’ como si el matrimonio fuera un camino obligatorio”, dice Emilia, ingeniera comercial de 32 años.
Para Carmen, periodista de 37 años, se trata de una “presión constante” que le exige responder preguntas sobre su vida personal. “Siento que tengo que estar dando explicaciones o justificando por qué estoy sola. Recibes preguntas súper incómodas que te hacen cuestionarte, como si estuvieras haciendo algo mal”, cuenta.
Emilia también recibe preguntas a diario, al igual que todas las mujeres que participaron de esta nota: “Similar a lo que le pasa a quienes están casados y no tienen hijos, y les andan preguntando si los van a tener. Cuando estás soltera, recibes siempre esa pregunta: ¿por qué estás sola? Es una lata”.
Otro patrón que se repite son las miradas de lástima, las frases que buscan ser esperanzadoras; ya va a llegar/aún eres joven, y los prejuicios disfrazados de consejo; tengo un primo que te quiero presentar/eres muy exigente/trabajas demasiado.
“Te tratan como si lo estuvieras pasando mal, te miran como con cara de ‘pobrecita’ y creen que estás sola en tu casa tejiendo con un gato al lado”, dice Emilia.
Y fueron felices para siempre
Una de las fuentes de esta percepción social, explica Gloria Jiménez-Moya, académica de Psicología de la Universidad Católica, se encuentra en el arraigado ideal del amor romántico tradicional, el cual refuerza los estereotipos de género. La experta sostiene que este ideal aún influye, a menudo de manera inconsciente en las expectativas hacia las mujeres, dictando cómo se espera que se comporten y qué roles deben desempeñar.
“Los estereotipos de género influyen en la percepción de las mujeres solteras, que bajo este estándar, no están cumpliendo con el rol tradicional femenino, están rompiendo esquemas y no se adaptan a lo que la sociedad espera de ellas”, explica. “Todavía tenemos esta creencia de que el amor es necesario, de que una mujer, para sentirse completamente realizada, tiene que tener una pareja romántica y formar una familia”, agrega.
Marcela, periodista de 37 años, siente que con el paso de los años, la presión por encajar en este molde va creciendo. Y esa exigencia no solo viene de personas mayores o su familia, sino también de sus pares. “Marcela es la única que falta”, comentó la pareja de una de sus amigas del colegio cuando quedó embarazada, una frase que le quedó marcada.
“Hay un estereotipo de lo que uno debería ser, una presión de dónde uno debería estar: en una relación formal, siendo madre”, comenta. “Y son comentarios de personas jóvenes que se supone deberían tener una mente más abierta”, agrega.
Esta presión es alimentada por una construcción cultural que sostiene que las mujeres existen para y por el cuidado, explica Antonella Estévez, académica y editora de CineChile. Desde muy pequeñas, a las mujeres se nos entrena a través de todos los sistemas de socialización, la familia y los medios de comunicación la idea de que tarde o temprano vamos a tener que llegar a ser madres, explica.
“Y antes de eso vamos a tener que tener una pareja hombre. No es casual que todos los relatos infantiles terminan cuando el príncipe logra encontrar a su princesa. Hoy vivimos un momento en donde eso se está tensionando, hay una renovación de los discursos dentro de Disney, por ejemplo, donde el amor romántico es secundario en algunas historias. Pero son relatos nuevos”, dice.
El amor romántico, sin embargo, no se considera un atributo esencial en el estereotipo tradicional masculino. Bajo esta óptica, “un hombre soltero no se percibe de una forma tan negativa. No tienen que tener pareja para ser felices o estar completos, todo lo contrario. En los medios de comunicación, en la literatura, en las películas, los hombres solteros, paradójicamente, son considerados codiciados y atractivos”, explica Jiménez-Moya.
Marcela es consciente de esa diferencia en las expectativas: no cree que a los hombres se les cuestione tanto. “Pero las mujeres tenemos que cumplir cierto rol y cuando no lo haces, te miran con lástima, aún cuando a veces es una decisión o lo estás pasando muy bien”, dice Marcela.
Según Emilia, la presión es mayor para las mujeres por el tema de la maternidad. “Creo que la sociedad está muy basada en que uno vino al mundo como mujer para tener hijos, y para tener hijos hay que casarse. Si no lo haces, eres un fracaso”, dice.
Antes sí lo pensaba, confiesa: “Lo tenemos en nuestro chip mental”.
Menos evidente, pero dañino
Salirse de este molde o negarse a cumplir con este canon que flota a veces de manera imperceptible, tiene consecuencias negativas en la autoestima y el bienestar psicológico tanto de hombres como mujeres. Pero la soltería tiene un castigo social mayor para las mujeres.
“El no cumplir con el estereotipo tradicional afecta en sus relaciones con otras personas, en sus niveles de autoexigencia. Tiene muchas consecuencias negativas a corto y mediano plazo en aspectos psicológicos y psicosociales, pero también en aspectos físicos, ya que influye en el descanso y en el bienestar físico”, explica Jiménez-Moya.
Es una discriminación que se perpetúa de manera sutil, casi de forma automática y que se presenta de forma más simbólica y menos evidente. “Es incluso más peligroso porque la discriminación que es explícita puede ser detectada más rápidamente”, dice Jiménez-Moya.
“Creo que en algunos casos es una discriminación inconsciente”, sobre todo desde quienes son más jóvenes, dice Emilia, quien se ha sentido apartada de planes y cumpleaños pensados para los niños, solo por no ser madre. “Uno también quiere participar, seguir siendo parte del grupo”, dice.
Esta “discriminación inconsciente” de la que habla Emilia, también la ha experimentado en el ámbito laboral, donde a menudo se le exige más que a sus colegas casados y con hijos. “He tenido jefes que asumen que uno se puede quedar hasta más tarde, como si no tuvieras nada que hacer porque no tienes hijos”, dice.
Su estado civil resulta en que ella nunca es prioridad para algún beneficio, como trabajar desde la casa o tomar vacaciones en verano. “No es una regla que esté escrita, pero es una situación que se da así. Yo entiendo que alguien se tenga que ir temprano porque tiene hijos, pero eso no significa que yo, por no tenerlos, tenga que ser una esclava”, comenta.
Emilia reconoce que durante mucho tiempo se impuso una presión por el éxito que no surgía de un deseo propio. “Pasé por todas las etapas. Como no tenía hijos, sentía que tenía que brillar en el trabajo, ser esa trabajadora brígida que se conecta a reuniones a las ocho de la noche. Ahora entiendo que no ser mamá no significa que tengo que ser la gerenta máxima, son presiones que vienen de la sociedad”, dice.
Para Carmen se trata de un círculo vicioso. “Está todo tan estereotipado que la gente asume que si eres soltera y tienes un buen trabajo, eres una mujer de negocios o alguien que busca dedicarle más tiempo a su carrera, cuando no es necesariamente así, al menos no en mi caso”, dice. “Uno empieza a justificar la soltería a través del trabajo y tu relato para afuera empieza a ser ese, que lo laboral es tu prioridad. Es como un mecanismo de compensación que uno se impone”, agrega.
Emila cuenta que su madre reza para que ella encuentre pareja y que ella le pide a su madre que mejor rece por su felicidad, que no está sujeta a otra persona.
“La felicidad se vive en distintos estados, puedes ser feliz sola o en un matrimonio con siete hijos. No creo que el matrimonio te lleve a la felicidad automáticamente y te complemente como persona”, concluye.