Como muchas mujeres, la vida de Magdalena Cortés (51) durante años ha estado marcada por el cuidado. Al principio, cuidaba a sus padres y, al mismo tiempo, a una hija adolescente con una depresión avanzada e intentos de suicidio recurrentes. Pasaron los años, su hija creció y sanó, pero el cuidado de sus padres se intensificó: su madre ahora vive con una dependencia severa, y su padre va por el mismo camino; no oye bien, tiene vista parcial solo de un ojo y es analfabeto. Esta situación la obligó a dejar su trabajo remunerado y de alguna manera, toda su vida. “Tengo hipertensión y a veces no puedo ir a mis controles o pierdo la hora de los exámenes porque mi mamá o mi papá amanecen mal y me tengo que quedar cuidándolos. A veces llego tarde al consultorio y me retan, pero nadie me pregunta por qué estoy llegando tarde”, dice.

Magdalena había normalizado ese estilo de vida, hasta que conoció Casa Igualdad. “Este fue el primer lugar en donde se me reconoció como “cuidadora”, como determinando un puesto laboral, y así entendí que lo que hago es un trabajo que, como cualquiera, necesita tiempos de descanso”, añade.

Casa Igualdad surge como el primer espacio de cuidados en Santiago. En ella brindan apoyo integral gratuito a las cuidadoras de la comuna a través de distintos departamentos especializados en el bienestar físico, emocional y legal. “En el contexto de la promesa de un sistema nacional de cuidados que hoy está en el Congreso, quisimos ser pioneras y postulamos a un fondo internacional que nos permitió inaugurar este lugar en marzo del año pasado”, explica Rosario Olivares, Subdirectora de Igualdad de género, Diversidad sexual e Inclusión de la Municipalidad de Santiago.

Casa Igualdad

Ubicada en el Barrio Matta, esta casa patrimonial –que en algún momento fue un colegio y luego un hotel–, desde su inauguración, ha realizado casi 3 mil atenciones a cerca de 800 usuarias y desarrollado más de cien talleres.

“Lo que encuentran acá es un espacio en el que pueden acceder a distintos servicios. Hay dos que son los más demandados: por una parte, el acompañamiento psicológico, sobre todo por lo que significa la sobrecarga de cuidados que experimentan la mayoría de las personas que acuden; y por otro lado, la sala de activación y movimiento, que es un espacio acondicionado donde trabaja una kinesiologa y un terapeuta ocupacional para trabajar la movilidad, rehabilitación musculoesquelética, sobre todo por las lesiones derivadas del cuidar”, explica Alejandra Arenas, coordinadora de la casa.

Magdalena ha tomado varios de estos talleres. “Mi mamá se me caía y no podía levantarla, acá me enseñaron cómo hacerlo; cómo moverla, mudarla, vestirla. También algunas técnicas para que su deterioro cognitivo no fuese tan rápido. Cómo hablarle para que se oriente”, dice.

Pero no sólo ha recibido atención centrada en sus padres, sino que también en ella. “Acá se reconoce que tenemos enfermedades causadas por el hecho de cuidar y que no hay tiempo para ponerles atención, o sintomatologías que pensábamos que se nos iban a pasar y no, porque están relacionadas con el hecho de cuidar. Ese ha sido el cambio más importante para mí, que acá no sólo se pone atención en quienes reciben los cuidados, sino que también en quienes estamos haciendo esa labor”.

La sala de activación y movimiento en donde trabaja un equipo compuesto por una kinesióloga y un terapeuta ocupacional.

La ética de los cuidados

Al entrar en esta casa, lo primero que llama la atención es un luminoso patio interior con un opulento huerto. “Es un patio intercultural”, explica la coordinadora de la casa. Y es que han desarrollado allí talleres de hierbas medicinales y huertos en conjunto con la Oficina de Pueblos Indígenas. “Es parte de otra de las áreas de que trabajamos: la de atenciones colectivas a través de talleres, y ahí tenemos un universo de temas y de personas muy amplio”, añade.

Van captando la demanda de las usuarias y en función de eso, arman la parrilla programática de talleres. Así nació también la Escuela de Cuidados.

“El primer módulo de esa escuela habla de la ética de los cuidados. La gente tiene naturalizada la labor de cuidar, no lo ve como un trabajo. Entonces en ese primer módulo nosotras ponemos en valor que la labor de cuidar es un acto de amor, pero también es un trabajo. Y es muy transformador ese primer módulo, porque las cuidadoras empiezan a sacar cálculos de cuánto le pagan en otras partes a una persona por planchar la ropa, por ejemplo, o por cuidar a un enfermo todo el día. Entonces empiezan a decir ‘chuta, yo sí trabajo y mi trabajo cuesta caro’”, cuenta Alejandra. Eso las empodera, ya no quieren seguir siendo invisibilizadas.

“Yo no había caído en cuenta que era importante porque yo siempre decía, yo cuido, pero quién me cuida a mí. A veces me responden: el autocuidado. Es fácil decirlo, pero ¿quién me empuja a cuidarme? Yo necesito alguien que me apañe, que me escuche, que me entienda, que no me juzgue, que no me diga ‘bueno, si quieres más tiempo para ti, levántate más temprano’”, dice.

Magdalena tiene un hermano y nunca le había pedido apoyo. “En alguno de los talleres escuché que nosotras no somos superwoman, que no podemos hacerlo todo. Justo esa semana mi mamá no durmió bien, yo estaba muy cansada, y llamé llorando a mi hermano, desesperada, le dije que no podía más”, cuenta. Al día siguiente llegó su hermano y su cuñada y se organizaron para que todos los lunes ellos se hicieran cargo del cuidado de sus padres. “Ahora ese día es para mí, puedo tomar mis horas médicas, mis terapias… ese día para mí es un recreo”, dice.

Magdalena Cortés, cuidadora, en el huerto de Casa Igualdad.

La importancia de la Red de apoyo

Este año el equipo de Casa Igualdad postuló a un nuevo fondo. Esta vez del Centro Carter, una organización sin fines de lucro de la sociedad civil de Estados Unidos que hace muchos años viene trabajando el tema del acceso a la información para las mujeres. “Entendemos que el acceso a la información, que es un derecho humano, es también una llave que habilita el ejercicio de otros derechos, y lo que hemos comprobado es que las mujeres tienen más dificultades para acceder a este derecho producto de las propias desigualdades de género: menos tiempo, porque estamos más ocupadas en tareas de cuidados; o menos recursos para acceder a esta información, entre otras razones”, explica Marisa Miodosky, consultora de igualdad de género del Centro Carter.

Trabajaron en un proyecto global a través de la campaña ‘Informando a las mujeres, transformando vidas’, que se implementa en 35 ciudades de todo el mundo. En cada una de ellas, trabajan con los gobiernos locales bajo la idea de que las mujeres no están informadas y por esa razón, no acceden a servicios que los gobiernos han pensado para ellas.

En Chile eligieron Casa Igualdad y su bajada local es la campaña ‘Activa tu red’. “Partimos del hecho de que los cuidados tienen que compartirse, que las cuidadoras no están solas y que para poder autocuidarse y cuidar mejor, tienen que compartir sus vivencias, preocupaciones e inquietudes. Una red de apoyo hace el cuidado más fácil”, agrega.

Casa Igualdad

La idea entonces, es que las cuidadoras de la comuna conozcan el trabajo que se está haciendo en esta casa, pero también generar un cambio cultural para que dejemos de asumir que el cuidado es una tarea solitaria.

“Acá, además de una atención profesional específica, las personas se pueden encontrar y conversar, y eso es lindo”, añade Alejandra Arenas. Encuentran una red de apoyo que les permite salir de la soledad en que muchas veces desarrollan esta labor. “Creo que este espacio, más allá de las atenciones individuales, es un lugar de encuentro, un espacio seguro, nos han dicho algunas. El objetivo es que puedan armar esta red de apoyo porque finalmente quien está más cerca es el vecino, la vecina, incluso más que la propia familia”.

Y este es también uno de los aprendizajes de Magdalena; que no está sola en esto, que no es la única que vive esto. “Hay otras realidades muy complejas, como madres que cuidan a hijos de 60 años y ellas tienen 80; o mujeres solas con niños chicos que son el único sustento de su casa y no tienen con quién dejarlos para salir a trabajar. Uno ve que hay diversas realidades y es bueno apoyarnos entre nosotras”, dice y concluye: “Esas cosas antes no estaban visibilizadas. Acá me han enseñado que tengo que buscar apoyo y que, como dice la campaña, para cuidar a otros, tenemos que cuidarnos nosotras. Yo no hubiese aprendido eso si no hubiese llegado acá”.