Cuando nació el hijo de Claudia Contreras (37), se enfrentó por primera vez a un dilema que nunca contempló antes de tomar la decisión de ser madre. Amaba a su hijo, le encantaba cuidarlo y también las emociones que le generaba la maternidad. Sin embargo, también extrañaba su vida profesional. “Es una sensación difícil de describir, porque es contradictoria. Racionalmente piensas que no estás haciendo nada malo al volver a trabajar después de tener un hijo, pero inconscientemente aparece la culpa. Me sentía mala mamá porque económicamente tenía la posibilidad de quedarme en casa; con mi marido podríamos haber ajustado el cinturón y vivir solo de su sueldo, pero yo quería volver al trabajo”.

Recuerda la cantidad de veces que pensó, obviamente de manera irrisoria, que su hijo volviera al vientre materno. “Evidentemente no es una posibilidad, pero es algo que con mis compañeras de trabajo comentamos miles de veces, que volveríamos a meter a la guata a los hijos y los andaríamos trayendo para todas partes. Y es que la culpa en la maternidad es un sentimiento colectivo, no había ninguna que no tuviera una experiencia compleja cuando les tocó volver a trabajar después de parir”, dice.

Cuenta que la primera semana lloró todos los días. El camino en el auto de la casa al trabajo era terrible. Sufría, incluso aunque su hijo la mayoría de las veces quedaba bien, tranquilo, durmiendo y a cargo de una persona de confianza. “Creo que obviamente hay un tema biológico, de apego, porque finalmente somos mamíferas y queremos cuidar a nuestras crías. De hecho me acuerdo una vez que me senté en un café y en la mesa de al lado, una mamá con una guagua recién nacida. Apenas escuché el llanto, las pechugas se me hincharon y me empezó a bajar la leche”, cuenta. “Pero yo no estaba abandonando a mi hija, solo estaba comenzando a retomar otros espacios de mi vida como el laboral y por eso me sentía culpable, por no dedicarme 24/7 a ser mamá, por tener otros intereses; y eso, más que biológico, me parece que es social. Tiene que ver con que nos criaron entendiendo que la maternidad y el cuidado nos pertenece y entonces todo los intereses y deseos que se salgan de ese ámbito, nos generan culpa”.

Mafe Cardona es una socióloga y periodista colombiana que se ha especializado en este tema y lo habla habitualmente en su podcast @lamalamama. Dice que la culpa es una emoción que si se ve con un enfoque de género, se dirige principalmente a las mujeres porque nosotras hemos sido culpadas de todo siempre. “Pero además –y aquí habla a título personal, porque no quiere generalizar y decir que todas las mujeres que son madres sienten más culpa que las que no lo son– cuando nacen los hijos a muchas nos pasa que la culpa aparece en todo momento. Así, un tema que no había sido relevante en mi vida, apareció recurrentemente cuando me convertí en madre por toda la presión social y estereotipos que se deben seguir para ser una buena mamá”.

En el caso de las mujeres a las que se les presenta la disyuntiva de volver a trabajar o quedarse en la casa, Mafe explica que se entiende en un contexto en el que tradicionalmente hemos sido las mujeres las que ejercemos las labores de cuidado, entonces está el imaginario que somos nosotras las que debemos asumir esas labores. Basta con ver las políticas públicas asociadas a la maternidad y crianza. Recién el 2011, con la creación del postnatal parental, se consideró a los padres en el cuidado de los hijos recién nacidos. Sin embargo, hasta ahora solo el 0,2% de los hombres han hecho uso de este beneficio. El retorno al trabajo después del nacimiento de un hijo siempre ha sido un tema complejo para las mujeres, incluso antes de la creación de esta política pública que amplía el derecho a postnatal de tres a seis meses, el promedio de tiempo en que las mujeres se quedaban en casa era de cinco meses y medio, mediante el uso de la licencia por enfermedad grave de niño menor de un año. Y es evidente que esas licencias se usaban para permanecer más tiempo en casa, porque la principal causa (52%) era por reflujo, cuando la evidencia internacional habla de que esta enfermedad tiene solo entre un 8 y un 12% de prevalencia.

“Hay una exigencia muy grande porque las mujeres se queden en casa cuidando a los hijos, pero también hay una exigencia muy grande para que salgas al mercado laboral y seas libre. Ambas son sumamente violentas y causan culpa. Porque si lo pensamos, lo más complejo es tener que tomar esa decisión. Después de un parto y una gestación, que son procesos biológicos que marcan, no deberíamos tener que vernos enfrentadas tan tempranamente a esta disyuntiva y el tener que hacerlo, refleja que vivimos en una sociedad capitalista que nos obliga a escoger entre maternar y trabajar remuneradamente, pero nunca las dos cosas. No hay espacios para hacer ambas labores de forma igualitaria, y eso obviamente nos genera culpa para un lado u otro. Sería más fácil si en el mercado laboral hubiesen espacios para maternar y en el que los cuidados quepan”, agrega Mafe.

Porque la idea tampoco es que les digamos a las mujeres: “Sale a trabajar y no sientas culpa” bajo el argumento de que los hombres no la sienten. “No creo que lo correcto sea que todas y todos nos adaptemos a un mercado laboral masculinizado en donde el cuidado se invisibiliza y menosprecia. Más allá de las decisiones individuales que queramos tomar de acuerdo a nuestros deseos, circunstancias y posibilidades, el tema es por qué nos obligan a tomar una decisión que nos genera culpa. Es un mecanismo de control, porque ocurre no solo cuando cuando salimos a trabajar, sino que también cuando nos quedamos en casa y entonces dejamos de ser “productivas””, aclara la experta.

Las mujeres deberíamos tener el derecho a desarrollarnos profesionalmente y además a maternar como se nos dé la gana, sea delegando los cuidados o buscando formas igualitarias. Mafe asegura que más que dejar de sentir culpas para lograr desarrollarnos profesionalmente, podemos intentar gestionar la culpa para poder tomar decisiones con las que nos sintamos cómodas, independiente de la que sea. “Finalmente tiene que ver con entender que no somos nosotras las que estamos mal sino que vivimos en una sociedad estructuralmente injusta con nuestro género y que por tanto esa culpa no es nuestra, sino que de un entorno que nos hace sentirla”.